John Pierpont Morgan Junior era dueño del banco más poderoso del mundo y de otras ochenta y ocho empresas. Como estaba muy ocupado, se había olvidado de pagar sus impuestos.
Llevaba tres años sin pagar, desde el estallido de la crisis de 1929. Cuando se supo, ardieron de furia las multitudes arruinadas por la catástrofe de Wall Street y se desató un escándalo en todo el país.
Para cambiar su imagen de banquero rapaz, el empresario recurrió al experto en relaciones públicas del circo Ringling Brothers.
El experto le recomendó contratar a un fenómeno de la naturaleza, Lya Graf, una mujer de treinta años, que medía sesenta y ocho centímetros de alto pero no tenía cara ni cuerpo de enana.
Así se lanzó una gigantesca campaña de publicidad, centrada en una foto. La foto mostraba al banquero en su trono, cara de buen papá, con esa miniatura humana sentada en sus rodillas. El símbolo del poder financiero amparando a la población, encogida por la crisis: ésa era la idea.
No funcionó.