Regresaron al coche en silencio. Ella reflexionaba: Todas las cosas y las personas aparecen disfrazadas. Una vieja ciudad checa se cubrió de nombres rusos. Los checos que fotografiaban la ocupación trabajaban en realidad para la policía secreta. El hombre que la había enviado a la muerte llevaba la máscara de Tomás. El policía aparecía como ingeniero y el ingeniero quería jugar el papel del hombre de Petrin. La señal del libro en su piso era falsa y su función era conducirla por el camino equivocado.
Ahora que se acordaba del libro que había cogido, se dio de pronto cuenta de algo y se sonrojó:
¿Cómo era aquello? El ingeniero dijo que iba a traer café. Ella se acercó a la librería y sacó el Edipo de Sófocles. Después el ingeniero regresó. ¡Pero sin café!
Volvía a recordar aquella situación una y otra vez: ¿Cuánto tiempo había estado fuera cuando fue a buscar café? Al menos un minuto, probablemente dos, quizá tres. ¿Pero qué había estado haciendo durante tanto tiempo en aquella antesala de miniatura? ¿Habría ido al water? Teresa trata de recordar si había oído cerrarse la puerta o correr el agua. No, seguro que no oyó el agua, si no lo recordaría. Y está casi segura de que la puerta no hizo ruido alguno. Entonces, ¿qué hizo en aquella antesala?
De pronto todo le parecía claro, demasiado claro. Si quieren cogerla en la trampa, no les basta el simple testimonio del ingeniero. Necesitan una prueba que sea irrefutable. Durante aquel período sospechosamente prolongado, el ingeniero instaló una cámara en la antesala. O, lo que es más probable, le abrió la puerta a alguien provisto de una cámara fotográfica y que les hizo fotos oculto tras la cortina.
No hace más de un par de semanas aún se reía de Prochazka por no saber que vivía en un campo de concentración, en el que no existe vida privada. ¿Y ella? Cuando abandonó la casa de la madre, pensó, qué ingenua, que se había convertido de una vez para siempre en dueña de su intimidad. Pero el hogar de la madre se extiende por todo el mundo y alarga sus manos hacia ella. Teresa nunca podrá escapar de él.
Bajaban por las escaleras atravesando los jardines hacia la plaza en la que habían dejado el coche.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Tomás.
Antes de que tuviera tiempo de responderle alguien saludó a Tomás.