Tecnología de punta

Ya hace casi medio siglo que Levi Freisztav se vino a la Patagonia.

Llegó por casualidad o por curiosidad. Caminando estas tierras y estos aires, descubrió que sus padres se habían equivocado de mapa. Y se quedó para siempre.

Estaba recién llegado cuando consiguió trabajo en un proyecto de hidroponía. Un doctor de por aquí había leído esa novedad en alguna revista, y había decidido ponerla en práctica.

Levi cavaba, clavaba y sudaba montando, día tras día, la complicada estructura de cristales, hierros y tubos acanalados que era necesaria para cultivar lechugas en el agua. Si lo hacen en los Estados Unidos por algo será, decía el doctor, es una fija, no puede fallar, esa gente está a la vanguardia de la Civilización, la tecnología es la llave de la riqueza, nosotros llevamos varios siglos de atraso, hay que correr para ponerse al día.

En aquellos tiempos, Levi era todavía un hombre del asfalto, de esos que creen que los tomates nacen del plato y se quedan bizcos cuando ven un pollo crudo y caminando. Pero un día, contemplando las inmensidades de la Patagonia, se le ocurrió preguntar:

—Oiga, doctor. ¿Valdrá la pena? ¿Valdrá la pena, con tanta tierra que hay?

Perdió el trabajo.