La difunta milagrosa

Vivir es una costumbre mortal, contra eso no hay quien pueda, y también doña Asunción Gutiérrez murió, al cabo de un largo siglo de vida.

Parientes y vecinos la velaron en su casa, en Managua. Ya hacía rato que habían pasado del llanto a la fiesta, ya las lágrimas habían abierto paso a los tragos y a las risas, cuando en lo mejor de la noche, doña Asunción se alzó en el ataúd.

Sáquenme de aquí, babosos —mandó.

Y se sentó a comer un tamalito, sin hacer el menor caso de nadie.

En silencio, los deudos se fueron retirando. Ya los cuentos no tenían quien los contara, ni los naipes quien los jugara, y los tragos habían perdido su pretexto. Velorio sin muerto, no tiene gracia. La gente se perdió por las calles de tierra, sin saber qué hacer con lo que quedaba de la noche.

Uno de los bisnietos comentó, indignado:

—Es la tercera vez que la vieja nos hace esto.