En cuanto recibió del presidente de la cooperativa el telegrama, cogió la moto y vino. Se hizo cargo del entierro. En la tumba mandó grabar, bajo el nombre del padre, la siguiente inscripción: Quiso el reino de Dios en la tierra.
Sabe perfectamente que el padre no lo hubiera dicho nunca con esas palabras. Pero está seguro de que la frase expresa correctamente lo que el padre quería. El reino de Dios en la tierra significa la justicia. Tomás deseaba un mundo en el que reinase la justicia. ¿No tiene derecho Simón a expresar la vida del padre con su propio vocabulario? ¡Ése es el eterno derecho de los deudos!
Tras tanto andar errante, el regreso, está escrito en el panteón sobre el féretro de Franz. La frase puede interpretarse como un símbolo religioso: andar errante por la vida terrenal, el regreso al seno de Dios. Pero los informados saben que la frase tiene también su sentido plenamente profano. Además, Marie-Claude habla de ello a diario: Franz, el bueno de Franz, no soportó la crisis de los cincuenta. ¡En manos de qué pobre chica fue a caer! Ni siquiera era guapa. (¿Visteis esas enormes gafas que la tapaban casi por completo?). Pero un hombre, cuando llega a los cincuenta, vendería su alma por un pedazo de cuerpo joven. ¡La única que sabe lo que sufría por ese motivo es su propia mujer! ¡Para él era una verdadera tortura moral! Porque Franz era, en el fondo de su alma, una persona buena y honrada. ¿Cómo explicarse, si no, ese absurdo, desesperado viaje a no sé que parte de Asia? Fue a buscar la muerte. Sí, Marie-Claude lo sabe con seguridad: Franz buscaba conscientemente la muerte. En el último momento, cuando se estaba muriendo y ya no tenía necesidad de mentir, no quería verla más que a ella. No podía hablar, pero al menos le daba las gracias con los ojos. Con la mirada le pedía que le perdonase. Y ella le había perdonado.