Conjuros

Alexandra Schjelderup volvió del frío. Llevaba quince años viviendo lejos.

Lo primero que hizo Alexandra, recién llegada, fue encender la radio. Quería escuchar las novedades y las voces de su país. Un país, Panamá, que debe a sus indígenas los tamales que le hacen agua la boca, las hamacas donde duerme sus siestas en el aire y también los colores que exhibe y la memoria que oculta.

La radio estaba trasmitiendo publicidad. Se escuchaba una entrecortada conversación telefónica, puros ruidos incomprensibles, una mujer furiosa que preguntaba: «¿Pero quién es este indio que me llama?», y una voz profesional que aconsejaba: Si no quiere que lo confundan con un indio, compre ya su celular de Cable & Wireless.