El avión

Flameaban, altas, las banderas.

Las autoridades espantaban las vacas que se metían a pastar en la pista.

Nadie había faltado. El pueblo entero de Lorica llevaba horas esperando. Encajes, lacitos, corbatas: almidonados como para boda o bautismo, clavados los ojos en el cielo, todos se achicharraban al sol sin ninguna queja.

Desde lejos, lo vieron venir. Y tragaron saliva. Y cuando el esperado se lanzó a tierra, el ruido de guerra y el latigazo de viento provocaron una estampida general en la concurrencia.

Nunca se había visto un avión en el pueblo de Lorica. La multitud, boquiabierta, miraba de lejos. A la distancia se adivinaba un brillo envuelto en neblina de polvo rojo. Ya las hélices habían dejado de girar. Un valiente rompió filas, corrió hacia el jamás visto y a la vuelta informó que olía o jabón.

Cuando estalló la música, dos orquestas que al mismo tiempo tocaban el himno patrio y un popurrí de vallenatos, la multitud atropelló. Los pasajeros fueron bajados en andas y el piloto se ahogó en un mar de flores. Celebrando la aparición del venido del cielo, se echó a correr el trago fuerte y se desató la parranda, dale y dale, en las calles del pueblo.

El avión había hecho una escala, una paradita para seguir viaje hacia otros rumbos, pero ya no pudo despegar.

Ése fue el primer secuestro aéreo de la historia de Colombia —cuenta David Sánchez-Juliao, el más joven de los secuestradores.