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Cuando se acercaba el fin del milenio, la prensa del Uruguay difundió la biografía de un exitoso compatriota, que brillaba con luz propia en los cielos de Internet. Muy fugaz resultó el fulgor de nuestra estrella del ciberespacio; pero, mientras duró, el presidente del país nos exhortó a todos a seguir su ejemplo.

Este empresario ejemplar había sido un niño prodigio. A los seis años de edad, alquilaba sus juguetes a los amigos del barrio, con tarifas por hora o por día. Y a los diez años, ya había fundado una empresa de seguros y un banco: aseguraba útiles escolares contra robos y accidentes y prestaba dinero, con una razonable tasa de interés, a sus compañeritos de clase.