El plátano

Su maestro había muerto, de muerte infame, en una cruz de Jerusalén. Veinte siglos después, a Carlos Mugica una ráfaga de balas le partió el pecho en una calle de Buenos Aires.

Orlando Yorio, su hermano en la fe, quiso lavar la sangre de Carlos. Trajo un balde de agua y una escoba; pero los policías no lo dejaron. Y Orlando se quedó parado ante la casa, escoba en mano, los ojos clavados en ese charco grande como sangre de muchos.

Y de pronto se descargó la lluvia, sin aviso, a toda furia, y se llevó la sangre hasta el pie de un plátano. El plátano la bebió hasta la última gota.