Los caminos del agua

Le cayó muy simpático. Caetano no lo conocía. El muchacho, que andaba por la playa vendiendo cangrejos, lo invitó a dar una vuelta en su barca.

Me gustaría —dijo Caetano—, pero no puedo. Tengo cosas que hacer. Compras, trámites

Fueron. En barca fueron al mercado y al banco y al correo y a otros lugares. A lo largo de la costa, desde las orillas, penetraron la ciudad; y por el puro gusto de mirarla, se demoraban flotando en la mar serena.

Y así ocurrió el segundo descubrimiento de San Salvador de Bahía. Una ciudad era la ciudad caminada, ese barullo que jamás se queda quieto, y muy otra era la ciudad navegada. Caetano Veloso nunca la había andado así, desde lo mojado, desde lo callado.

A la caída de la tarde, la barca devolvió a Caetano a la playa donde lo había recogido. Y entonces, él quiso saber cómo se llamaba ese muchacho que le había revelado la otra ciudad que la ciudad era. Y de pie sobre la barca, el cuerpo negro brillando a la luz del último sol, el muchacho dijo su nombre:

—Yo me llamo Marco Polo. Marco Polo Mendes Pereira.