Como si fuera cumpleaños, pero no era. Bajo las guirnaldas de luces, flores y serpentinas, brotaban manjares de maíz de las ollas humeantes, se derramaba a chorros el diablo embotellado y los pies levantaban polvareda al son de las guitarras y las quenas.
Cuando el sol asomó, unos cuantos invitados roncaban en los rincones.
Los despiertos despidieron al que se iba. Él se iba con lo puesto, y con un pasaporte de la República del Ecuador. Le regalaron una manta, para engalanar el viaje. Se fue a lomo de mula, y a poco andar se desvaneció en las montañas.
No era el primero.
En el pueblo sólo quedaban los niños y los viejos. De los idos, ninguno volvió.
Los invitados se quedaron a comentar la fiesta:
—Pasamos liiiiindo. ¡Lo que hemos llorado!