Cuando el hombre se llevó a la cama a la Computadora, hubo gran alegría, y también gran temor, porque sus hijos fueron casi como dioses. Los cerebros matriz recorrieron la galaxia a voluntad, y cambiaron su rostro. El Dios de Silicio, la Entidad de Estado Sólido, Todo Cuadrado, Generación Enésima…, sus nombres son muchos. Y estaban los alterados y los simbiontes, cuyas hijas fueron los Neurocantores, los Guerreros Poetas, los Neurológicos y los Pilotos de la Orden de los Matemáticos Místicos. Tan hermosas eran estas hijas que el hombre ansió acariciarlas, pero no pudo. Y así nació la Segunda Ley de los Mundos Civilizados, que fue que el Hombre no podía mirar demasiado tiempo el rostro de la Computadora y de sus hijas y seguir siendo Hombre.
—De Réquiem por el Homo Sapiens, de Horthy Soto.
Gehena Luz era una estrella hermosa. Era una estrella enorme, blanca, centelleante y caliente. Me quedé extasiado con su belleza. ¿Por qué las estrellas, me pregunté? ¿Por qué existen cosas así? ¿Por qué respiramos, absortos en la pena, la alegría, el pesar y el dolor? ¿Por qué…?
Has demostrado tu teorema, mi Piloto, y aún formulas esas preguntas.
Era la voz divina de la Entidad dentro de mi mente, una voz que había esperado no volver a oír jamás. Pero Ella había profetizado que volvería a su lado, y eso había hecho.
Las estrellas están para que podamos glorificar su belleza. Y nosotros existimos para adorar la luz.
Recordé cómo a la Entidad le gustaban los acertijos y los juegos, y pensé:
»¿Tienes entonces una repuesta simple para cada pregunta?
Estoy aquí para responder a tus preguntas.
»Bien, tengo un millar de preguntas. ¿Dónde está Bardo? ¿Por qué, si pudiste haber detenido la batalla cuando quisieras, le dejaste morir? ¿Está muerto? ¿Lo sabes? ¡No! No me hables… así. No quiero oír tu voz aquí, dentro. ¿Cómo puedo proteger entonces la intimidad de mi mente?
Los seres humanos no quieren intimidad.
Hubo silencio durante un rato, y entonces, en el interior de la cabina de mi nave, apareció la imagen del Tycho, con su papada de morsa y su salvaje sonrisa. Estaba tan cerca que yo podría haber extendido la mano y hundido los dedos en las ondas de luz en fase que eran su brillante cara. Cuando habló, auténticas ondas de sonido acariciaron mis oídos:
—¿Prefieres hablar como un ser humano? Entonces hablaremos así.
—¿Dónde está Soli? ¿Y los otros pilotos? ¿Cuál fue el resultado de la batalla?
El Tycho se lamió la saliva de sus dientes amarillos.
—Has caído lejos, ningún piloto lo ha hecho tanto. Los otros se abren paso a través del multipliegue. Sólo tú has demostrado tu teorema; sólo a ti se te dirá el secreto. Fija tus telescopios en el grupo de asteroides doce grados por encima del plano solar.
Orienté los telescopios de mi nave, siguiendo sus directrices. Contemplé el espacio a ciento cincuenta mil kilómetros de Gehena Luz, una gran nube de asteroides, rocas, polvo y otros desperdicios. Algunos de estos fragmentos eran grandes, llenos de cráteres, rojos de silicatos y hierro; otros eran de color más oscuro y terroso, probablemente ricos en carbono y componentes acuosos. Al principio no supe por qué la Entidad me había hecho contemplar aquel montón de materia pulverizada. Luego, cuando la nave-ordenador analizó las proporciones de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno de uno de los asteroides menores, mi estómago se tensó. Sentí una abrumadora aprensión (no, ésa no es la palabra adecuada), y supe, inmediatamente, que algo, en sentido cosmológico, iba muy mal.
—Era el único planeta de Gehena —dijo el Tycho—. Era dos veces más grande que Nevada. Ahora orbita Gehena en pedazos. Los seres humanos lo hicieron. El enjambre humano hizo pedazos el planeta.
Yo apenas podía creer que Ella permitiera a seres humanos que entraran en su cerebro, que destruyeran planetas. Entonces pensé en los decadentes seres humanos que había encontrado en mi primer viaje al interior de la Entidad, y no estuve tan seguro.
—¿Cuántos seres humanos? —pregunté—. ¿Dónde están esos seres humanos?
—Fija tus telescopios en el asteroide grande en forma de cuarto creciente. Allí, ¿ves? ¡Mira cómo brillan! Sus cascos son de diamante tejido, igual que vuestras navesluz.
Miré a través de mi telescopio y vi la terrible imagen de muchos mundos artificiales. Cada mundo era un cilindro giratorio de unos cincuenta kilómetros de largo por quince de ancho. Me pregunté cuántas personas vivían dentro de cada mundo. Los conté. Había diez mil cuatrocientos ocho. Eran como una Colonia de bacterias en forma de varilla extendidas contra el negro manto del espacio. Mi primer pensamiento fue que los seres humanos debían de haber colonizado Gehena Luz antes de que la Entidad creciera en esta parte de la nebulosa. Tal vez incluso habían venido de la Vieja Tierra. Una nave profunda había caído allí, pensé, y los seres humanos habían construido un mundo en el que poder incrementar su número. Habían minado, fundido y metabolizado los elementos del planeta para desarrollar hábitats y comida, para reproducirse diez mil veces. Si eso era cierto, estarían entre los pueblos más antiguos de la galaxia (quiero decir los pueblos humanos más antiguos). Debían llevar allí miles de años.
Cuando le dije esto al Tycho, él se tironeó la papada y se rio hasta que la saliva corrió por su barbilla.
—Sabes que tu primer pensamiento está equivocado —dijo—. ¿Por qué no examinas tu segundo pensamiento? Debes saber de dónde vienen esos seres humanos.
—Dímelo.
—Piensa, Mallory.
Me froté la barbilla con los nudillos.
—¿Cuánto tiempo tardaron en desmantelar el planeta?
El Tycho mostró su sonrisa burlona.
—Muy bien, puedes calcular cuánto tiempo llevan aquí doblando el tiempo que uno de sus mundos necesita para reproducirse. Es un crecimiento exponencial. Un matemático debería poder calcular esas cosas.
Me dolía la cabeza, y me presioné los ojos con los puños. No sé por qué quería zaherirme el Tycho.
—¿Cuál es el tiempo, entonces? ¿Cuántos años?
La sonrisa del Tycho fue salvaje cuando dijo:
—¿Quieres decir cuántos días?
—¡Días!
—El enjambre humano se reproduce deprisa, ¿no, Piloto? Hace diez años de Neverness, el primer mundo cayó del Vild.
—¡Hace diez años!
—Estaban perdidos, y tenían hambre.
—¡Diez años!
—¿Te muestro lo que pueden hacer los seres humanos cuando ansían crecer? ¿Estás dispuesto a ver estallar a una estrella?
—¿Por qué? —susurré—. ¿Por qué harían estallar su sol? ¿Es posible?
Cerré los ojos durante un momento para observar las imágenes telescópicas de mi nave inducidas en mi corteza visual. Contemplé el polvo y las rocas y los diez mil mundos hechos por el hombre. Me pregunté de nuevo cuánta gente vivía en cada mundo.
—Mallory —me llamó una voz—, Mallory, escucha.
Me tapé los oídos con las manos.
—No —grité—. Los muertos no tienen lengua, no deben hablar.
No quise escuchar. No quise abrir los ojos. No quise oír la voz de dulcémele o mirar la hermosa cara sin ojos que la Entidad sacaba de mi memoria.
—¡Oh, Mallory, Mallory!
Finalmente, no pude soportarlo más. Abrí los ojos y miré a Katharine. Flotaba ante mí, vestida con su blanca túnica de scryta. Su piel era blanca como el mármol, y sus ojos huecos eran del negro más profundo. Me sonrió.
—Fue previsto hace mucho —dijo—. Lo que ha sido.
Quise extender la mano hacia ella, abrazarla y besarla en los rojos labios. Pero me dije que no era más que luz y recuerdo, y palabras desapasionadas gravitando en el aire. No intentaría tocarla, me prometí. No importaba lo que sucediera, mantendría el puño presionado contra mi mejilla.
—¿Por qué me torturas, entonces? ¿Tan grandes son mis crímenes? —Y maldije a la Entidad y le grité—: ¡Trae al Tycho, maldita seas! Puedo hablar con él.
Pero el Tycho, según parecía, se había ido. La imagen de Katharine (era sólo la imagen de Katharine, me recordé) me contestó:
—Hace mucho tiempo, los primeros scrytas vieron el doloroso futuro de… ¿Comprendes ahora el dolor de esta visión? Mallory, con tu dulce cerebro y tu dulce vida, duele más de lo que un hombre puede soportar, así que te mostrará lo que hombre y mujer pueden… ¿Ves lo que he visto? ¿Lo verás si te lo muestro? ¡Mira! Lo que ha sido será, una y otra vez hasta que todas las estrellas… ¿Ves?
En mi mente se formó una imagen. Había una estrella blanca y caliente orbitada por un planeta helado y sin vida. De repente, del densospacio, hacia el sol donde los fotones y la radiación brotaban al espacio como una cascada de luz blanca, brotó la neblinosa imagen de un objeto cayendo al multipliegue. La imagen se afianzó. Un claro cilindro de diamante de cincuenta kilómetros de largo extendió sus velas de luz en un paraguas de mil quinientos kilómetros de largo para capturar las profusas radiaciones de Gehena. Lentamente, la presión-luz de trillones de partículas contra las plateadas velas como arañas infundieron aceleración al cilindro. En poco tiempo (quizá sólo en el tiempo de un largo invierno profundo en Neverness), alcanzó el planeta. El cilindro se abrió. Nubes de diminutas desensambladoras (o quizá debería llamarlas bacterias programadas) cayeron como una lluvia de meteoros a través del vacío sin aire y se reunieron sobre el planeta en grandes manchas de polvo brillante. Entonces las desensambladoras hicieron su trabajo. Arrancaron átomos de hidrógeno de las moléculas de agua; concentraron masas de carbono y otros elementos. Carcomieron el propio terreno. Concentraron el hidrógeno. Almacenaron nubes de hidrógeno en vastas reservas excavadas en la superficie del planeta. Otra vez se abrió el cilindro, y un ejército de robots-láseres cayó al planeta. Encontraron las reservas de hidrógeno. Cristales ópticos en el corazón de los láseres convirtieron la luz infrarroja en rayos de onda corta apuntando a las bolsas de hidrógeno. El hidrógeno se calentó y creció; se calentó a un millón de grados y fusionó y estalló. En cuestión de segundos, grandes bolas de fuego y luz brotaron de la superficie. La superficie del planeta quedó vaporizada, pulverizada, convertida en polvo caliente. Rocas y fragmentos de roca fundida volaron al espacio. El hielo se convirtió en vapor e hirvió. Más tarde, cuando el polvo se asentó, el cilindro se abrió y liberó aún más desensambladoras sobre la superficie corroída del planeta. De esta forma, capa a capa, el planeta fue despedazado como una bola de nieve sucia y diseminado por el espacio.
Más imágenes se formaron en mi interior. Yo estaba fascinado con esta visión de tecnología enloquecida, así que cerré los ojos y observé a las desensambladoras minar los fragmentos planetarios flotantes en busca de silicio, mercurio y helio, y todos los demás elementos naturales. Contemplé a una nube de ensambladoras escapar del cilindro hacia uno de los asteroides recién creados, y como unían átomos de carbono hasta que ensamblaron los brillantes y diamantinos cascos de muchos más cilindros. Las ensambladoras construyeron otras cosas. Telescopios, redes sulki, neurológicas, globos llama, shakuhachis, alas volantes, cortadores, seda, árboles, casas, balas de glucosa, campos de hierba…, no había fin a las cosas que las ensambladoras hacían. Las ensambladoras fabricaron más ensambladoras, y así el proceso de convertir un planeta en diez mil cilindros no tardó mucho. Las ensambladoras unieron carbono a hidrógeno y oxígeno; las ensambladoras habían sido programadas para fijar el nitrógeno, para construir aminoácidos y unir proteínas. Las ensambladoras incluso podían crear seres humanos. Un enjambre de seres humanos, miles de millones de seres humanos.
¿Cuántos seres humanos?
—¿Ves, dulce Mallory? —me preguntó la imagen de Katharine—. Tantos…, ¿quién podría haber previsto que la vida pudiera haber hecho a tantos?
—¿Son las imágenes que me has mostrado…?, esta historia, ¿es real?
—Mira con tus telescopios. ¿Son reales los diez mil mundos artificiales?
Me froté la nariz.
—¿Puedo saber lo que es real cuando estoy dentro de tu cerebro y tú estás dentro del mío? Creo que puedes hacerme ver lo que quieras.
Ella sonrió mientras metía la mano en su bolsillo de lo oculto. Cuando la sacó, su dedo estaba cubierto de aceite ennegrecedor, que se llevó a las cuencas de los ojos.
—Ves bien estos hermosos… Debes saber que son reales —dijo.
—¿Cuántas personas viven en cada cilindro? —pregunté, mientras tironeaba de mi barba.
—No hay el mismo número en cada… Me hará falta un segmento de tiempo para recitar el número exacto. Y el número cambia mientras hablamos. Es tan gracioso que no puedas dejar de contar nunca, este fetichismo hacia los números exactos.
—Aproximadamente, ¿cuántas personas, entonces?
Ella asintió.
—Diez millones de seres humanos viven en cada mundo.
—Seres humanos… —empecé a decir.
—¡Los seres humanos son tan encantadores! Medio animal, medio…
Apreté los labios (no pude dejar de pensar que mi cara debía parecer tan tensa como la de Soli).
—Es imposible que diez millones de personas se reproduzcan así en diez años.
Pero, incluso mientras hablaba, sabía muy bien que no era imposible. Las ensambladoras podían hacer que los niños llegaran a la edad adulta en unos pocos años. Pero ¿qué clase de humanos serían? Era imposible que una mente humana alcanzara su plena madurez en sólo un par de años. Hice un cálculo rápido. Si el número de mundos se doblaba cada tres cuartos de año, la mayoría de los mundos y la gente que vivía en ellos no existía hacía tres años. (Las ensambladoras incluso podían construir a un ser humano adulto en unos cuantos días. Durante la segunda edad oscura, los imprimáturs ejecutaron tales experimentos prohibidos. Era cierto, un hombre o una mujer podía ser desarrollado como un trozo de carne cultivada. Tendría brazos y pelo y sangre roja y caliente surcando sus arterias. Incluso tendría un cerebro. Pero el cerebro estaría tan vacío como las laderas superiores del Monte Attakel. Las ensambladoras podían fabricar a un hombre o a una mujer, pero no podían fabricar una mente. No podían crear una mente humana).
—Sigues sin ver —dijo Katharine, y se apartó el pelo de la frente. Se volvió hacia mí. Si hubiera tenido ojos, habría supuesto que estaba leyendo mi cara en busca de avisos—. ¿Cómo puedo hacerte ver?
Y entonces hubo visiones, olores y sonidos. Como si yo fuera un talo que volara sobre una montaña, el ojo de mi mente (y mi oído y mi nariz) flotó por el espacio y penetró el casco de uno de los cilindros. Noté calor, aire húmedo, los ricos olores de la vida. Por encima y por debajo, curvándose por todas partes a lo largo de kilómetros, había una jungla verde. Había árboles y prados cultivados y lagunas y huertos de manzanos llenos de frutas rojas de dulce olor. Y, por todas partes donde mirara, delante y detrás, a izquierda y derecha, había bebés. Bebés desnudos, con cuerpos arrugados y suaves como spirali, arrastrándose y tendidos sobre la hierba verde de los prados. Un pequeño ejército de robots domésticos los cuidaba. Algunos robots alimentaban a los bebés recién nacidos con tetinas de plástico que introducían en sus bocas húmedas y sin dientes. Por todas partes los bebés lloraban, mamaban, dormían y defecaban sobre la hierba. El aire apestaba a leche vomitada y mierda de bebé y fresca piel de recién nacido. Unos cuantos de los bebés más crecidos, niños ya, trepaban como monos sin pelo a las ramas extendidas de un manzano. Arrancaban rojas manzanas maduras, las mordían y tiraban la fruta al suelo. La hierba estaba cubierta de manzanas medio comidas. Me sorprendí por el despilfarro. Casi me recordó una orgía de carne devaki. Me pregunté si las manzanas tendrían gusanos. ¿Por qué, sino, tirarían los bebés tanta fruta? Uno de los bebés se encontraba sentado sobre la rama bifurcada de un árbol mientras cogía una manzana con el mismo cuidado con que un novicio estudiaría un holograma de la galaxia. Sonrió, y luego hundió sus dientecitos blancos en la fruta. En efecto, la manzana estaba llena de gusanos. Con otra sonrisa, el niño se llevó la manzana a los labios y sorbió un par de gusanos, que tragó como si fueran leche. Me sorprendí. Me pregunté por qué los niños buscaban las manzanas llenas de gusanos. Entonces oí a Katharine susurrar en mi oído, y supe la respuesta: los niños (y todos los seres humanos) necesitan proteínas para crecer, y los gusanos no son más que agua, grasa y proteína.
Cerré los ojos y, cuando los abrí de nuevo, estaba de vuelta en la cabina de mi nave, mirando a Katharine.
—Tantos —dijo ella—, los mundos están llenos de nuevos… Oh, sí, hay humanos adultos también, un millar en cada mundo. Los reproductores definitivos, ¿ves? Pero los bebés conocen el auténtico… Son tan dulces y ansían tanto vivir… ¡y tienen tanta hambre!
—Comedores de gusanos —dije, pensando en la sonrisa fantasmal de Shanidar y las muchas cosas horribles que comía—. Me recuerda ciertas cosas que preferiría no recordar.
—No tengas miedo de tus recuerdos. La memoria lo es todo.
—Esta fecundidad descuidada. ¡Es tan condenadamente bárbara!
—Sé compasivo, Mallory.
—Son bárbaros.
—Y ése es el problema con los seres humanos, ¿ves? ¡Oh, esa pobre gente está sin civilizar! Son tan… Su hambre es tan ilimitada. Han consumido los elementos del planeta, pero se han quedado sin un crucial… El planeta era pobre en nitrógeno, ¿lo sabías? Esto limita su crecimiento. ¿Cómo pueden elaborar proteínas sin nitrógeno? Ahora deben buscar más comida. Otros planetas en torno a otras estrellas: alimento para los bebés humanos, ¿ves?
—No, preferiría estar ciego.
Katharine me apuntó con el dedo. La punta manchada de aceite era invisible. Habló, y sus palabras fueron lentas y graves:
—Los diez mil mundos son como enormes naves profundas…, sólo que no iguales. ¿Cómo es posible, te preguntas, abrir una ventana para un objeto tan enorme como un mundo artificial? Las deformaciones serían tan… enormes. Cuando Gehena se haya vuelto supernova, el espaciotiempo deformado en las inmediaciones de la estrella se desdoblará súbitamente, como una plancha de goma…, ¿no es ésa la analogía que empleáis los pilotos? Y, como nuestros pilotos, los pilotos de los mundos artificiales harán sus trazados. Justo antes de que la luz los incinere, los mundos serán arrojados al multipliegue como…, como piedras a través de una ventana abierta. Es la única forma.
—¡Son bárbaros!
Katharine sacudió la cabeza con tanta fuerza que su largo pelo negro barrió de una oreja a la otra.
—No, son hombres y mujeres, similares a nosotros. Similares, pero no iguales, porque carecen de la maestría de nuestros pilotos. Sus teoremas de trazado son muy toscos. Rara vez encuentran un trazado de punto a punto. La mayor parte del tiempo deben viajar de un punto-fuente a un conjunto abierto de… ¿Ves? La mayor parte de los mundos caerán por una ventana y se esparcirán al azar por la galaxia. Finalmente, saldrán en torno a otras estrellas. Ninguno de los señores del enjambre humano puede decir qué estrellas serán.
—¡Bárbaros!
El Vild no era más que estrellas muertas, asesinadas por seres humanos.
Entonces comprendí. Creí comprender todo sobre los seres humanos y su terrible destino dentro de la lente limitada de la Vía Láctea. La sangre ardía en mi cara porque estaba tremendamente avergonzado. ¿Qué hemos hecho?, me preguntó. ¿Por qué los seres humanos? Los seres humanos habían abandonado por fin toda contención. Los seres humanos destruirían una estrella porque la urgencia de nueva vida y nuevos nichos para la vida era mayor que su reverencia hacia la vida de cualquier estrella; en cierto modo, paradójicamente, era mayor que la vida misma. Diez mil mundos llenos de seres humanos caerían a través de las ventanas del multipliegue hasta las distantes estrellas de la galaxia. Algunos mundos caerían en las estrellas; algunos permanecerían demasiado tiempo en el multipliegue y se quedarían sin comida; unos cuantos mundos se perderían en árboles infinitos o en otras trampas topológicas. Tal vez sólo la mitad o un tercio de los mundos sobreviviría…, ¿quién podía calcular las probabilidades? Pero eso sería suficiente. Los mundos semilla alcanzarían brillantes estrellas nuevas, y crearían miles de millones de otros seres humanos. Nada detendría la destrucción de planetas enteros y la transmutación de elementos simples en seres humanos. Los seres humanos se convertirían en billones y trillones, y las estrellas morirían una a una, y mil a mil, y el Vild crecería hasta que todas las estrellas y planetas y polvo interestelar fueran utilizados, y la galaxia, desde la muerta Alfa Cruz a la agotada Antares, no sería nada más que una espiral llena de mundos de casco brillante repletos de hambrientos seres humanos.
—Debes odiarnos —le dije a la brillante imagen de Katharine.
—Dulce Mallory, no, no os odio.
—¿Cómo pueden reproducirse y seguir viajando, sabiendo que lo destruirán todo?
—Porque no saben nada, ¿no ves? Esos diez mil mundos…, los seres humanos que viven en su interior, creen que sacrifican unas cuantas estrellas para que sus hijos puedan crecer y prosperar. Porque la luz… Puesto que no pueden viajar como hacemos los pilotos, carecen de perspectiva. Puesto que la luz de la mayoría de las supernovas no ha tenido tiempo de alcanzar gran parte de la galaxia, no pueden verla. Aunque son sus creadores, no saben que el Vild existe.
—¡Pero deben de saber que tarde o temprano todas las estrellas morirán!
Sonrió.
—Esperan que ese hecho ocurrirá tarde, no temprano. Si todas las estrellas se convierten en supernovas, la galaxia arderá con un salvaje… El fuego estelar creará una abundancia de nuevos elementos, y así los hijos de sus hijos encontrarán nuevas, aunque peligrosas, posibilidades de vida.
A mi pesar, no pude dejar de sonreír también. Estaba tremendamente avergonzado de que mis semejantes estuvieran destruyendo las estrellas, aunque perversamente orgulloso de que fueran lo suficientemente inteligentes y poderosos como para hacerlo así. Incluso una diosa, pensé, debe encontrarse indefensa ante un enjambre de seres humanos dispuestos a destruir la galaxia.
Y, entonces, el orgullo dio paso a la culpa y repetí:
—Debes odiarnos.
—Dulce Mallory, no os odio, yo… Oh, ¿no lo ves? Los scrytas, todos los que aprendemos el arte… Esta nueva tecnología fue prevista hace mucho tiempo. Incluso los agathanianos vieron este momento en su formación.
—¿Por qué no me lo dijeron, entonces? Si hubiera…
—¿No ves? Si hubieras sabido, te habrías desesperado, porque una cosa es saber, y otra… ¿Qué podrías haber hecho tú o nadie de tu Orden por impedir el crecimiento del Vild?
—¿Soy tan diferente de lo que era? ¿Qué puedo hacer… ahora?
—Detendrás el dolor porque es tu destino. El Vild está torturando a la galaxia. Mi dulce Mallory, viniste aquí para curar el dolor…, y por otras razones.
—Dímelas, entonces —pedí, aunque temía oír aquellas «otras razones».
Katharine se alisó los ondulantes pliegues de su túnica.
—No puedo decírtelo. No soy yo… No, ahora debo dejarte, Mallory. Hasta el eón de tiempo en que sea recordada. Kalinda te dirá lo que necesitas saber. Kalinda de las Flores.
—Katharine, nunca te dije que lo más básico de todo es…
—Adiós, dulce Mallory, adiós.
—¡No!
Katharine titiló y desapareció. Sabía que era algo ridículo, pero extendí la mano para tocarla. Sólo encontró aire. Quedé flotando con el brazo extendido y el puño cerrado, y contemplé la súbita negrura.
—Te recuerdo demasiado bien —dije en voz alta—. ¡Maldita sea mi memoria!
Un momento después, una nueva imagen que nunca había visto antes cobró vida y flotó sobre mi cabeza. Alcé la vista. Era una niña hermosísima. Su piel era marrón como una nuez baldo, y llevaba una túnica roja desde el cuello hasta los tobillos. Sus ojos eran casi tan negros como los del Guardián del Tiempo; eran almendrados, y parecían demasiado grandes para su cabeza. Pensé que nunca había visto ojos tan sabios e inteligentes en un rostro humano. Alrededor de cada meñique de cada una de sus manos llevaba un anillo rojo, y su pelo oscuro estaba decorado con docenas de florecillas blancas. Su nombre era Kalinda de las Flores.
Yo bendeciría tu memoria y te ayudaría a recordar, si pudiera.
Es imposible describir su voz. Desde luego, era aguda y dulce como el trino de un somorgujo de las nieves. Al mismo tiempo, era intensa, medida, y calmada. Cuando hablaba enunciaba claramente cada una de sus palabras, de una manera muy poco infantil. De una manera divina. Su voz era la voz divina, y sonaba dentro de mí en tonos profundos que armonizaban perfectamente con la música que surgía de su garganta de niña. Había capricho en su voz, y poesía. Me dirigió una mirada sabia mientras recitaba:
¡Querida, hermosísima muerte! La joya del justo,
que no arde más que en la oscuridad;
¿qué misterios yacen bajo tu polvo?
¡Ojalá pudiera el hombre esquivar esa marca!
Hubo más poemas después de éste, poemas antiguos y modernos, poemas de origen fravashi y poemas que pensé debía haber compuesto ella misma. Se me dio a entender que esta niña sabia era parte de la Entidad de una forma que no lo eran el Tycho ni, ciertamente, Katharine. ¿Había vivido en uno de los mundos que surgieron del oscuro interior de la Entidad hacía mucho tiempo? ¿Había sido asesinada, encapsulada y absorbida en uno de los más antiguos y profundos espacios de memoria de la Entidad? ¿Por qué se referían los guerreros poetas y los agathanianos a la Entidad como Kalinda? Miré sus dedos, sus anillos, los anillos de un guerrero poeta. ¿Era posible? ¿Era la niña de la que había hablado Dawud? ¿Había sido el resultado de un experimento para crear guerreros poetas femeninos? ¡Y llevaba dos anillos rojos! Sentí un terrible recelo. Sentí (y posiblemente la diosa se sintió bastante complacida de que me sintiera así), de algún modo supuse, que esta niña amante de la poesía estaba viva dentro del mismo corazón de la Entidad. Tal vez la Entidad se había apiadado de la joven guerrero poeta; tal vez había honrado al único ser humano capaz de ganar los anillos rojos de guerrero y de poeta. Pensé en la imagen de una cebolla, y mis ojos ardieron con lágrimas. La Entidad debía ser como una cebolla, capa tras capa, lunas enteras de su cerebro construidas sobre una esencia interior que amaba las flores y la poesía.
No tengas miedo a la muerte, mi Piloto.
—Pero todas las estrellas de la galaxia, todos los poemas que se han escrito, todo…, todo se perderá —dije en voz alta.
Kalinda se arrancó una flor del pelo. Se la colocó en la palma de la mano, frunció los labios y la sopló hacia mí. La flor flotó en el aire.
Sigues sin comprender. Nada se pierde. Arranqué este jacinto hace miles de años, pero huélelo…, ¿no está aún fresco?
—He tratado de comprender, he reflexionado sobre esto toda la vida. El deterioro, la entropía…
La entropía es información perdida; la entropía es una medida de inseguridad. Cuando la entropía es máxima, entonces todos los mensajes son igualmente probables. Cuanto mayor es la inseguridad, mayor es la cantidad de información contenida en el mensaje.
—El mensaje de los ieldra es…
Desde el momento en que fue creado el universo, se apartó del desorden de la explosión primigenia. Se crea continuamente información macroscópica.
—Pero yo…
Los dioses buscan información perfecta sobre el universo. Pero la información no puede ser perfecta nunca. Considera una de tus exhalaciones, tus palabras de aire caliente descuidadamente amargas. Si un simple gramo de materia tan distante como Shiva Luz fuera movido un solo centímetro, cambiaría el estado microscópico de tu respiración. Ni siquiera el universo mismo puede crear suficiente información para conocer su propio futuro.
—«Lo que ha sido será», solía decir Katharine.
No puedes ni siquiera soñar cuál será el futuro de esta galaxia.
—Todos estamos condenados y malditos, ¿no?
No, es justo lo contrario, mi Piloto. Hay posibilidades infinitas.
Arrancó otro jacinto de la corona que rodeaba su frente y colocó en mi pelo aquella pequeña flor de luz. Me dijo entonces muchas cosas, cosas maravillosas. No comprendí mucho de lo que dijo, o lo comprendí sólo pobremente, del mismo modo que un novicio al que se le dan números con los que jugar sólo tiene las nociones más vagas de aritmética transfinita. Cuando le pregunté por qué permitía que los diez mil mundos destruyeran Gehena Luz (pues claramente la diosa tenía el poder para destruir a todos los mundos de su interior, si Ella lo deseara), me dio a entender que existían ciertas «leyes» ecológicas inalterables. (Si confundo los pronombres que se refieren a Kalinda con los de la diosa es porque estaba confuso. En cierto modo, sigo confuso todavía). Sus palabras eran casi un galimatías. Había algo sobre las decisiones de cada entidad del universo determinando lo que llamó la «ecología de probabilidades». Dijo que sería un gran crimen interrumpir innecesariamente el flujo natural de las probabilidades, y era un crimen aún mayor no restaurar el flujo si había sido interrumpido. Parecía que había también otras ecologías. Había una ecología de ideas y una ecología de profecías, y una ecología de información. Me habló de la ecología de las acciones determinadas y de la ecología de las paradojas fundamentales. El estudio de la interacción entre ecologías, dijo, era su arte. Cuando admití que su arte me era tan comprensible como la topología probabilística lo era a un gusano, me dijo:
Los gusanos saben lo suficiente de transformaciones como para convertirse en mariposas.
Me dijo algo más. Todas nuestras comunicaciones, todas sus manipulaciones del multipliegue que yo había encontrado tan perturbadoras, los inexplicables fenómenos dentro de la Entidad…, todo lo que yo había visto hasta entonces, lo había hecho ella a nivel inconsciente. Ningún ser, dijo, podía permitirse ser consciente de los procesos vitales que ella podía hacer automáticos. ¿Podía un hombre tomarse su tiempo para ajustar conscientemente los latidos de su corazón a las muchas y diversas necesidades de su entorno? ¿Acelerar su metabolismo y temperatura corporal para combatir una invasión bacteriana? ¿Ser consciente de cada bacteria individual? No, y tampoco podía una diosa ser consciente de un mero hombre, ni siquiera de diez mil mundos llenos de hombres y mujeres. Las auténticas preocupaciones de la diosa, al parecer, estaban muy por encima de mis preocupaciones como hombre del destino de la galaxia.
Mientras hablábamos, millones de cuerpos negros aparecieron en torno a la estrella. Me dijo que eran una forma de materia manufacturada tan densa como los agujeros negros, pero no tan enormes. Los cuerpos negros (los llamaré gammáfagos) almacenaban energía; ella había creado a los gammáfagos para absorber y contener la luz de la supernova. Dejó en el misterio por qué necesitaba tan enormes cantidades de energía. Dio a entender que yo debía confiar en ella, que había una razón vital por la que las estrellas debían morir. Pero ¿cómo podía yo confiar en aquella niña diosa con sus malditos ojos sabios? Kalinda sonreía dulcemente, pero había devorado el cerebro y la mente del Tycho, y las mentes de Ricardo Lavi y otros pilotos, ¿y quién podía saber qué otros festines podía exigir algún día?
No te preocupes tanto, mi Piloto. No sería poético que todas las estrellas murieran. No las dejarás morir.
Como estaba sola, como podía leer el miedo y la salvaje anticipación en mis ojos, como era en el fondo una diosa compasiva, aquella niña con flores en el pelo prometió ayudarme si yo le prometía una sola cosa. Aunque fue precipitado por mi parte, hice esta promesa, una promesa de la que hablaré de inmediato.
Y ahora comienza.
Si yo hubiera poseído una millonésima parte de los poderes de la Entidad, creo que habría detenido la muerte de Gehena Luz. Pero no era más que un hombre, y había poco que pudiera hacer. Kalinda retorció el anillo de uno de sus dedos y me dijo que contemplara el enjambre de mundos a través de mi telescopio. Hice lo que me ordenaba. Vi abrirse uno de los mundos más cercanos al sol. Parecía como dos mitades de una ostra gigantesca abriéndose a un océano de luz. Y dentro había una máquina por perla, una gran joya de motores de espaciotiempo.
Es hermosa, ¿verdad? Mira cómo chispea. Únete a tu nave, Piloto, y deja que tu ordenador modele lo que va a suceder.
Contemplé a los seres humanos acelerar el ciclo de vida natural de una estrella. Los señores del enjambre humano (o alguien, o un ordenador) orientaron el motor de espaciotiempo sobre puntos dentro del núcleo plasmático de Gehena Luz. Las ondas de probabilidad tardaron mil quinientos cincuenta y cuatro segundos en propagarse por el espacio hasta la estrella. En los puntos cerca del núcleo, donde la temperatura era de un millón de grados, la energía punto-cero de espaciotiempo fue súbitamente convertida en energía térmica. En las proximidades de los puntos-fuente, el plasma era un mar fundido, y se produjeron una serie de explosiones. El núcleo de la estrella se volvió aún más caliente. El plasma de hidrógeno empezó a arder a un ritmo acelerado, cada vez más rápido, cuatro átomos de hidrógeno chocando unos contra otros para producir átomos de helio más un poco de energía, más un ardiente maelstrom de energía que brotaba del mar rojo de hidrógeno.
¿Ardes de deseo por regresar a casa, mi Piloto? Siempre hay un regreso. Descubriré una parte de tu futuro: Una última vez regresarás a mí.
A ritmo acelerado, la energía punto-cero fue convertida en calor. A ciento cincuenta millones de grados, el helio se fusionó para formar carbono, el elemento de la vida, y se calentó aún más. Un millón de años de evolución estelar sucedieron en quizás un décimo de año. Cuando el fuego del núcleo llegó a los seiscientos millones de grados, el carbono se convirtió en neón. Y el tiempo se contrajo mientras el núcleo de la estrella se contraía, presionando hacia dentro, generando temperaturas superiores a los mil millones de grados. Así nacieron los átomos de oxígeno, y el oxígeno ardió para formar silicio y hierro, y el núcleo de la estrella estaba muy, muy caliente. La estrella (así es como la vi a través del espacio mental de mi nave), el interior de Gehena Luz, era como una cebolla con un núcleo de plasma de hierro. Envolviendo el núcleo había una concha de silicio rodeada por azufre ardiendo, y pieles de oxígeno, carbono y helio. El núcleo estaba lo suficientemente caliente como para acabar su propia evolución en unos pocos días, y así el motor de espaciotiempo se detuvo, y el enjambre humano en el interior de los mundos artificiales se preparó para hacer sus trazados.
Vida y muerte; muerte/vida.
Como sea que el hierro no se convierte espontáneamente en elementos más pesados, el núcleo entero se consumió pronto. El núcleo se volvió demasiado masivo, demasiado denso. Sin la presión de los electrones de energía desparramada para oponerse a la gravedad del interior de la estrella (en el límite de Chandrasekhar), el núcleo se colapso a un cuarto de la velocidad de la luz. En menos de un segundo, cayó hacia dentro como un huevo de talo aplastado. Se volvió infernalmente caliente, a ocho mil millones de grados. La materia del núcleo se rompió en protones y neutrones y fue comprimida a densidades tales que saltó con un chasquido. Una enorme onda de choque sacudió las pieles de la cebolla hasta la superficie, destruyendo las capas exteriores de la estrella. Gehena Luz estalló en un incendio de plasma de hidrógeno y rayos gamma y luz brillante y caliente.
El secreto de la vida.
La verdad es que no vi caer a los mil mundos. Mi nave modeló el multipliegue, y lo observé retorcerse como un gusano asado, retorcerse y distorsionarse. Vi que millones de ventanas se abrieron en las inmediaciones de los mundos. Luego, en un momento, los mundos desaparecieron, dispersados por la galaxia donde esperaban estrellas nuevas y vírgenes.
Te has preguntado por el secreto de los ieldra, pero no puedo decírtelo porque soy aquello contra lo que te alertarían los dioses mayores. Cuando regreses a Neverness, debes preguntarle a tu Guardián del Tiempo por qué es así. Es muy viejo y, en cierto modo, más sabio de lo que podrías creer. Por ahora, adiós, mi Piloto.
No me quedé a esperar a que la ola de luz de Gehena barriera mi nave. Había visto suficiente. Estaba ansioso por encontrar a mis hermanos pilotos, estuvieran donde estuviesen. Estaba ansioso por hacer también otras cosas, así que hallé una ventana y tracé un rumbo. Mientras caía al multipliegue, al reino atemporal donde la única luz era la luz de las matemáticas y el temposueño, Kalinda dio una palmada y trinó:
¡Pero es tan hermoso!
Entonces, también ella desapareció. Sin embargo, aún pude oler sus flores, y el sonido de su último poema resonó en el aire:
Estrellas, las he visto caer,
pero, cuando desaparecen y mueren,
ninguna estrella se pierde
en el cielo cuajado de estrellas.