Entierro de pobre

Según dicen los que saben, Malverde fue llamado así porque entre lo verde se escondía y se disfrazaba de árbol para despistar a la policía mexicana.

Hay quienes dicen que nunca existió este ladrón que repartía lo que robaba; pero nadie niega que existe. Aunque no es santo del Vaticano, tiene capilla propia en Culiacán, a unos pasos del palacio donde gobierna el gobierno. El gobierno promete milagros. Malverde los hace.

Desde la sierra y desde la mar, acuden los peregrinos, que en la capilla dejan sus gratitudes: las hojas del primer maíz de mi cosecha, mi primer camarón pescado en la temporada, la bala que no me mató.

En el altar, hay una hilera de limones. Cada creyente se lleva uno. Comidos solos, los limones limpian la boca. Comidos con fe, limpian el alma y dan buena suerte.

La capilla se alza en el lugar donde Malverde quedó tirado, cuando lo acribillaron a balazos. Eso fue hace muchos años. Prohibieron el entierro; y ahí empezó la pedrea. De todas partes venía gente a tirar piedras. Feliz estaba la autoridad, viendo cómo la ciudadanía apedreaba al bandido. Una alta pirámide de piedras cubrió a Malverde.

Mintiendo castigo, el pueblo le dio casa.