Solos

El guacamayo era muy pichón cuando fue volteado el árbol donde tenía su nido.

Preso en una jaula, entre las cuatro paredes de una casa, pasó toda su vida.

Cuando la dueña murió, quedó abandonado. Lo recogió la familia Schlenker, que en las cercanías de Quito tiene un refugio para animales tristes.

Este guacamayo nunca había visto un pariente. Ahora no se entiende con los demás guacamayos, ni con ninguno de sus primos de la familia papagaya.

Ni con él se entiende. Acurrucado en un rincón, tiembla y chilla, se arranca las plumas a picotazos, tiene el pellejo sangrante y desnudo.

Pobre bicho, digo. Más solo, imposible. Pero Abdón Ubidia, que me ha llevado al refugio, me presenta al solo más solo del mundo.

Es el último agutí paca, o cuy de monte, que pasa las noches caminando en círculos y pasa los días escondido bajo el tronco hueco de un árbol caído. Él es el único de su especie que queda vivo en esta región. Todos los suyos han sido exterminados.

Mientras espera la muerte, no tiene a nadie con quien conversar.