En el siglo doce, cuando el agua era gratuita como el aire y no existían las marcas, el Papa y la mosca se encontraron al pie de una fuente.
El Papa Adriano IV, único pontífice inglés de toda la historia del Vaticano, había vivido una vida muy agitada por sus guerras incesantes contra Guillermo el Malo y Federico Barbarroja. De la vida de la mosca, no se conocen acontecimientos dignos de mención.
Por milagro divino o fatalidad del destino, sus caminos se cruzaron en la fuente de agua de la plaza del pueblo de Agnani, un mediodía del verano del año 1159.
Cuando el Santo Padre, sediento, abrió la boca para recibir el chorro, el díptero insecto se le metió en la garganta. La mosca se introdujo por error en ese lugar que no era para nada interesante, pero sus alas no pudieron salir y los dedos del Papa no pudieron sacarla.
En la batalla, perecieron los dos. El Papa, atragantado, murió de mosca. La mosca, prisionera, murió de Papa.