Otro santo remedio

En América, el coco no fue sembrado por nadie. Se sembró solo. Desprendido de algún árbol de la Malasia, rodó por la arena y se dejó llevar por las aguas. Flotando en los mares del mundo, el coco navegante llegó a las costas americanas. Estas playas le gustaron, y desde entonces nos ofrece su jugo curandero.

Andrea Díaz iba trotando, una tardecita, a orillas del Pacífico, cuando perdió las rodillas, que se salieron de su sitio. En el puerto de Quepos, le dieron agua de coco:

Tómese esto —mandó un buen hombre que la había recogido en el camino.

Y explicó que no hay mejor remedio:

—Adán y Eva bebían nada más que esto, y no tenían ninguna enfermedad.

Ella obedeció, pero no pudo callarse la boca:

—¿Y usted cómo sabe?

El hombre la miró con pena:

—Pero mi niña, está en la Biblia. ¿No ve que en el Paraíso no habla médicos? Las enfermedades vinieron después de los médicos.