Otro castigo

No sólo por pena de exilio pierden sus mares los pueblos marineros.

Un día sí, y otro también, la marea negra, pegajosa y mortal, ataca las aguas y sus orillas. A fines del año 2002, un buque petrolero, partido por la mitad, vomitó su veneno sobre Galicia y más allá.

Las costas, negras de petróleo, se llenaron de cruces. Los peces muertos y las aves muertas flotaban en la podredumbre de las aguas.

¿El estado? Ciego. ¿El gobierno? Sordo.

Pero los pescadores, barcas ancladas, redes enrolladas, no estaban solos.

Miles y miles de voluntarios enfrentaron, con ellos, la invasión enemiga. Armados de palas y tachos y lo que pudieron encontrar, fueron desnudando trabajosamente, día tras día, semana tras semana, las arenas y las rocas que el petróleo había vestido de luto.

Esas muchas manos, ¿estaban mudas? Ellas no pronunciaban discursos de teatro. Haciendo decían, en gallego: Nunca máis.