El juicio Final

No consigo sacarme de la cabeza el presentimiento de que sufriremos, alguna vez, un Juicio Final. Y nos imagino a todos interpelados por fiscales que nos señalarán con la pata o con la rama, acusándonos de haber convertido el reino de este mundo en un desierto de piedra:

—¿Qué han hecho ustedes de este planeta? ¿En qué supermercado lo compraron? ¿Quién les ha otorgado a ustedes el derecho de maltratarnos y exterminarnos?

Y veo un alto tribunal de bichos y plantas dictando sentencia de condenación eterna contra el género humano. ¿Pagaremos justos por pecadores? ¿Pasaremos todos la eternidad en el infierno? ¿Asados todos a fuego lento junto a los envenenadores de la tierra, el agua y el aire? Antes, yo creía que el Juicio Final era asunto de Dios. Sol negro, luna de sangre, ira divina: en el peor de los casos, yo iba a compartir la parrilla perpetua con los asesinos seriales, las cantantes de televisión y los críticos literarios. Ahora eso me parece, comparando, cosa de nada.