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La madre se suena la nariz ruidosamente, le habla a la gente de su vida sexual, enseña su dentadura postiza. Con la lengua sabe darle la vuelta dentro de la boca con asombrosa habilidad, de modo que, en medio de una amplia sonrisa, el maxilar superior cae hacia la parte inferior de la dentadura, adquiriendo su cara de repente un aspecto horrible.

Su actuación no es más que un solo gesto brusco, con el cual se desprende de su belleza y de su juventud. En la época en que nueve pretendientes se arrodillaban en círculo a su alrededor, ella cuidaba celosamente su desnudez. Es como si el nivel de vergüenza pretendiera expresar el nivel de valor que tiene su cuerpo. Ahora, cuando prescinde de la vergüenza, lo hace de modo radical, como si con su desvergüenza quisiera hacer una solemne tachadura sobre su vida y gritar que la juventud y la belleza, que había sobrevalorado, no tienen en realidad valor alguno.

Me parece que Teresa es una prolongación de ese gesto con el que su madre arrojó lejos de sí su vida de mujer hermosa.

(Y si la propia Teresa tiene movimientos nerviosos y gestos poco armoniosos, no podemos extrañarnos: aquel gran gesto de la madre, salvaje y autodestructivo, ha quedado dentro de Teresa, ¡se ha convertido en Teresa!).