Se llamaba Las telitas, por las telarañas que la araña Ramona tejía en el techo, sin descanso, dando ejemplo de laboriosidad a los vecinos del puerto de Montevideo.
Era verdulería durante el día y vinería en la noche. Bajo las estrellas, los nocheros bebíamos y cantábamos y charlábamos.
Las deudas se anotaban en una pared, detrás del mostrador.
—Esa pared se cae de sucia —comentaban los clientes, como al pasar, entre trago y trago.
Los hermanos D’Alessandro, el Lito y el Rafa, el gordo y el flaco, se hacían los sordos, hasta que ya no tenían dónde anotar más numeritos.
Entonces ocurría la Noche del Perdón, y la cal blanqueaba las cuentas.
Los clientes viejos celebraban el acontecimiento, y los clientes nuevos eran bautizados con un toquecito de vino en la frente.