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En una banqueta vacía junto a la barra se sentó un chico que tendría unos dieciséis años. Dijo unas cuantas frases provocativas que quedaron en la conversación como queda en un dibujo un trazo equivocado que ni se puede borrar ni puede prolongarse.

—Tiene unas piernas preciosas —le dijo.

Ella le respondió cortante:

—No sé cómo hace para verlas a través de la barra.

—Se las vi en la calle —explicó, pero en ese momento ella ya no le prestaba atención y se dedicaba a atender a otro cliente.

Él le pidió que le sirviera un coñac. Ella se negó.

—Tengo ya dieciocho años —protestó.

—Entonces, enséñeme su documentación —dijo Teresa.

—No se la enseño —dijo el chico.

—Entonces, tómese un zumo —dijo Teresa.

El chico se levantó sin decir palabra de la banqueta del bar y se marchó. Al cabo de media hora regresó y volvió a sentarse junto a la barra. Sus gestos eran desmedidos y olía a alcohol a tres metros de distancia.

—Una limonada —dijo.

—¡Está borracho! —dijo Teresa.

El chico señaló hacia un letrero impreso colgado en la pared, detrás de Teresa: Prohibido servir bebidas alcohólicas a los menores de dieciocho años.

—Está prohibido que me sirva bebidas alcohólicas —dijo señalando a Teresa con un amplio gesto de la mano—, pero lo que no dice en ningún sitio es que yo no pueda estar borracho.

—¿Dónde se ha puesto usted así? —preguntó Teresa.

—En el bar de enfrente —se rió y volvió a pedir su limonada.

—Entonces, ¿por qué no se quedó allí?

—Porque quiero verla —dijo el chico—. ¡Estoy enamorado de usted!

Lo dijo con una extraña mueca en la cara. Teresa no comprendía: ¿se ríe de ella?, ¿coquetea?, ¿bromea?, ¿o simplemente está borracho y no sabe lo que dice?

Le puso una limonada y dedicó su atención a los demás clientes. La frase «estoy enamorado de usted» parecía haber agotado al muchacho. Ya no dijo nada más, dejó silenciosamente su dinero encima de la barra y desapareció sin que Teresa lo advirtiera.

Pero en cuanto se fue, se encaró con ella un calvo bajito que llevaba ya tres vodkas:

—Señora, usted sabe perfectamente que a los menores no se les puede servir alcohol.

—¡Si no le di nada! ¡Sólo limonada!

—¡Me fijé perfectamente en lo que le ponía en la limonada!

—Pero ¿qué dice? —gritó Teresa.

—Otra vodka —dijo el calvo y añadió—: Hace tiempo que la vengo observando.

—Entonces, aproveche que le dejan mirar a una mujer guapa y cierre el pico —respondió un hombre alto que se había acercado a la barra poco antes y había estado observando la escena.

—¡Usted no se meta! ¡Esto no tiene nada que ver con usted! —gritó el calvo.

—Pues a ver si me explica qué tiene usted que ver con esto.

Teresa le sirvió al calvo la vodka que había pedido. Se la bebió de un trago, pagó y se marchó.

—Muchas gracias —le dijo Teresa al hombre alto.

—No tiene importancia —dijo el hombre alto y también se marchó.