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Cuando constató que lo había perdido todo, se puso a buscar al culpable. Todos tenían la culpa: culpable era el primer marido varonil y no amado, que no le hizo caso cuando le susurró al oído que tuviera cuidado; culpable era el segundo marido, no varonil y amado, que la arrastró de Praga a una pequeña ciudad y que perseguía a una mujer tras otra, de modo que ella no dejaba nunca de estar celosa. Ante ambos maridos era impotente. La única persona que le pertenecía y no podía huir, el rehén que podía pagar por todos los demás, era Teresa.

Por lo demás es posible que ella fuera efectivamente la culpable del destino de su madre. Ella, es decir ese absurdo encuentro entre el espermatozoide más varonil y el óvulo más hermoso. En ese instante fatal que se llama Teresa fue dada la señal de partida de la larga carrera de la vida arruinada de la madre.

La madre le explicaba permanentemente a Teresa que ser madre significa sacrificarlo todo. Sus palabras resultaban convincentes porque tras ellas estaba la vivencia de una mujer que lo había perdido todo por su hija. Teresa la oye y cree que el principal valor de la vida es la maternidad y que la maternidad es un gran sacrificio.

Si la maternidad es el Sacrificio personificado, entonces el sino de la hija significa una Culpa que nunca es posible expiar.