Lluviazón

El cielo se partió, se abrió de un tajo, y volcó toda el agua que tenía. Llovió como si el cielo quisiera vaciarse para siempre; y toda la lluvia cayó sobre la mar.

A través de las aguas que se extendían, alborotadas, de horizonte a horizonte, navegaba un buque de guerra. Tumbado en cubierta, con las manos bajo la nuca, un joven soldado se dejaba empapar. Y se hacía preguntas.

Aunque estaba cumpliendo el servicio militar, lo suyo era la ciencia. Él nunca había visto llover en alta mar, y estaba buscando explicación para semejante disparate. Como buen científico, ese soldadito creía, o quería creer, que a veces la naturaleza se hace la loca, simula demencia, pero ella siempre sabe lo que hace.

Isaac Asimov pasó horas y horas allí tendido, acribillado por la fusilería del cielo, y no encontró ninguna respuesta. ¿Por qué la naturaleza echa agua a la mar, que tiene agua de sobra, habiendo en el mundo tantas tierras muertas de sed, que a las nubes imploran un favorcito?