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Al día siguiente subieron todos a los autobuses y atravesaron toda Tailandia hasta la frontera con Camboya. Por la noche llegaron a una pequeña aldea, donde habían alquilado unas casas construidas sobre pilotes. El río que amenazaba con inundaciones obligaba a la gente a vivir arriba, mientras abajo, entre los pilotes, se apiñaban los cerdos. Franz durmió en una habitación con otros cuatro profesores. En sueños oía el gruñido de los puercos, que venía de abajo y, a su lado, el ronquido de un famoso matemático.

Por la mañana volvieron a subir todos a los autobuses. Dos kilómetros antes de llegar a la frontera estaba ya prohibida la circulación. No había más que una estrecha carretera vigilada por el ejército que conducía al puesto fronterizo. Allí se detuvieron los autobuses. Al bajar, los franceses comprobaron que los norteamericanos habían vuelto a adelantárseles y que les esperaban ya formados, encabezando la marcha. La situación era gravísima. Ya llegó el traductor y la discusión está al rojo vivo. Al final se logró un acuerdo: forman la cabeza de la marcha un norteamericano, un francés y la traductora camboyana. Después van los médicos y todos los demás van tras ellos; la actriz norteamericana se encontró a la cola de la marcha.

La carretera era estrecha y estaba flanqueada por campos de minas. A cada rato topaban con una valla: dos bloques de cemento rodeados de alambre de espino y entre ellos un paso estrecho. Tenían que ir en fila india.

Unos cinco metros delante de Franz iba un famoso poeta y cantante pop alemán, que había escrito ya novecientas treinta canciones contra la guerra y por la paz. Llevaba una larga pértiga con una bandera blanca que hacía juego con su barba negra y lo diferenciaba de todos los demás.

A lo largo de la extensa columna corrían los fotógrafos y las cámaras. Disparaban sus aparatos, hacían zumbar sus cámaras, corrían hacia delante, se detenían, se alejaban, se ponían en cuclillas y volvían a levantarse y a correr hacia delante. De vez en cuando llamaban por su nombre a un hombre o una mujer famosos, de modo que se volviesen instintivamente hacia ellos y en ese momento apretaban el disparador.