El diluvio

Harto de tanta desobediencia y pecado, Dios había decidido borrar de la faz de la tierra toda la carne creada por su mano. Iban a ser exterminadas las gentes y las bestias y las sierpes y hasta las aves del cielo.

Cuando el sabio Johannes Stoeffler dio a conocer la fecha exacta del segundo diluvio universal, que iba a sepultar a todos bajo las aguas el día 4 de febrero de 1524, el conde von Igleheim se encogió de hombros. Pero entonces ocurrió que Dios en persona se le apareció en sueños, barba de relámpagos, voz de trueno, y le anunció:

—Morirás ahogado.

El conde von Igleheim, que era capaz de repetir la Biblia entera de memoria, saltó del lecho y mandó llamar de urgencia a los mejores carpinteros de la región. Y en un santiamén apareció en las aguas del río Rin una inmensa arca flotante, alta de tres pisos, hecha de maderas resinosas y calafateada por dentro y por fuera. Y el conde se metió en ella, con su familia y toda su servidumbre y víveres en abundancia, y llevó al arca una pareja de macho y hembra de cada especie de todos los bichos que poblaban la tierra y el aire. Y esperó.

Cayó lluvia en el día señalado. No mucha, fue más bien lloviznita; pero las primeras gotas bastaron para desatar el pánico y una multitud enloquecida invadió los muelles y se apoderó del arca.

El conde opuso resistencia y fue arrojado a las aguas del río, donde ahogado murió.