Al mismo tiempo, miles de leguas al sur, los indios u’wa fueron expulsados a balazos de sus tierras en las montañas de Samoré. Helicópteros y tropas de infantería despejaron el camino a la empresa Occidental Petroleum, y la prensa colombiana difundió palabras de bienvenida a esta avanzada del progreso en un medio hostil.
Cuando los taladros comenzaron su tarea, los expertos anunciaron que la perforación iba a rendir no menos de mil cuatrocientos millones de barriles de petróleo.
Al amanecer y al atardecer de cada día, los indios se juntaban para cantar sus conjuros en las cumbres neblinosas.
Al cabo de un año, la empresa había gastado sesenta millones de dólares y ni una sola gota había aparecido. Los u ‘wa comprobaron, una vez más, que la tierra no es sorda. La tierra los había escuchado y había escondido el petróleo, su sangre negra, para que no murieran los árboles, ni se secaran los pastos, ni dieran veneno los manantiales.
En su lengua, u ‘wa significa gente que piensa.