Cuando Manuel tenía un año y medio, quiso saber por qué no podía agarrar el agua con la mano. Y a los cinco años, quiso saber por qué se muere la gente:
—Y morir, ¿qué es?
—¿Mi abuela se murió porque era viejita? ¿Y por qué se murió un nene más chico que yo, que lo vi ayer en la tele? —¿Los enfermos se mueren? ¿Y por qué se mueren los que no están enfermos?
—¿Los muertos se mueren por un rato o se mueren del todo?
Al menos, Manuel tenía respuesta para la pregunta que más lo mortificaba:
—Mi hermano Felipe no se va a morir nunca, porque él siempre quiere jugar.