Estábamos en rueda de vinos, empanadas y cantarelas, con el Perro Santillán, el Diablero Arias y otros amigos, cuando alguien invitó al Petete, que era finado, y el Petete vino a echarse unos tragos con nosotros.
Yo no lo conocía, pero ese mediodía, bebiendo y cantando con este petizo panzón, nos hicimos amigos. Y él me contó que había muerto porque siendo pobre tuvo la pésima idea de enfermarse. La diabetes lo atacó en plena noche y el hospital de Jujuy no tenía insulina.