A lomo de mula, a lomo de moto, a lomo de si mismo, Federico Ocaranza recorre las montañas de Salta. Él anda curando bocas en esas soledades, en esas pobredades. La llegada del dentista, el enemigo del dolor, es una buena noticia; y allá las buenas noticias son pocas, como poco es todo.
Federico juega al fútbol con los niños, que raras veces visitan la escuela. Ellos aprenden lo que saben pastoreando cabras y persiguiendo alguna pelota de trapo entre las nubes.
Entre gol y gol, se divierten burlándose de los cóndores. Se acuestan sobre el suelo de piedra, con los brazos en cruz, y cuando los cóndores se lanzan al ataque, los muertitos pegan el brinco.