CAPÍTULO 27
Kelkemesh

Puede ser lógico preguntarse por qué los animales, que viven de la garra y el pico y de sus impulsos más salvajes e inmediatos, no se devoran unos a otros hasta el último gusano. Y por qué los dioses no aniquilan mundos cuando tiemblan con ira divina. ¿Por qué es el hombre el único ser maldito con la guerra? La respuesta a esta pregunta es tanto histórica como evolutiva: caminamos al borde del suicidio racial porque somos lo suficientemente listos como para fabricar bombas atómicas y lo bastante estúpidos como para utilizarlas.

—De Réquiem por el Homo Sapiens, de Horthy Hosthoh.

En las profundidades de la Entidad había una estrella sin planeta conocida como la Estrella del Piloto. Era una estrella pequeña y amarilla, sin ninguna característica importante excepto ser la más cercana (topológicamente) a Gehena Luz. Cuando salí del multipliegue sobre la Estrella del Piloto, descubrí que, de todas las navesluz que corrían a través del multipliegue, sólo una había llegado. Era la Hoja de Vorpal de Soli, y brillaba a la luz de las estrellas como una torre de la Ciudad Vieja en una noche de invierno.

Envié mi imagen a la cabina de su nave, que era una esfera cálida y oscura muy similar a la mía propia. Hablé con él. Sus largos y duros músculos alaloi se retorcieron bajo su velluda panza, y me saludó.

—¿Hasta dónde has caído, Piloto? ¿Recuerdas la carrera del día después en que te convertiste en piloto? También entonces llevé siempre la delantera. Pero ahora ninguno de nosotros cruzará la línea de meta, ¿no? La estrella de tu diosa se ha vuelto supernova demasiado pronto…, las deformaciones eran cero a punto-cero, así que no hay duda de que era una supernova, No habrá más trazados más allá de esta estrella, ¿no?

—Sólo hacia casa.

—Sí, la carrera…

—La carrera ha terminado, Soli.

Le conté entonces que acababa de ser testigo de la muerte de una estrella. Le hablé de los cien mil millones de personas sin hogar que habían ayudado a causar el crecimiento del Vild.

Había sudor en su frente, sudor en su barba. No quería creer que yo había alcanzado Gehena Luz antes que él.

—No, eso es imposible —dijo—. Mis trazados fueron precisos y elegantes. Los tuyos no pueden haber sido más precisos.

—Tal vez no necesité hacer ningún trazado.

—¿Por qué no, Piloto?

Quise gritar mi demostración de la Hipótesis del Continuo. ¿Lo destrozaría la noticia de que yo había demostrado aquello por lo que él se había esforzado vanamente durante tres vidas? Muy bien, que lo destrozara.

—¿Cómo puedo explicártelo? La razón es de lo más sencillo: porque entre cualquier par de conjuntos discretos de puntos-fuente Lavi existe un…

—¡Está demostrado!

—… trazado…

—Lo has demostrado, ¿no?

—… de uno a uno.

—Sí, el bastardo Ringess y su alocado sueño…, no tan alocado, después de todo. —Alzó orgullosamente la barbilla—. ¿Cuál es la demostración, Piloto? Cuéntamela.

No le dije nada. Estuve tentado de descubrir mi reducción del esquema de correspondencias de Lavi, pero no dije nada. Por primera vez en mi vida, empezaba a comprender de verdad al Guardián del Tiempo y sus secretos.

Cuando vio que no le respondía, Soli se acarició la larga nariz y preguntó:

—¿Estás avergonzado de tu demostración? ¿Cómo puedes estarlo? Ah, pero ¿fue enteramente tu demostración? Sí, hay un poco de vergüenza en tu cerebro alocado y alterado, en todo lo que haces. No hay que envidiarte, no; hay que compadecerte.

—No es compasión lo que quiero.

—Compadece a toda esa pobre gente del Vild —dijo, sorprendentemente—. Dices que han perdido el sentido del bien y del mal. ¿No es ése el peor de los destinos? Perder lo que es necesario para vivir felizmente dentro…, dentro de los límites de…

No terminó la frase. Cerró los ojos y se esforzó por hablar. Pensó que quería decirme algo de Justine, o quizá acerca de la compasión y el perdón, pero parecía haber perdido la voz. La nuez de su garganta subía y bajaba mientras tragaba bocanadas vacías de aire.

Finalmente, se frotó los músculos del cuello.

—Sí, tú diosa te ha contado secretos —murmuró—. Cuando regresemos a la Ciudad, tendremos que proclamar una nueva misión de búsqueda. Hablaremos al Guardián del Tiempo. Tendremos que enviar una misión al Vild, para educar a esa pobre gente en los rudimentos de las matemáticas y las reglas de la civilización.

—El Guardián del Tiempo no promulgará más búsquedas —dije.

—¿Hablas como un scryta o como un criminal temeroso de pagar por sus crímenes?

—Soli, tengo que hablarte sobre el Guardián del Tiempo.

—Sí, me dirás las palabras de tu diosa.

—Palabras verdaderas. En realidad…

—Cuéntame la verdad, no mentiras —dijo.

—Te diré lo que sé, lo que he deducido. Y lo que he visto. Te lo diré todo.

Abrió los ojos, húmedos y azules como el mar helado.

—Dime cómo hacer que el amor dure. ¿No es ése el secreto del universo?

Poco después de esto (fueron realmente muchos días de tiempo real), las otras navesluz empezaron a caer cerca de nosotros. Li Tosh, el Sonderval y Alark de Urradeth…, al menos mis viejos amigos habían sobrevivido. Y los pilotos de Soli: Salmalin, y Chanoth Chen Cicerón en su segmentada Hilador Ágil salió también, y esperamos un poco más. De los ciento doce que habían partido hacia Gehena Luz, sólo cuarenta y uno salieron en torno a la Estrella del Piloto. Los demás, supusimos, debían haber muerto, asesinados en la batalla o perdidos en el multipliegue. (En ese momento, naturalmente, nadie sabía que no todos los pilotos habían intentado alcanzar Gehena Luz. Cinco pilotos —Kerry Blackstone, Gaylord Noy, Tonya San, el Katya y Sabri Dur li Kadir—, por locas razones propias, habían vuelto a Perdido Luz y habían continuado la guerra hasta que sólo quedó Sabri Dur. Más tarde, descubrí que al menos veintiocho pilotos habían abandonado la búsqueda de Gehena Luz. Habían visto el extraño multipliegue dentro de la Entidad y, para su vergüenza, habían huido de regreso a Neverness).

Celebramos otro cónclave. Soli me sorprendió al difundir rápidamente la noticia de que el Gran Teorema había sido resuelto. Creo que esto debió excitar más a mis compañeros pilotos que el descubrimiento sobre el Vild.

—Esto lo cambiará todo —dijo Li Tosh a las imágenes de los otros pilotos. Se apartó el pelo castaño de los ojos, y leí en ellos los principios del asombro—. Deberíamos honrar al Ringess por sus brillantes descubrimientos.

—Sí, ¿y cómo debería ser honrado el Ringess? —preguntó Soli a los cuarenta pilotos congregados en la cabina de mi nave. Y otra vez me sorprendió diciendo—: Nunca jamás debe un piloto caer contra otro piloto. La guerra nos degrada, ¿no es así? Si, para terminar esta guerra, mi tiempo como Lord Piloto debe terminar, entonces ninguno de vosotros debe volver a llamarme Lord Piloto.

Se volvió hacia su viejo amigo Salmalin, que se acariciaba la piel llena de verrugas de su barbilla y paseaba la mirada entre Soli y yo. También había asombro en sus ojos.

—Podéis llamar al Ringess «Lord Piloto», si eso es lo que decidís —dijo Soli.

Salmalin resopló sorprendido, asombrado de que Soli abandonara su cargo por mí. Y entonces, como una ola, el asombro barrió las caras de los otros pilotos, despojándoles de la razón. Nunca he comprendido el virus de servidumbre que infecta a los seres humanos. La mayoría de ellos me idolatraban un poco, y yo odiaba aquello. Proyectaban sus propios sueños y deseos en mí. De algún modo, yo era un vehículo para sus voluntades colectivas. Vi (y comprenderlo me puso enfermo), supe de repente, que para ellos yo no era ya sólo un hombre. Era algo más, o mejor, muchas cosas a la vez: creador de sueños, hallador de caminos, un líder de hombres. Inclinaron la cabeza ante mí, y treinta y cinco de ellos, incluido Soli, votaron que yo debería ser Lord Piloto. Miré sus caras cuajadas de asombro con esa incómoda mezcla de emociones que todos los líderes deben sentir hacia aquellos a quienes lideran: amor, desdén, ironía y orgullo.

Más tarde, cuando estuvimos a solas en la cabina de mi nave, Soli volvió a hablar conmigo.

—Enhorabuena…, Lord Piloto. Es lo que has querido siempre, ¿no?

—¿Por qué, Soli? No te comprendo. ¿Por qué esta repentina humildad?

Me miró, pero había poco asombro en sus ojos; sólo tristeza y cansancio.

—La carrera ha terminado, pero continúa —dijo—. Sí, eres Lord Piloto ahora, y te preguntas por qué. ¿Debe serte dicho? Sí, se te dirá, porque pronto lo sabrás por tu cuenta: alzarte como un dios entre tus compañeros pilotos…, no hay gloria en eso. Sólo la continua tentación de la arrogancia. Y la arrogancia nos degrada, ¿no? Toda la vida engañándome para…, pero ahora, después de todo, hay una cierta…, es difícil emplear esta palabra…, iluminación. Sí, la arrogancia es el peor crimen. Y por eso te voté para Lord Piloto. Es mi venganza.

De esta forma, muy lejos por encima de la bomba de hidrógeno color azafrán que era la Estrella del Piloto, me convertí en el Lord Piloto de nuestra Orden. Debería haber sido un momento feliz, un momento lleno orgullo y exultación, el mayor momento de mi vida. Pero fue un momento amargo, tan amargo como el hueso de una fruta yu. Era por fin Lord Piloto, pero Bardo había desaparecido, y yo tenía promesas que cumplir.

* * *

Regresé a Neverness el segundo día del invierno profundo del año 2934. Había pasado casi un año desde mi huida de la celda del Guardián del Tiempo. Intiempo, debí haber envejecido diez años; me sentía más viejo, profundizado por mis crímenes, cambiado. Medio esperaba que mi Ciudad hubiera cambiado también. Pero me saludó con la misma cara fría y eterna que siempre había conocido. Era la cara de piedra congelada con los remolinos de nieve, una cara blanca y helada veteada de calles rojas y púrpura. Hizo frío aquel año, incluso los historiadores lo admiten. Algunos, bromeando, lo bautizaron el Año de los Muertos, porque (decían) los días muertos del invierno profundo habían empezado muy pronto. Pero todos sabíamos su auténtica razón: el día sexto, el Colegio de Pilotos hizo planes para cincelar los nombres de los pilotos perdidos y muertos en la Tumba del Piloto Perdido, que se alza al pie de Attakel, cerca del hermoso saliente de granito conocido como Nuestra Señora de las Rocas.

Una cosa había cambiado en la Ciudad. El Guardián del Tiempo ya no dominaba. Mientras los pilotos librábamos nuestra batalla en torno a Perdido Luz, los lores de la Orden libraron una batalla diferente dentro de las frías torres y salones de la Academia. Nikolos el Anciano había persuadido por fin al Colegio de Lores para poner restricciones a los poderes del Guardián del Tiempo. A medida que pasaban los días, los lores habían cambiado varios de los más antiguos cánones de nuestra Orden. Con el reemplazamiento del séptimo canon, unos treinta días antes de mi regreso, el Guardián del Tiempo debió suponer que pronto podría ser reemplazado. Los lores habían roto una tradición de mil años. Decidieron que el Lord de la Orden podía ser depuesto mientras aún estaba vivo, y más aún, que cualquier lord, incluso uno tan bajo como el Lord Fantasista, podía ser Lord de la Orden. Hubo también otros cambios. Por ejemplo: no se permitiría al Guardián del Tiempo encerrar a ningún piloto, ni despojar a ningún maestro de su rango; nunca más se permitiría al Guardián del Tiempo (o a ningún Lord de la Orden) tener un ejército privado de robots tutelares.

Cuando los pilotos supervivientes dejamos las naves en las Cavernas de las Navesluz, toda la Academia (y muchos extremos y alienígenas) se congregaron para darnos la bienvenida. Hubo un desfile como si fuera un día de carnaval; sonaron las trompetas, y hubo eiswein y kvass, y gallardetes de seda soplando al viento. Los profesionales cismáticos de la nave profunda regresaron con nosotros, e inmediatamente se pusieron a curar las heridas de nuestra Orden. Soportamos unos cuantos días salvajes y ansiosos mientras los diversos colegios celebraban sus cónclaves. Viejas rivalidades y disputas aún rugían dentro de las entrañas de algunas profesiones, particularmente entre escatólogos y mecánicos. Pero, cuando profesionales y académicos se enteraron de lo sucedido en Perdido Luz, se horrorizaron. Y, cuando la noticia del origen del Vild se extendió, se llenaron de terror en estado crudo. Hicieron las paces. Accedieron a dejar que el Colegio de Lores decidiera un nuevo «orden para la Orden», como bromeó el historiador Burgos Harsha. Ciertamente, el Guardián del Tiempo había apostado fuerte al enviar a Soli a capturar o matar a los pilotos cismáticos, y había perdido el juego. En vez de ganar tiempo para derrotar a los lores, los había alienado. Nikolos el Anciano pidió una investigación sobre el intento de asesinato de Soli, y sobre las causas de la Guerra de los Pilotos, y luego pidió la degradación del Guardián del Tiempo.

Cuando el décimo día amaneció claro y con frío profundo, incluso los maestros y lores más anticuados y reacios advirtieron que eran inminentes grandes cambios. Los lores (y me parecía extraño incluirme entre ellos) nos reunimos en el Colegio de Lores, un edificio cuadrado y majestuoso hecho de losas de blanco granito. Desde lejos parecía una brillante caja blanca hermosamente incrustada entre los pliegues blancos y azules de tierra bajo el Jardín Elfo, casi como una enorme choza de hielo cuadrada. Y era tan fría como una choza de hielo. Los lores de la Orden nos reunimos en el santuario lleno de corrientes de aire, y temblamos en nuestras túnicas formales. Lord Kolenya, con su cara de luna, y Lord Nikolos, el Lord Akáshico y el Lord Cético…, todos los lores excepto el Horólogo estaban allí. Nos sentamos ante una fría mesa carente de adornos. Es curioso cuánto pueden influir el clima y la incomodidad en los asuntos de los seres humanos. Bebimos nuestras humeantes tazas de café y nos frotamos las manos. Tomamos una decisión rápida y fría: el Guardián del Tiempo dejaría de serlo. Por el momento, no habría Lord de la Orden. Y entonces suspendimos la reunión y salimos a la calle para anunciar la noticia a los maestros, aspirantes y novicios que esperaban.

Lord Harsha se reunió conmigo en las resbaladizas escalinatas ante el Colegio. Tras mirar a derecha e izquierda a los demás lores y profesionales, inclinó amablemente la cabeza.

—Enhorabuena, Mallory, siempre he esperado de ti grandes cosas —dijo. Y entonces me hizo la pregunta que todo el mundo debía estar formulándose—: ¿Quién se lo dirá al Guardián del Tiempo? No querría estar presente cuando se entere.

—Yo se lo diré —dije—. Y sería mejor si los lores estuvieran presentes cuando lo haga.

—Vamos, Mallory —dijo Lord Harsha, mientras se quitaba el hielo de los pelos del bigote. (Era el mismo Burgos Harsha que había dirigido la infame Carrera de los Pilotos cinco años antes, el amigo de mi madre. Había sido elevado a Lord Historiador cuando Tutu Lee, que siempre había sido uno de los más fieles admiradores del Guardián del Tiempo, resbaló en el hielo, se abrió la cabeza y murió)—. Vamos, Mallory, sólo porque fuera irritante que el Guardián del Tiempo te encarcelara… Sí, sí, fue irritante, pero fue una mala época, ¿recuerdas? ¿Qué opción tenía…?

—El Guardián del Tiempo debe ser informado —dije.

Al día siguiente, algunos de los lores se reunieron en lo alto de la Torre del Guardián del Tiempo. Otros prominentes pilotos y profesionales habían sido invitados a ser testigos de la ceremonia formal por la que «honraríamos» los muchos años de servicio del Guardián del Tiempo. El Sonderval y Li Tosh vinieron por petición mía. No esperaba que Soli sufriera esta humillación final, pero me sorprendió anunciando que asistiría. Había otra sorpresa esperándome cuando llegué en trineo a las puertas de arco. Mi madre salió patinando de entre la multitud de profesionales curiosos que circundaban la Torre y se me acercó directamente.

—Lord Piloto —dijo, y me tocó el pelo allá donde la piedra de Seif había aplastado mi cabeza—. Hijo mío, te hemos hecho. El Lord Piloto.

—¡Madre, estás viva!

Las puertas de la Torre se abrieron. Li Tosh y Rodrigo Díaz, el Lord Mecánico, se hallaban en el umbral, esperando. Anochecía, y los cientos de hermanos y hermanas de nuestra Orden se alineaban bajo los numerosos globos llama de la deslizadera. Sus pieles (estaba casi demasiado oscuro para ver sus colores) se agitaban al viento. Parecía que todo el mundo me estaba mirando.

—Me preocupaba que te hubieran matado —dije.

—¿No te he enseñado? ¿A preocuparte sólo por problemas preocupantes? No hay necesidad de preocuparse.

Pero yo estaba muy preocupado; estaba tremendamente preocupado. Leí la cara de mi madre, buscando los avisos del miedo, de la preocupación. Pero no había miedo. En cierto modo, la mujer que se apoyaba en mi hombro para sostenerse mientras se quitaba las cuchillas de los patines no era mi madre; mi madre había muerto el primer día que conoció al guerrero poeta.

—¿Vendrás a la Torre conmigo? —pregunté.

—Naturalmente —dijo. Sonrió tranquilamente. De su cara habían desaparecido los tics que siempre la habían afligido. Y, en su lugar, nada—. ¿No me he preparado para este momento toda mi vida?

Realmente, se había preparado demasiado bien. Más tarde, ese mismo día, me enteré del rumor de que mi madre había pasado el último año tratando de persuadir a varios lores de que el Guardián del Tiempo debía ser depuesto. Los había persuadido bajo amenazas de asesinato. Muchos creían que el resbalón del viejo Tutu Lee en el hielo no había sido tal cosa. Burgos Harsha, después de todo, era amigo de mi madre, y ahora era Lord Historiador. Pero ¿cómo podía reprocharle yo a mi madre el ser una asesina? Parte de su cerebro (tal vez todo su cerebro, desde la amígdala hasta la corteza) había sido remedado. Estaba seguro. Y, por tanto, no era mi madre. Me lo dije una y otra vez: no era mi madre.

Soli llegó entonces, vestido solamente con sus formales ropas negras. Cuando Salmalin le preguntó si se había olvidado de sus pieles, Soli se quitó el hielo de los patines y contestó:

—Mi cuerpo debe acostumbrarse al frío. —Se esforzó por no mirarnos a mi madre ni a mí. Se volvió para saludar al Lord Mecánico y a otros viejos amigos.

Hacía un frío azul, demasiado para estar allí de pie charlando, así que subimos a la Torre. El Guardián del Tiempo nos recibió con una graciosa inclinación de cabeza y nos invitó a colocarnos ante los paneles de cristal curvo de las ventanas. Me apreté entre mi madre y Knut Osen el Emancipado, el Lord Ecólogo. Eramos doce lores y maestros, y miramos al Guardián del Tiempo, que recorría las pieles blancas del centro de la habitación mientras nos miraba.

—¿Y bien?

El Guardián del Tiempo, con sus ropas rojas y sueltas, parecía tan tenso e inquieto como un lobo hambriento. Sus músculos vibraban como las cuerdas de un arpa bajo la piel de su cuello. Su cara, con sus ángulos afilados y el ceño fruncido, había cambiado sutilmente. Tal vez eran sus ojos, aquellas brillantes canicas negras que rodaban de izquierda a derecha mientras nos miraba desafiante. Sus ojos eran fríos, despiadados y pacíficos. Debí de haberme sentido inmediatamente receloso. Había avisos en la forma comedida en que hizo su saludo, y avisos también en las rápidas miradas a través del llano de los Campos Huecos que brillaba en la distancia. Pero no pude interpretarlos. Era un hombre destrozado, me recordé, y los hombres destrozados ejecutan programas nuevos y desesperados. Probablemente su sangre resonaba con nepente o cualquier otro eufórico. Le observé con la atención con que un devaki observa el aklia de una foca. Juré en silencio que, mientras permaneciera en su Torre, no apartaría los ojos de él.

Se colocó junto a uno de sus viejos relojes mientras miraba alternativamente la panza de Nikolos el Anciano y sonreía torvamente a Soli. El péndulo de bronce del reloj oscilaba de un lado a otro, y oí el tictac. La habitación, como siempre, estaba llena del tictac de los relojes. Presté atención al tictac de acero y madera, a los latidos, pings y bips de los relojes por toda la sala. Mi corazón redobló como un tambor cuando los ojos del Guardián del Tiempo se fijaron en los míos.

—¿Oyes el tictac, Mallory, mi valiente y alocado Lord Piloto? —preguntó.

Sin esperar respuesta, se acercó al reloj de cristal fravashi que brillaba en uno de los estantes. Se volvió bruscamente hacia nosotros, y nos habló a todos a la vez.

Mis Lores y Maestros —empezó a decir. Enfatizó la palabra «mis», como si aún debiéramos someternos a su voluntad, como si todavía fuera Lord de la Orden—. Así que ya es la hora, ¿eh? ¿Habéis venido a decirme que mi tiempo se ha acabado?

Nikolos dibujó una mueca en su cara suave e inteligente, como si alguien acabara de cortarle la barbilla con una cuchilla afilada. Me miró, implorando en silencio que dijera algo. Di un paso al frente y tomé aliento.

—Es decisión del Colegio de Lores que tus crímenes sean perdonados —dije—. No serás desterrado. Entrega el Sello de la Orden, y se te permitirá quedarte en tu Torre.

—¿Vosotros me perdonáis a mí?

Quise decirle que yo le perdonaría cualquier cosa, porque una vez me había salvado la vida y formado mi destino cuando me dio el libro de poemas. Una parte de mí (el novicio infantil al que había enseñado el arte de la lucha) aún sentía un poco de temor hacia él.

—Olvidaremos que Bardo y otros ochenta pilotos han muerto por tu culpa.

—¡Joven piloto pomposo! ¿Qué sabes de mis crímenes? ¿Qué sabes de nada?

—Entrega el Sello —dije. A mi espalda, Burgos Harsha y Lord Parsons murmuraron que el Guardián del Tiempo debería entregarnos el Sello formalmente, sin demora. Miré al otro lado de la habitación el Sello de la Orden, que tictaqueaba sobre su tarima pulida. Incluso a nueve metros de distancia, pude oler el amargo y recién aplicado barniz de aceite yu.

—El Ringess me pide el Sello de la Orden —dijo él—. Y, si se lo doy, ¿entonces qué? ¡Pensáis en cambiar la Orden! Ja, ¿cómo lo haréis? —Su voz bajó al timbre de un gong—. He visto cambios en mis tiempos, pero el hombre siempre permanece igual.

Pensé en la semilla divina que vivía dentro de mi cabeza, en el Gran Teorema y en otras cosas.

—No, no siempre igual —dije.

—Un hombre y sus crímenes.

Dejó que sus palabras resonaran de oído en oído. La forma en que dijo «crímenes» era un aviso. Un recuerdo empezó a formarse, y experimenté la asfixiante sensación de que debería saber exactamente a qué crímenes se refería.

Los ojos del Guardián del Tiempo nos recorrieron, y se demoraron un momento en Soli.

—Bien, Mallory, si dejo de ser el Guardián del Tiempo, ¿quién se encargará del trabajo duro, eh?

—¿Quién asesinará, es eso lo que quieres decir?

—¿Fui yo quien intentó asesinar a Soli?

Hubo más avisos en los sonidos sibilantes de «asesinar», y de repente lo supe.

—Sí —dije—. La primera vez que Soli estuvo a punto de ser asesinado…, fue tu crimen, creo. —Me volví hacia Soli, que miraba a través de la ventana las luces de la Ciudad. Finalmente le miré a los ojos y expliqué—: Fue el Guardián del Tiempo quien intentó asesinarte el día de la Carrera de los Pilotos.

—¿Es eso cierto? —preguntó Soli. Se quedó quieto como un cazador, y miró al Guardián del Tiempo. Aunque fingía un frío desapego, un cético aspirante podría haber visto que estaba furioso—. ¿Por qué lo hiciste?

Mi madre le cogió del codo.

—He vivido suficiente. Para que sepas que soy inocente. Ahora es demasiado tarde.

Soli zafó su brazo y escupió.

—Sí, eres inocente de ese intento de asesinato.

—Es cierto —dijo el Guardián del Tiempo—. Es demasiado tarde.

—¿Por qué querías verme muerto? —le preguntó Soli.

Me froté la nariz.

—Háblanos de la Entidad —dije—. ¿Por qué nos advertirían los dioses contra Ella?

—¿Es eso verdad? —le preguntó Soli.

El Guardián del Tiempo se volvió súbitamente, y sus palabras sacudieron a Soli como un látigo.

—¡Por supuesto que es verdad! Diré ahora lo que he dicho antes: ¡Mierda para los ieldra y sus malditos secretos! Cuando regresaste del núcleo, toda tu maldita charla sobre las Antiguas Eddas…, me obligaste a promulgar la Búsqueda. Hay algunas cosas que no debemos conocer, pero no quisiste escucharme. —Se acercó a Soli. Cerró el puño—. ¿Por qué no quisiste escucharme, Leopold? —preguntó—. Sí, es tu maldito orgullo. ¡Cómo hablabas de tu maldito descubrimiento, hablabas y bebías tu repugnante skotch en tu maldito bar! Hiciste que todos los novicios de la Ciudad soñaran con tus ieldra y sus Eddas. Te pedí que guardaras silencio. Te lo dije; te advertí; pero no quisiste escuchar. Tuviste que discutir conmigo. «La verdad es la verdad», me dijiste. ¡Maldita sea tu verdad! Leopold, ¿por qué no quisiste escuchar?

—Sí, es verdad —dijo Soli sarcásticamente—. Trataste de asesinarme porque no quise escuchar.

—¿Qué es entonces lo que el hombre no debería conocer? —le pregunté al Guardián del Tiempo—. Dímelo, necesito saberlo.

Soli estampó su puño enguantado de negro en la palma abierta de la otra mano. Se inclinó ante el Guardián del Tiempo.

—¿Quién debería juzgarte? —dijo—. Sí, ¿quién juzga al juez? Tú y yo hemos mantenido una larga carrera, ¿no? Pero se acabó. Es hora de que entregues el Sello.

El Guardián del Tiempo miró a uno de sus relojes y sonrió sombríamente.

—Sí, es hora —dijo. Dio una vuelta por la habitación, y se plantó ante el Sello de la Orden. Colocó las manos en la caja de acero del reloj.

—¡Con cuidado! —murmuró Nikolos tras de mí, mientras Burgos Harsha inspiraba rápidamente. Muchos de los lores se susurraban unos a otros; la habitación siseaba con los susurros.

El Guardián del Tiempo se acercó a nosotros con el Sello pegado al cuerpo. Oí su rítmico tictac. Dentro de la ventana de cristal del Sello, vi la imagen blanca y azul de la Vieja Tierra orbitando en torno al Sol. El Guardián del Tiempo se detuvo ante mí, y el tictac se hizo más fuerte. Medio sospeché que el Sello era una falsificación, una réplica de reloj convertida en algún tipo de arma. Temí que pudiera estallar.

—¿A quién debo entregárselo? —preguntó—. ¿Lo aceptará el Lord Piloto?

Tuve que recordarme que yo era ahora el Lord Piloto. Abrí las manos y las extendí. Mientras él me tendía el Sello, el tictac se hizo aún más fuerte. Fui muy consciente de la maquinaria de todos los relojes de la Torre.

—El Sello de la Orden —dijo el Guardián del Tiempo. Se detuvo un momento, y luego apretó el reloj fuertemente contra su pecho, como una madre devaki amamanta a su bebé. Parecía esperar algo. Casi pude oírle contar para sí.

—¡Lores! —dijo—. Decís que debo entregar el Sello de la Orden. Bien. Aquí está.

—¡Mallory! —gritó mi madre.

Mis ojos se clavaron en los del Guardián del Tiempo mientras él dejaba caer el Sello en mis manos. Era más pesado de lo que esperaba; casi lo solté.

—No preguntes por quién doblan las campanas —dijo el Guardián del Tiempo, citando uno de sus infames poemas—, doblan por ti.

El Sello dio una sola campanada, y entonces quedó en silencio. Sentí un miedo alocado e irracional a haber hecho algo mal, quizá lo había sujetado con demasiada fuerza y había dañado de algún modo el mecanismo interior. Sacudí el Sello junto a mi oído. Nada. De repente advertí que la Torre se había vuelto súbitamente silenciosa. Oí latir mi corazón; aparte de la respiración de los otros lores y maestros, era el único sonido que oía. Todos los relojes de la habitación se habían quedado en silencio al mismo tiempo. El múltiple tictac se había detenido. Los péndulos estaban quietos, y los biorrelojes estaban muertos, y las arenas de cobalto de los relojes de arena se habían agotado.

—Es la hora —dijo el Guardián del Tiempo. Señaló con un dedo retorcido la ventana tras nosotros—. ¡Mirad! —rugió.

No miré. Esto, entre otras cosas, me salvó. Pero Jonath Parsons y Nikolos el Anciano y Burgos Harsha…, ellos y muchos de los demás miraron por la ventana. Burgos dijo más tarde que vio un destello cegador y un brillante amasijo de nubes agruparse sobre los Campos Huecos, pero eso habría sido imposible. Sin embargo, todos sentimos sacudirse la Torre. Por los cimientos subió un temblor muy parecido a un corrimiento de hielo. De repente, las brillantes ventanas de la Torre se hicieron añicos hacia dentro. Hubo un chasquido y un rugido, una lluvia de cristal. Volaron fragmentos por todas partes. Pequeñas lanzas de cristal picotearon la base de mi cuello y mi cabeza. Burgos y unos pocos más gritaron: «¡Mis ojos!», mientras el Guardián del Tiempo se cubría los suyos con el antebrazo. Noté un viento caliente mientras la tormenta de cristales barría la habitación. Cuando la onda de choque pasó, el Guardián del Tiempo se apartó el brazo de los ojos, y vi que había un cuchillo en su mano. Era largo y plateado como una hoja de cristal. Al principio pensé que era cristal, tan rápidamente giró hacia mi cara su filo brillante.

—Así que era demasiado vieja —dijo el Guardián del Tiempo crípticamente. Entonces avanzó hacia mí, rápido como un guerrero poeta. Solté el Sello de la Orden. También yo aceleré. Mientras mi reloj interno empezaba a resonar furiosamente y el tiempo se refrenaba, empecé a vislumbrar.

—¡Mallory! —chilló mi madre.

Vi la pauta futura del cuchillo del Guardián del Tiempo mientras lo lanzaba hacia mi estómago. Vi otra cosa. Vi a mi madre saltar entre nosotros. Observé al cuchillo del Guardián del Tiempo hendir la lana bajo su pecho y clavarse hasta la empuñadura. Cuando vi este futuro, me moví rápidamente para asegurarme de que nunca sucediera. Pero, aunque vislumbraba, no era un scryta. Vi el futuro de forma imperfecta. Incluso hoy día lo veo de forma imperfecta. Traté de apartar a mi madre, pero no lo había previsto todo. El Sello golpeó la alfombra de piel y rebotó en un extraño ángulo. Apenas conseguí no tropezar con él. Eso me hizo empujarla hacia delante, ligeramente, en vez de hacia el lado. La dirigí hacia el cuchillo del Guardián del Tiempo. Cuando la hoja se hundió en su pecho, ella sonrió (tal vez fue realmente una mueca de agonía) e insertó una brillante aguja de guerrero poeta en el cuello del Guardián del Tiempo. Oí gritos y alaridos tras nosotros. Frías oleadas de aire entraron en la habitación a través de las rotas ventanas. Soli, exhalando vaho por entre sus labios cortados y sangrantes, corrió hacia el Guardián del Tiempo. Mi madre se desplomó contra mí, y la ayudé a caer a las suaves alfombras. El Guardián del Tiempo casi cayó sobre nosotros. El veneno de la aguja petrificó sus nervios y se tambaleó como una escultura de hielo hasta quedar muerto contra los fragmentos de cristal del suelo.

—¡Mirad! —exclamó alguien. Pero no tuve tiempo de mirar, porque mi madre moría sobre mi regazo. Su sangre caliente empapaba mis ropas. No habló. Tenía los ojos abiertos y me miraba. Vi que no temía a la muerte. Tal vez estaba tan dirigida por los programas del guerrero poeta que incluso daba la bienvenida a la muerte. Pensé que me había salvado no por amor, sino porque estaba programada para buscar el momento de lo posible. No debería sentirme más agradecido hacia ella de lo que lo estaría hacia un robot obediente. Y, sin embargo, estaba agradecido; mientras la vida escapaba de ella, sus toses entrecortadas me hicieron estremecer. Tal vez todos los hijos están programados de esta forma. Brillante sangre arterial brotó de sus labios, y quise creer que moría como mi madre en vez de como un guerrero poeta. Busqué la chispa de humanidad que creía debe arder dentro de cada uno de nosotros, la llama eterna, el brillante punto de luz clara.

—El Guardián del Tiempo está muerto —dijo Soli. Estaba de pie junto a nosotros, sujetándose la mano, que sangraba también. Un trozo de cristal le había cortado los dedos. Miró el cuerpo del Guardián del Tiempo—. Veneno nervioso de los guerreros poetas, ¿no es así? Tu madre sabía de esas cosas. —Y entonces, tras mirarla, dijo rápida, urgentemente—: Si nos apresuramos, tal vez podamos llevarla a un criólogo antes de que muera su cerebro.

Me sorprendió que dijera esto. No le había creído capaz de perdón o compasión. Advertí que no le conocía en absoluto. Busqué los latidos del corazón en el pecho de mi madre, y luego le cerré los ojos.

—No, nada de criólogos —dije—. Está muerta; murió en el momento adecuado.

Me levanté y me volví hacia la ventana. Vi una luz terrible. La mayoría de los lores estaban arrodillados o tendidos en el suelo, sangrando. Nikolos el Anciano se frotaba los ojos, clavándose irracionalmente aún más los cristales. Trozos de cristal habían destrozado la cara de Burgos Harsha. Gritaba y se retorcía en el suelo mientras Mahavira Netis, cuya firme cara marrón estaba cortada y sangrante, se inclinaba sobre él y sacaba las lascas de cristal más largas. Y esto era horrible, pero no terrible.

—¡Mirad! —exclamó alguien, y señaló hacia la ventana. Miré, y vi lo terrible. Sobre los Campos Huecos se alzaba una nube en forma de hongo. Yo nunca había visto un hongo antes, pero sabía muy bien lo que era; todos los seres humanos han aprendido que a veces las nubes se alzan en forma de hongos. La nube ardía casi negra contra el cielo azul. Se alzaba y se expandía, una montaña oscura uniéndose al círculo de montañas reales en torno a la Ciudad.

—Es una bomba atómica, ¿verdad? —preguntó Soli mientras se acercaba a la ventana. Vio lo que yo veía: Todas las torres de los Campos y muchos de los edificios de la parte sur de la Ciudad habían sido destruidos, volados hasta los cimientos—. ¿Por qué estamos vivos? ¿Por qué no ha sido destruida toda la Ciudad? No podría ser…, ¿quién podría creer que es una bomba atómica?

Pero lo era. De algún modo lo supe, igual que Soli lo sabía. Se produjo un rugido y un trueno, y el hongo pareció brillar. Era, específicamente, una bomba de hidrógeno, como supe más tarde por los reparadores y mecánicos que exploraron el cráter fundido que antes había sido la Caverna de las Navesluz. Era una pequeña bomba de hidrógeno activada por láser, una bomba muy vieja que había perdido la mayor parte de su deuterio en los miles de años que habían transcurrido antes de su explosión. La bola de fuego apenas había sido lo suficientemente caliente como para destruir las Cavernas. Por eso estábamos vivos. Por eso la Ciudad estaba viva, porque era una bomba vieja y débil y había estallado bajo tierra, en el corazón de las Cavernas. Pero yo no sabía esto mientras contemplaba la nube crecer sobre la parte sur de la Ciudad. Pensé en las palabras del Guardián del Tiempo: «Así que era demasiado vieja», y sólo supe que había intentado destruirlo todo con una bomba atómica.

—¿Por qué? —preguntó Soli—. ¿Tan amargado estaba?

Me incliné para ayudar a Mahavira a sacar cristales de la cara de Burgos, pero no pude hacer gran cosa. Me acerqué al Guardián del Tiempo. Muchos de los lores (afortunadamente, pocos estaban malheridos) me rodearon. Toqué la cara del Guardián del Tiempo, endurecida por el veneno nervioso. Les conté lo que me había dicho Kalinda de las Flores.

—Es viejo —dije—, y Horthy Hosthoh no era su verdadero nombre. Ha sido Guardián del Tiempo durante mucho, mucho tiempo.

—Durante cientos de años —dijo Soli.

—No, durante miles de años. Si la Entidad tiene razón, este Guardián del Tiempo es el mismo Guardián del Tiempo que fundó la Orden. Ha sido Guardián del Tiempo durante 2934 años.

—¿Rowan Madeus? —jadeó Soli—. ¿Dices que es él? Ha habido dieciocho Lores Horólogos…, es fácil recordar todos sus nombres. ¿Me pides que crea que todo era falso?

—Falso, ciertamente. El Guardián del Tiempo ha falsificado las historias. Debe haber tenido un clon replicado. Diecisiete veces ha dejado que uno de sus clones muriera en su lugar. Diecisiete veces ha acudido a un tallador para restaurar la apariencia de juventud y empezar así de nuevo su carrera. Pero no lo hará más.

El viento helado atravesaba la habitación, trayendo el solemne ritmo de las campanas de la Ciudad Vieja. No las había oído doblar desde que era un niño, cuando la gran tormenta enterró la Ciudad y mil personas (la mayoría pobres harijanos) murieron. Pensé en las solemnes palabras de la Entidad.

—Es historia escrita —dije—. Y creo que es aún más viejo que la Orden. Rowan Madeus fue sólo uno de sus nombres.

—Es imposible —dijo Soli.

Inspiré una bocanada de aire. Estaba lleno de horror y esperanza. Me sentía muy excitado.

—Soli, creo que era del linaje de Thomas Rane, el rememorador. Es inmortal…, era inmortal. Su nombre era Kelkemesh. —Me levanté—. ¿No lo ves? —medio grité—. La búsqueda, nuestra expedición, todo ha sido para nada. El Guardián del Tiempo, este Kelkemesh, es el más viejo, el más antiguo. Hemos recorrido media galaxia con nuestras preguntas, cuando la respuesta estaba aquí todo el tiempo.

Pero la respuesta (el secreto de la vida que tanto había buscado), no estaba tan a la mano. Durante los días de pesadilla que siguieron, días de cavar en los edificios destruidos para rescatar los miles de cadáveres calcinados y preparar los cuerpos para enterrarlos, el Lord Imprimátur, Nassar wi Jons, trabajó en el cadáver del Guardián del Tiempo. Nassar era un hombre ancho y retorcido, un hombre que había nacido enfermo de la médula, con tantos huesos desplazados y deformaciones en su carne que los talladores y unidores necesitaron todo su ingenio solamente para esculpirle como aquella pequeña gárgola jorobada (pero brillante) que intentaba decodificar los secretos del Guardián del Tiempo. Yo le había dicho:

—Lo mismo que hiciste con el plasma de los alaloi, lo mismo que intentaste hacer: busca en su ADN la impronta de los ieldra.

Once días después, hizo su decepcionante y sorprendente declaración: el ADN del Guardián del Tiempo no era diferente al mío propio, o al de cualquier otro hombre (cualquier otro hombre, naturalmente, que no hubiera nacido enfermo de la médula). Y este Guardián del Tiempo no era realmente el Guardián del Tiempo.

—Era un clon replicado —explicó Nassar al Colegio de Lores, cuando nos reunimos en sesión de emergencia. Con sus ojos desparejos (su ojo azul era más grande que su ojo marrón medio cerrado), me miró y sacudió su cuadrada cabeza—. Un doble, una falsificación…, un robot, si queréis. Los senderos, discúlpame, Lord Piloto, los senderos neurales fueron alterados con la impronta de nuevos programas robot. Un doble.

¡Otro clon! Un doble, con aquellos ojos demasiado pacíficos que no eran los ojos del Guardián del Tiempo…, ¿por qué no había percibido aquello inmediatamente? Sin duda había hecho que el clon alcanzara la madurez y lo había programado con sus propios hábitos, pautas de conversación y recuerdos para engañarnos. Lo había programado para asesinar. Entonces, no todos los robots del Guardián del Tiempo habían sido destruidos. Este último robot, este remedo de hombre, había vivido lo suficiente para asesinar a mi madre, casi para cumplir la venganza del Guardián del Tiempo.

—¿Dónde está entonces el Guardián del Tiempo?

—¿Quién puede saberlo?

Cerré el puño y hundí los nudillos en la mesa.

—Si era un clon, su ADN debería ser idéntico al del Guardián del Tiempo.

—No, Lord Piloto —dijo Nassar, confirmando mis temores—. Si el mensaje de los ieldra está verdaderamente inserto en los cromosomas del Guardián del Tiempo, si él lo sabía y quería mantenerlo en secreto, si utilizó los servicios de un maestro unidor, entonces podría haber alterado el ADN del clon para sacar el mensaje de las Eddas.

—¡Maldito sea!

—Debes saber algo más, y como Lord Imprimátur soy quien tiene que decírtelo. No creo en tus Antiguas Eddas. Pocos lo hacen. El Guardián del Tiempo hizo un clon para que ejecutara sus asesinatos mientras escapaba de la Ciudad…, no para esconder un secreto inexistente. Olvida al Guardián del Tiempo, Lord Ringess. Nunca lo volverás a ver.

Pero yo no podía olvidar al Guardián del Tiempo. Incluso cuando el Colegio de Lores hizo planes para construir una nueva Caverna para albergar a las nuevas navesluz que se estaban diseñando (la bomba había destruido todas las navesluz, lanzaderas y rompevientos de la Ciudad), pensaba en él todo el tiempo. La Entidad no me había mentido, me dije. ¿Por qué iba a mentir? El mensaje de los ieldra estaba enterrado dentro del Guardián del Tiempo, dondequiera que estuviese. Si había huido a las estrellas en una naveluz, el secreto había huido con él. Si se escondía en la Ciudad, tal vez en alguna morada hibakusha del Sector Extremo, entonces su secreto estaba también escondido.

Más tarde, ese mismo día, enterramos a seis mil doscientas seis personas en la Colina de la Pena bajo Urkel. Parecía que la mayor parte de la Ciudad había soportado el frío para asistir al funeral. En el ancho y nevado extremo sin de la fosa se apretujaba una masa de harijanos, alienígenas y extremos venidos para honrar a sus muertos. (La mayoría de las víctimas, naturalmente, eran horólogos, céticos, reparadores y los diversos aspirantes encargados de las naves. Unos cuantos eran pilotos). Frente a ellos, donde los robots hablan excavado un estrecho llano colindante a las verticales paredes de la Colina, estaban los hombres y mujeres de la Orden. Divididos en nuestras profesiones, fila tras fila, alineados sobre la tierra negra y congelada. Los pilotos estábamos más cerca de la fosa. Había demasiado pocos de nosotros. El Sonderval, Salmalin, Li Tosh y los otros supervivientes de Perdido Luz formábamos una fina línea negra, seguida por los escatólogos con sus pieles azulea y, tras ellos, las filas de mecánicos. Como yo era Lord Piloto y Soli era Antiguo Lord nos encontrábamos juntos al borde de la fosa. Fue allí, mientras el pozo era inundado y las aguas heladas empezaban a alzarse sobre los cuerpos apilados, donde me enteré del destino del Guardián del Tiempo.

—Ha huido de la Ciudad —dijo Soli. Llevaba una negra piel con capucha. Echó hacia atrás la capucha para que yo pudiera oír mejor sus palabras por encima del viento. ¡Qué fiero parecía, con su nariz similar al pico de un talo, sus cejas esculpidas y sus ojos brillantes! ¡Qué furioso, qué vengativo!—. La noche anterior a la bomba atómica, robó un equipo de perros y un trineo de las perreras…, el encargado me lo ha dicho. Huyó al mar, como un ladrón en la noche. ¿Por qué, Piloto? ¿Buscaba la muerte? ¿O espera vivir entre los devaki o cualquier otra tribu? ¿O es soledad y olvido lo que quiere? Sí, soledad, hasta que pasen cien años o mil y regrese para convertirse de nuevo en Lord Horólogo.

Agaché la cabeza y miré el pozo cúbico. Busqué a mi madre. Me habían dicho que estaba en alguna parte en la capa superior de cadáveres. Pero el agua se congeló rápidamente, y no pude encontrarla.

—Si vuelve dentro de cien años, puede regresar a una ciudad muerta —dije, y señalé hacia el cielo, en la dirección general del Grupo Estelar Abelino, donde había estallado la Estrella de Merripen—. La supernova puede conseguir pronto lo que no hizo la bomba del Guardián del Tiempo.

Soli asintió.

—Tu madre debería haber sido enterrada en el mausoleo de los cantores —murmuró tristemente—. Era una cantora, después de todo.

—No, era una hibakusha. No pudo evitarlo. Que sea enterrada como la víctima que fue.

—El Guardián del Tiempo la mató. Su clon. Lo querrás muerto, ¿no?

—Espero que viva —dije, tratando de ser compasivo por una vez en la vida—. Si lo hace, el secreto vivirá con él.

Soli agachó la cabeza.

—Fue el Guardián del Tiempo quien asesinó nuestra radio —dijo sorprendentemente—. Ahora todo está muy claro. Quería que nuestra expedición fracasara, ¿no? Sí, y por eso asesinó a Katharine. Si hubiéramos podido llamar a la Ciudad antes… Pero no, no teníamos radio, y Katharine está muerta.

—Yo la amaba, Soli. ¡Oh, Dios, cómo la amaba!

—Los muertos —susurró. Nunca había visto a nadie tan amargado—. Tantos.

Empecé a sollozar abiertamente por mi madre, y me cubrí los ojos porque me avergonzaba que Soli me viera llorar.

—Ya no me queda nada en Neverness —dijo Soli—. No, nada, y por tanto debo renunciar a mis votos. Es hora de que deje la Orden.

—¿Adónde irás? —pregunté. A mi pesar, sentí curiosidad por conocer sus planes.

—Estoy cansado de las estrellas. Y odio esta ciudad. Hay un trineo y perros esperándome en el Embarcadero. Voy a salir a los hielos, posiblemente más allá de Kweitkel. Seguiré al Guardián del Tiempo…, no debería de ser difícil. Cuando le encuentre, lo alancearé como a un pez. Por lo que le ha hecho a la Orden. —Un montoncito de tierra, desprendido por su bota, saltó hacia adelante y cayó a la fosa. Cuando golpeó el hielo, se hizo pedazos—. Nunca regresaré.

—El cuerpo del Guardián del Tiempo debe ser traído.

—No, iré con los devaki. Tal vez Yuri honre su palabra y aún me reciba bien.

—Si vives como un devaki, no habrá talladores ni céticos para devolverte a tu juventud. Al final, morirás.

—Sí.

Entonces, todo su cuerpo se puso rígido. Movió la boca contra el frío, tratando de decir algo. Por fin consiguió pronunciar las palabras.

—Podrías venir conmigo —susurró. Debió ser la cosa más dura que había dicho jamás—. Podríamos coger dos trineos. Podrías traer su cuerpo al Lord Imprimátur. Tú tendrás tu secreto y yo tendré…, yo tendré lo que tengo.

Le sorprendí mirando al oeste, más allá de la Ciudad. A la sombra de la Colina de la Pena, su cara era larga y sombría, pero vi un inconfundible brillo de reverencia. No odiaba Neverness; la amaba. Se sentía apartado por la mala suerte de la Orden y de su ciudad. Si tenía que marcharse (lo leí en sus ojos, y él me lo dijo más tarde), quería enviar un regalo. Tal vez el Lord Imprimátur decodificaría el secreto del cuerpo congelado del Guardián del Tiempo. Tal vez el secreto salvaría al hombre del Vild y de otros peligros. Porque amaba a la Orden, y en el fondo porque amaba la vida más de lo que me amaba a mí, contuvo su furia y su desprecio.

—El Guardián del Tiempo nos lleva ventaja —dijo—, pero aún tenemos nuestros cuerpos alaloi. Y dos pueden viajar más rápido que uno, dicen los devaki. Lo capturaremos, ¿no? Allí fuera… —Señaló hacia el oeste, donde el borde del mar chispeaba bajo los glaciares de Attakel.

Sólo tardé unos instantes en decidirme. Mientras los pilotos y profesionales inclinaban la cabeza para musitar un réquiem por los muertos, yo alcé la mía. Al oeste se extendía el aire libre y el duro hielo interminable.

—Iré contigo —le dije al viento que cortaba entre nosotros—. A encontrar al Guardián del Tiempo.

El recuerdo del último y más sagrado de mis votos de piloto era más gélido que el viento, que era frío muerto, lo suficiente para endurecer el hielo de la tumba en una cripta opaca y blanquiazul alrededor del cuerpo de mi madre. Escuché al viento soplar a través de la Ciudad y los kilómetros de mar vacío. Una vez, hacía mucho tiempo, había jurado buscar la sabiduría y la verdad aunque la búsqueda llevara a mi muerte y la ruina de todo aquello que amaba y quería. Muy bien, me dije, allá en el mar, dentro del cuerpo de un hombre muy, muy viejo, estaba la sabiduría. Allí fuera encontraría por fin la verdad.