Cuatro años cumplía Diego López y aquella mañana le brincaba en el pecho la alegría, la alegría era una pulga saltando sobre una rana saltando sobre un canguro saltando sobre un resorte, mientras las calles volaban al viento y el viento batía las ventanas. Y Diego abrazó a su abuela Gloria y en secreto, al oído, le ordenó:
—Vamos a entrar en el viento.
Y la arrancó de la casa.