Buenas noches, saluda la voz grave, y a continuación anuncia lo peor: Miedo, impotencia, desamparo…
La televisión ofrece su más exitoso cóctel de sangre y de pánico. El programa de la TV Globo, que estremece a millones de brasileños, relata las ferocidades de la fauna criminal contra la población indefensa.
Agosto de 1999: es el turno de Marcos Capeta, el heredero de los cangaceiros, el terror de Bahía.
Los actores profesionales dramatizan la función. Un primer plano muestra los rostros atónitos de los policías. La fiera apunta su ametralladora, que en un minuto dispara dos mil balas tres veces más veloces que el sonido. La camioneta policial estalla. En la puesta en escena, no faltan los efectos especiales: las llamas de la explosión dibujan, en el aire, el rostro del asesino, que cínicamente sonríe.
La televisión lo acusa y lo juzga. Lo condena, sin escucharlo, y lo marca para morir. No será fácil. Marcos Capeta es el jefe de una banda numerosa.
Se desata la fulminante cacería. De la ejecución se encargan las fuerzas del orden.
En el programa siguiente, la inmensa teleplatea suspira y aplaude. Las pantallas exhiben el trofeo. Al cabo de un largo combate, la sociedad tiene un enemigo menos.
Nilo Batista se toma el trabajo de leer el expediente judicial y el informe policial. El forajido ha caído, acribillado, en una casa solitaria, No tenía, ni había tenido, ninguna ametralladora, y su banda numerosa consistía de un niño de catorce años, que ha muerto a su lado.