El lago

Holden Caulfield estaba escuchando los reproches de su profesor del curso de Historia. Para escapar de tan atroz letanía, pensaba en los patos del Central Park de Nueva York. ¿Adónde se iban los patos en invierno, cuando el lago se cubría de hielo? El asunto le interesaba mucho más que los egipcios y sus momias.

Lo había contado Salinger, en una famosa novela.

Unos cuantos años después, Adolfo Gilly, paseando sin rumbo, llegó al lago del Central Park. No había hielo. Era un mediodía de otoño, y un profesor estaba leyendo esas páginas de Salinger, en voz alta, a sus alumnos.

Los muchachos escuchaban, sentados en rueda. Entonces, una escuadra de patos se acercó nadando a toda velocidad. Los patos se quedaron allí, pegados a la orilla, mientras el profesor leía las palabras que hablaban de ellos.

Después, el profesor se fue, seguido por sus alumnos. Y se fueron, también, los patos.