La maldición

Nació llamándose Langland. Era una nave de tres palos y casco de hierro, que llevaba a Europa salitre de Chile y guano de Perú.

Cuando cumplió veinte años, pasó a llamarse María Madre; y ahí empezó la mala suerte. Ella siguió cumpliendo sus travesías de la mar, pero la desgracia la perseguía, y andaba de mal en peor.

A principios de siglo, ya dolida de muchas averías, la nave quedó atrapada en el puerto de Paysandú, y allí estuvo prisionera, durante cuarenta años, por no sé qué enmarañado pleito por algún contrato no cumplido.

En 1942, fue reflotada. Y nuevamente cambió de nombre. Llamándose Clara, volvió a la mar. Zarpó con un cargamento de mil toneladas de sal.

A poco andar, cuando Clara estaba saliendo del río de la Plata, una nube gigante, en forma de cigarro, se elevó desde el horizonte. Mala señal: el viento pampero embistió la nave, la rompió en pedazos y arrojó a tierra sus despojos. Clara cayó muerta en la playa Las Delicias, a los pies de una casa. Ésa era la casa de veraneo de Lorenzo Marcenaro, el hombre que la había bautizado por tercera vez, allá en el dique de Paysandú.

Desde entonces, ninguna nave se atreve a cambiar de nombre en estas aguas del sur. La mar es libre; pero sus hijas no.