El médico, Oriol Vall, se iba. Había estado un buen tiempo allí, en el pueblo de Ajoya, perdido en la sierra, compartiendo los trabajos y los días de la gente, y era llegada la hora de partir.
Dijo adiós, casa por casa. Y en el minúsculo dispensario de la comunidad, se detuvo a explicar el asunto a María del Carmen, que tanto lo había ayudado.
—Me vuelvo a España, doña María.
—¿Y está lejos España?
Ella no había llegado nunca más allá del río Gavilanes. Oriol le garabateó un mapa, para que se hiciera una idea. Había que cruzar la mar, la mar entera.
—Ha de ser un barco muy grande, para tanta agua.
Él intentó explicar, con las palabras y las manos. Y María del Carmen, que nunca había visto, ni de lejos, un avión, lo interrumpió:
—Sí, sí, ya entendí. Lo que usted quiere decirme es que va a viajar dormido en el viento.