Camarones

A la hora de los adioses del día, los pescadores preparan sus atarrayas en las costas del golfo de California. Cuando el sol, el viejo mago, echa su fogonazo final, ya las canoas se deslizan entre los islotes de la costa. Allí, esperan la luna.

Durante el día, los camarones han estado escondidos en el fondo de las aguas, bien pegados al barro o a la arena. Apenas la luna se deja ver en el cielo, los camarones suben. La luz de la luna los llama, y allá van. Entonces los pescadores arrojan las redes, plegadas al hombro, y las redes se abren como alas en el aire y en la caída los atrapan.

Así, viajando hacia la luna, los camarones encuentran su perdición.

Nadie diría, al verlos, que estos bichos barbones tienen tanta tendencia a la poesía, con lo feítos que son; pero cualquier boca humana, al saborearlos, da fe.