Rafael Gallo, señor de los ruedos, había cumplido gran faena en la plaza de toros de Albacete y había recibido, en trofeo, las orejas y el rabo.
Mientras se quitaba su traje de luces, el diestro decidió:
—Ahora mismo nos volvemos a Sevilla.
El ayudante le explicó que no se podía, que ya era muy tarde.
—Y con lo lejos que está Sevilla…
Rafael se irguió, estrujó su capa en un puño y mandó:
—¡Quietoooo!
Y hecho un relámpago de furia, puso las cosas en su sitio:
—¿Qué has dicho tú, qué has dicho? Sevilla está donde debe estar. Lo que está lejos es esto.