A diferencia de Parménides, para Beethoven el peso era evidentemente algo positivo. «Der Schwer gefasste Entschluss», una decisión de peso, va unida a la voz del Destino («es muss sein»); el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos: sólo aquello que es necesario, tiene peso; sólo aquello que tiene peso, vale.
Esta convicción nació de la música de Beethoven y, aunque es posible (y puede que hasta probable) que sus autores hayan sido más bien los comentaristas de Beethoven y no el propio compositor, hoy la compartimos casi todos: la grandeza del nombre consiste en que carga con su destino como Atlas cargaba con la esfera celeste a sus espaldas. El héroe de Beethoven es un levantador de pesos metafísicos.
Tomás partió hacia la frontera suiza y yo me imagino al propio Beethoven, melenudo y huraño, dirigiendo la orquesta de los bomberos locales y tocándole, para su despedida de la emigración, una marcha llamada «¡Es muss sein!».
Pero luego Tomás atravesó la frontera checa y se topó con una columna de tanques soviéticos. Tuvo que detener el coche en un cruce de caminos y esperar media hora a que pasaran. Un horrible soldado en uniforme negro dirigía el tráfico en el cruce, como si todas las carreteras checas fueran de su propiedad.
«Es muss sein», repetía Tomás, pero pronto empezó a dudarlo: ¿de verdad tenía que ser así?
Sí, era insoportable permanecer en Zurich e imaginarse a Teresa viviendo sola en Praga.
¿Pero cuánto tiempo le torturaría la compasión? ¿Toda la vida? ¿O todo un año? ¿O un mes? ¿O sólo una semana?
¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo podía comprobarlo?
Cualquier colegial puede hacer experimentos durante la clase de física y comprobar si determinada hipótesis científica es cierta. Pero el hombre, dado que vive sólo una vida, nunca tiene la posibilidad de comprobar una hipótesis mediante un experimento y por eso nunca llega a averiguar si debía haber prestado oído a su sentimiento o no.
Con estos pensamientos abrió la puerta de la casa. Karenin le saltó a la cara y le hizo así más fácil el momento del encuentro. Las ganas de abrazar a Teresa (unas ganas que aún sentía en Zurich, en el momento de subir al coche) habían desaparecido por completo. Le parecía que estaba frente a ella en medio de una planicie nevada y que los dos temblaban de frío.