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¿Cómo es posible que los intelectuales de izquierdas (entre los cuales se contaba precisamente el médico del bigote pelirrojo) estén dispuestos a participar en una marcha contraria a los intereses de un país comunista, a pesar de que el comunismo siempre hubiera formado parte de la izquierda?

Cuando los crímenes del país llamado Unión Soviética se hicieron demasiado escandalosos, las personas de izquierdas se encontraron con dos posibilidades: escupir sobre lo que hasta entonces había sido su vida o (con mayores o menores titubeos) incluir la Unión Soviética entre los obstáculos de la Gran Marcha y seguir andando.

Como ya dije, lo que hace que la izquierda sea la izquierda es el kitsch de la Gran Marcha. La identidad del kitsch no viene dada por una estrategia política, sino por imágenes, metáforas, por un vocabulario. Por eso es posible transgredir la costumbre y participar en una marcha en contra de los intereses de un país comunista. Pero no se puede reemplazar una palabra por otras. Es posible amenazar con los puños al ejército vietnamita. Pero no es posible gritarle «¡abajo el comunismo!». Porque «¡abajo el comunismo!», es la consigna de los enemigos de la Gran Marcha y quien no desee perder su identidad debe permanecer fiel a la pureza de su propio kitsch.

Digo esto solamente para explicar el malentendido entre él médico francés y la actriz norteamericana, que en su egocentrismo pensaba que había sido víctima de la envidia o la misoginia. En realidad lo que el francés había manifestado era un fino sentido estético: palabras como «el presidente Carter», «nuestros valores tradicionales», «la barbarie comunista», formaban parte del vocabulario del kitsch norteamericano y no tenían nada que hacer en el kitsch de la Gran Marcha.