Ofertas

Se parecía a Carlos Gardel, pero después de la caída del avión. Tosía, ajustaba el nudo del pañuelo que le protegía la garganta. El pañuelo había sido blanco alguna vez.

—¡Yo no vendo nada! —roncaba.

Estaba parado sobre un banquito, frente a la Caja de Jubilaciones de Montevideo. En las manos sostenía una caja de cartón, atada con piolines desflecados como él.

Algunos curiosos se acercaban, todos viejos o muy viejos. También el Pepe Barrientos, que siempre andaba dando vueltas por la ciudad, metió la nariz. Poquito a poco, los curiosos se iban haciendo gentío.

—¡Yo no vendo nada!, repetía el hombre.

Y cuando llegó el momento, con ampuloso gesto alzó la caja de cartón y la ofreció a los cielos:

—¡Yo no vendo nada, señoras y señores! Porque esto… ¡esto no tiene precio!

Los ancianos se apretujaron, ansiosos, mientras aquellos huesudos dedos desataban, muy lentamente, con parsimonia de amante que demora el goce, los piolines que ataban el misterio.

Y la caja se abrió.

Adentro, había celofanes de colores, anudados en forma de mariposas.

Cada celofán era un cambio de vida. Había cambios verdes, azules, lilas, rojos, amarillos…

—¡A voluntad! —roncó el pregonero—. ¡Usted paga lo que pueda y se lleva una vida nueva! ¡Es un regalo, señoras y señores! ¡Más cuesta una botella de vino que contiene veneno, cárcel, manicomio…!