El cartero

Lo vi en el ataúd, con esa cara plácida y jodona, y pensé: no se puede creer. El Gordo Soriano se estaba haciendo el muerto.

Me lo confirmó Manuel, el hijo, idéntico al Gordo aunque más chiquito. Él me dijo que le había dado una carta al padre, para que se la entregara a Filipi.

Filipi, su amigo, había muerto un poco antes. Filipi era lagartija. Una lagartija rara, que tenía costumbres de camaleón y cambiaba de color cuando quería. En la carta, Manuel le enseñaba un juego, para que pudiera entretenerse en la muerte, que es muy aburrida. Para jugar ese juego, había que escribir no sé qué letras. «Usá las uñas, Filipi», lo instruía Manuel.

Estaba claro. Osvaldo Soriano se había pasado la vida escribiendo cuentos y novelas, cartas enviadas a sus lectores, y ahora estaba trabajando de cartero. En un rato volvía.