La ejecución

La silla eléctrica se ensayó por primera vez el 30 de julio de 1888.

Ese día, la ciudad de Nueva York, vanguardia del progreso universal, dejó atrás la bárbara costumbre de la horca y el verdugo encapuchado. La civilización inauguró la muerte científica, súbita, segura y sin dolor.

Numerosos invitados presenciaron el acontecimiento. El prisionero, amordazado y atado con gruesas correas, recibió una descarga de trescientos voltios. Se sacudió y gimió, pero no murió.

El dínamo le lanzó cuatrocientos voltios. Hubo espasmos más violentos. Seguía vivo.

Cuando le aplicaron setecientos voltios, el bozal estalló, en un chorro de sangre espumosa, y se escuchó un aullido ronco y lejano.

El cuarto bombardeo lo aniquiló.

El ejecutado era un perro llamado Dash.

Había sido condenado, sin pruebas, por morder a dos personas en la calle.