Como los sueños, el tambor suena en la noche.
En las Américas, las sublevaciones de los esclavos se incubaban de día, al golpe del látigo, y estallaban de noche, al golpe del tambor.
Cuando los franceses quemaron vivo al rebelde Makandal, que alborotaba a los negros de Haití, fueron los tambores quienes anunciaron que él se había fugado, convertido en mosquito, desde la hoguera.
Los amos no entendían el lenguaje de los toques, pero bien sabían que esos sones brujos eran capaces de contar las noticias prohibidas y que llamaban a los dioses secretos o al Diablo en persona, que al ritmo del tambor bailaba con cascabeles en los tobillos.
Los amos no sabían, nunca supieron, que en las noches de luna llena el tambor se golpeaba a sí mismo, sin ninguna mano. Y entonces, cuando el tambor tocaba el tambor, los muertos se levantaban a escuchar el prodigio.