Parecen inmóviles, pero respiran y andan, buscando luz.
Y hablan. Poco se sabe; pero está probado, al menos, que cuando un árbol sufre golpes o lastimaduras, se defiende transpirando veneno y lanza una señal de alerta a los árboles cercanos. Por el aire viajan palabras que en idioma arbolés dicen: peligro, y dicen: cuidado. Y entonces también los árboles cercanos se defienden transpirando veneno.
Quizás ha sido así desde que los primeros árboles se irguieron sobre la tierra, y se multiplicaron, y tan inmensos fueron los bosques que, según dice la tradición, una ardilla podía recorrer el mundo de rama en rama.
Ahora, entre desierto y desierto, los árboles sobrevivientes mantienen viva esta antigua costumbre de buenos vecinos.