En 1984, enviado por alguna organización de derechos humanos, Luis Niño recorrió las galerías de la cárcel de Lurigancho, en Lima.
Luis se hundió en aquella soledad amontonada. A duras penas se abrió paso entre los presos haraposos o desnudos.
Después, pidió hablar con el director de la cárcel. El director no estaba. Lo recibió el jefe de los servicios médicos.
Luis dijo que había visto algunos presos en agonía, vomitando sangre, y a muchos más humeando fiebres y comidos por las llagas, y no había visto ningún médico. El jefe explicó:
—Los médicos sólo entramos en acción cuando nos llaman los enfermeros.
—¿Y dónde están los enfermeros?
—No tenemos presupuesto para pagar enfermeros.