José Miguel Corchado tiene el cuerpo lleno de preguntas. Hace años que ha perdido la cuenta de la cantidad de preguntas que lo acosan sin tregua; pero recuerda la tarde en que la primera pregunta entró.
Fue en la ciudad de Sevilla, una tarde de sol y aroma de azahares, según manda la costumbre: una tarde como cualquier otra, al cabo de una jornada de trabajo como cualquier otra. Él iba caminando hacia su casa, a través del gentío, solo de una soledad como cualquier otra soledad, cuando la primera pregunta llegó, volando como mosca. Él quiso espantarla, pero la pregunta se quedó dando vueltas a su alrededor, hasta que se le metió adentro y ya no salió. Y no lo dejó dormir en toda la noche.
Al día siguiente, José Miguel se sentó en una silla y anunció:
—Yo de aquí no me levanto, hasta que no sepa quién soy.