CAPÍTULO 24
Deus ex machina

A través de bosques y valles corría el río sagrado, entonces llegó a las cavernas insondables para el hombre y se hundió en tumulto en un océano sin vida: ¡Y en este tumulto se oyeron a lo lejos voces ancestrales profetizando guerra!

—De «Kubla Khan», de Samuel Taylor Koleridge, Scryta del Siglo de la Revolución.

Los hibakusha dicen que la guerra es el infierno, y ellos deben de saberlo bien. La Guerra de los Pilotos, como sería llamada, fue al principio, sobre todo, divertida. Naturalmente, no tendría por qué haber habido guerra ninguna, pero, cuando el Guardián del Tiempo descubrió nuestra huida de la Ciudad (como supe más tarde), se dejó llevar por ira. Declaró que sus pilotos no podían dejar la Orden sin disolver primero sus votos. Proclamó que Bardo y yo debíamos ser traídos de vuelta a la Ciudad para recibir nuestro castigo. De no ser así, deberíamos ser ejecutados lo más pronto posible. Envió a Leopold Soli a llevar a cabo su sentencia. Y Soli se alegró de obedecerle, porque aún estaba más airado que el Guardián del Tiempo. Estaba loco de dolor (los efectos secundarios de la droga del guerrero poeta seguían torturando sus nervios), y también loco de celos. Juró capturar a Justine y Bardo, o de lo contrario matarlos. Y estoy seguro de que quería matarme a mí también. Dejó la Ciudad en su naveluz, la Hoja de Vorpal. Las naves de sus amigos, Tomoth, Seth, y Neith de Thorskalle, y las navesluz de ciento veinticinco pilotos leales a él y al Guardián del Tiempo, despegaron tras él. Y así empezó todo.

Realmente, nosotros no teníamos ningún plan de guerra. Nuestro plan (el plan de Lord Nikolos y de Bardo) era simple, y no incluía ninguna violencia. Los noventa y ocho pilotos cismáticos escoltaríamos a una nave profunda llena de hombres y mujeres que representasen todas las profesiones de nuestra Orden. Pilotos, escatólogos, mecánicos y reparadores…, viajaríamos a Ninsun, que era una estrella cercana a la Binaria Aud. Fundaríamos una nueva academia. Y el Guardián del Tiempo se vería forzado a aceptarnos como rivales, o a aceptar los cambios que el Colegio de Lores exigía y llamarnos de vuelta a Neverness, ofreciendo perdón y paz.

Pero no pudimos tener paz. Como observó una vez el Guardián del Tiempo, la naturaleza de las cosas es que nadie puede escoger la paz si su enemigo escoge la guerra. Poco después de nuestra huida, nos reunimos en torno a los puntos fijos de una estrella cercana a Nevada, una enana blanca ridículamente llamada Milky Minikin. Hablamos de nave a nave por medio de radio luz. Celebramos un cónclave, más o menos, para discutir qué hacer a continuación. (En ese momento, naturalmente, no sabíamos que Soli pretendía perseguirnos y ejecutarnos).

Recuerdo haber visto la imagen de la cara barbuda de Bardo aparecer en la cabina de mi nave. Y haber oído su voz:

—¡Somos libres, por Dios! ¿Puede Bardo ser más listo que un viejo tirano que nunca sale de su Torre? —preguntó retóricamente—. ¡Por Dios!, ¿hace apestar tu semilla la raíz de maraña?

—¿Fue necesario? —dije al negro aire de la cabina. Era difícil imaginar a Bardo oyendo mi voz, viendo mi cara en la cabina de su propia nave…, y al mismo tiempo flotando desnudo con Justine mientras ella escuchaba también mis palabras—. ¿No hubo entonces otro medio?

—No, no lo hubo. El Guardián del Tiempo te habría mandado decapitar.

—Bardo, ¿no se te ha ocurrido que nuestra huida ha sido demasiado fácil?

—¡Fácil! —exclamó—. Fácil para ti, que no tuviste que gastarte una fortuna en la construcción de los robots. No tuviste que coordinar…

—No quiero decir que la planificación fuera fácil —interrumpí—. Me refiero a nuestra huida como tal. ¿Por qué permitió el Guardián del Tiempo que los akáshicos entraran en su Torre si sabía que me encontrarían inocente? ¿Por qué no trató de impedir que los pilotos salieran de las Cavernas? ¿Por qué no…?

—Estás empezando a preocuparme, Pequeño Amigo. Bueno, la verdad es que también me preocupa todo eso. Sólo puedo suponer que el Guardián del Tiempo estaba aterrado ante la idea de que el Colegio de Lores le censurara.

—Tengo otra hipótesis.

—¿Cuál es? —Bardo (su imagen) se secó el sudor de los ojos.

—¿Y si el Guardián del Tiempo nos dejó escapar a todos, pilotos y profesionales?

—¿Y por qué haría eso? —preguntó él—. No, no, no me lo digas…, no me gustan las malas noticias. Creo que veo adónde converge tu secuencia de pensamientos.

Como estaba malhumorado después de mi largo encarcelamiento, puse voz a lo obvio de todas formas.

—Creo que el Guardián del Tiempo nos dejó escapar para así poder asesinarnos, a todos los que nos hemos puesto abiertamente en contra suya. Aquí, en el espacio, lejos de la ciudad, para poder ocultar su crimen.

—Asesinarnos a todos, ah…, ¿cómo?

—Tal vez enviará a Soli a hacer su trabajo.

—¿Y cómo nos localizará Soli? No puede conocer nuestro destino, ninguno de los puntos fijos de nuestras secuencias de trazado. Y no, no creo que Soli acepte cometer los asesinatos del Guardián del Tiempo; no, no, eso no es posible, ¿no?

No le contesté. Al cabo de un rato pregunté:

—¿Está Justine ahí contigo, en tu cabina? ¿Por qué no puedo verla, entonces? ¿Puedo hablar con ella?

La cara de Bardo se ruborizó y luego desapareció. Su imagen no regresó. Se produjo un momento de silencio. Y entonces su voz (sólo su voz) llenó la cabina de mi nave.

—Justine hablará contigo, pero está, ah…, desvestida, así que no quiere que la veas; es tu maldita tía después de todo, ¿no?

No le dije que cuando era niño solía espiar a través de las rendijas de la puerta mientras Justine tomaba su baño matutino. Al menos así lo hice hasta que mi madre me sorprendió y me retorció la nariz hasta hacerme sangre. Justine tenía un cuerpo hermoso, largo y voluptuoso como el de Katharine. La verdad es que no podía reprocharle a Soli que estuviera celoso de Bardo.

—Me alegra tanto que estés vivo… —dijo Justine por fin.

—¿Dónde está mi madre, lo sabes?

—Tratamos de encontrarla, naturalmente, pero no pudimos. Después de que te encarcelaran…

—Ah —interrumpió la voz de Bardo—, ¿sabías que otro guerrero poeta trató de asesinar al Guardián del Tiempo?

—Por supuesto, los robots tutelares mataron a ese poeta antes de que llegara a los aposentos del Guardián del Tiempo.

—Tu madre está escondida, Pequeño Amigo. Probablemente en algún lugar del Sector Extremo. No pudimos encontrarla.

—Después de que el Guardián del Tiempo viera lo cerca que había estado de la muerte —continuó Justine—, bueno, Moira no saldría de su escondite, ¿no?

—Aún está en la Ciudad.

—Por supuesto que lo está.

—Seguro que aún está viva.

—Siempre hay esperanza.

Una vez más, advertí lo iguales que parecían. A excepción de la entonación y el timbre de sus voces, hablaban de la misma manera. Sus programas eran similares, demasiado similares. Cuando les dije que esto me preocupaba, su respuesta fue inmediata.

—Ah, claro, Mallory es un cético.

—Los céticos se preocupan.

—Pero tú no deberías preocuparte por nosotros.

—No.

—Estaremos bien si…

—¡Si Soli nos deja en paz!

—¡Si Soli no estuviera tan condenadamente loco!

—Ah, Soli es la auténtica preocupación.

—Soli.

—Si nos persigue…

—Bueno, por supuesto que lo hará, y…

—Eso es una lástima.

—Una verdadera lástima.

Bardo y Justine, naturalmente, no eran los únicos preocupados por Soli. Otros pilotos confesaron similares miedos. Li Tosh, el Sonderval, Jonathan Ede…, hablé con cada uno de mis viejos amigos por separado, en privado. Pero no pudimos llegar a ningún consenso, así que enviamos nuestras imágenes de nave a nave, y los otros pilotos hicieron lo mismo. En cada cabina flotaron las cabezas brillantes y encogidas de noventa y siete pilotos. Era una manera extraña, confusa, abarrotada, de celebrar un cónclave. Hablé simultáneamente con aquellos pilotos. Ellos hablaron conmigo. Los mejores pilotos jóvenes de nuestra Orden: Delora wi Towt, Richardess, Paloma, Zapata Karek, Matteth Jons y Alark de Urradeth. Y otros que no eran tan jóvenes, los amigos de Justine: Veronika Menchik, Helena Charbo, Aja, Ona Tetsu y Cristobel el Osado en su famosa nave, El Talo de Plata. Y otros, ochenta y cinco pilotos charlando y discutiendo.

—La discusión no tiene sentido —dijo el Sonderval. Su cabeza era la más larga y más estrecha del círculo de cabezas. Tenía un largo labio superior y un hoyuelo en el mentón—. Debemos planear una estrategia.

—Por Dios, sólo puede haber un estratega —dijo Bardo. Me complació ver que Justine había accedido a dejar que la imagen de su cabeza apareciera junto a la suya. Le sonreí, y ella me devolvió la sonrisa—. Iremos a Ninsun, como planeamos.

—Y, si hay una guerra, ¿qué? —dijo Zapata Karek con su voz aguda y chirriante—. ¿Deberíamos dejar que capturaran la nave profunda? ¿Abandonaríais a los profesionales?

—¿Y qué hay de los profesionales? —preguntó Delora wi Towt—, ¿no deberían tener voto en lo que decidamos?

Todas las cabezas se volvieron hacia ella, contemplando su cara rosada y redonda mientras se retorcía las trenzas. Obviamente, nadie quería dejar votar a los profesionales.

—Si Soli nos persigue —dijo el Sonderval—, será una guerra entre pilotos. Los pilotos debemos decidir lo que hacer.

Cristobel el Osado asintió.

—Si hay realmente una guerra, deberíamos intentar sorprender a Soli, llevarle la guerra a él —dijo.

—¡Guerra! —exclamó Bardo—. ¿Por qué tiene que haber una maldita guerra?

Richardess parpadeó sus ojos rojos y cansados. (Era albino, con pelo blanco y piel blanca y muerta carente de toda pigmentación, y era muy viejo, el más viejo de los pilotos).

—El Bardo tiene razón —dijo—, ¿por qué tiene que haber guerra? ¿Hemos olvidado nuestros votos de búsqueda? ¿Por qué no esparcirnos por la galaxia? ¿Por qué esperar una guerra?

Li Tosh no había hablado en todo éste tiempo. Miró de una cara a otra mientras mostraba su amable y brillante sonrisa. Finalmente, después de que Richardess terminara de catalogar los horrores de la guerra, encontró su momento.

—Hagamos lo que hagamos —dijo—, si lo hacemos juntos, como hermanos y hermanas pilotos, debemos tener un solo plan. El Sonderval tiene razón. —Me miró, y sus ojos almendrados sonrieron, como siempre—. Un solo plan, y por tanto debemos elegir a uno de nosotros para que sea Lord Piloto, al menos temporalmente.

—Un Lord Piloto —accedió el Sonderval—. Es necesario elegir uno.

—¿Quiénes son los maestros pilotos entre nosotros? —preguntó Justine—. ¿Entre quién podemos elegirlo?

—Bueno, estás tu misma —dijo Bardo—. Y Li Tosh, naturalmente, y Richardess, Cristobel, Veronika Menchik, Helena Charbo y Aja…, maestros pilotos todos.

—Y está Thomas Sonderval —dijo el Sonderval, demasiado humildemente, pensé—. No lo olvidéis, me hicieron maestro piloto el nonagésimo día de la última primavera del medio invierno.

Li Tosh sonrió a nuestro antiguo rival.

—En cuanto a mí —dijo—, no querría ser Lord Piloto.

—Ni yo —admitió Bardo.

—Ni yo —dijo Justine.

—¿Y quién más es maestro piloto? —preguntó Li Tosh, casi inocentemente—. ¿Tetsu? ¿Matteth Jons? Y, claro, casi lo olvidaba…, Mallory Ringess.

Me miró, y de repente las cabezas de todos los pilotos y maestros pilotos se volvieron hacia mí.

—El Ringess —dijo— es quizás el mejor maestro piloto que jamás ha habido.

¡Es el mejor, por Dios!

—El Ringess encontró su camino de entrada (y de salida) en la Entidad de Estado Sólido. El Ringess —y aquí recitó una larga lista de mis cualificaciones, entre las cuales estaban los rumores de que era un cético oculto, un rememorador y tal vez incluso un scryta. Sobre todo, les dijo Li Tosh, era un hombre afortunado, lo suficiente como para estar vivo después de morir una muerte al parecer tan definitiva. Y, ¿quién no querría elegir a un Lord Piloto tan afortunado?

No registraré aquí todo lo que se dijo después. Sospeché que Bardo, Justine y Li Tosh habían orquestado juntos sus dramáticas alocuciones. Debieron planear desde el primer día que yo fuera el Lord de los pilotos cismáticos. ¿Habían instado a sus amigos y compañeros a que votaran por mí antes de que saliéramos de la Ciudad? Creo que sí. Cincuenta y cuatro de los noventa y siete pilotos inclinaron la cabeza para indicar que estaban a favor de mi ascenso. Doce de ellos, por una razón u otra, rehusaron votar. Treinta y un pilotos (y lamenté ver que Richardess era uno de ellos) sacudieron la cabeza negando vigorosamente. Negaron que yo tuviera ningún derecho a ser Lord Piloto de nadie. Dijeron que era tempestuoso y demasiado osado. (Paradójicamente, algunas personas temen a los líderes osados, mientras que otras valoran esa cualidad por encima de todo lo demás). Todos a una, desertaron de nosotros inmediatamente. Algunos se marcharon a Tria; algunos regresaron a la Ciudad. Unos pocos decidieron honrar su voto de búsqueda y siguieron a Richardess para perderse quizás en uno de los brazos de la galaxia.

De esta manera, me convertí en Lord Piloto de sesenta y seis pilotos rebeldes; si había guerra, sería un caudillo responsable de sesenta y seis vidas.

—¡Enhorabuena, Pequeño Amigo! —me dijo Bardo en la intimidad de mi nave. Me miró mientras se atusaba el bigote. Empezó a citar nombres de pilotos que habían permanecido leales al Guardián del Tiempo y a Soli—. ¿Qué harás ahora? Si Soli se pone contra nosotros, habrá al menos dos naves de Soli por cada una de las nuestras.

—¡Qué buen matemático eres! —dije—. Al menos aún sabes contar.

Le aseguré que venceríamos a Soli a pesar de nuestro número. Si se ponía en contra nuestra, maniobraríamos y atacaríamos y caeríamos al multipliegue; tenderíamos trampas astutas y haríamos dobles ataques; tentaríamos al enemigo para que dividiera sus fuerzas, y luego volveríamos y aplastaríamos nave tras nave y ganaríamos todas las batallas, y el juego sería nuestro.

Yo no sabía nada de guerras. La guerra, como pronto descubriría, no era un juego, aunque no podía dejar de pensar que así era. La guerra real no era muy divertida. Descubrí que no tenía ninguna tendencia o ningún genio para ella. Consulté la biblioteca de mi nave-ordenador, y descubrí que mi comprensión de los elementos estratégicos se basaba solamente en juegos como el ajedrez y el ko, a los que había jugado de niño. La guerra real, parecía, era muchísimo más caótica que ningún juego. La guerra real no tenía reglas. Estudié los anales de antiguos caudillos y estrategas. Sun Tzu, Liddell Hart, El Tolstoi, Julio César, Musashi el Espada-Santa, el Primer Richard Ede…, todos grandes autores bélicos. Apresuré mi cerebro en tempolento, y sus palabras fueron como fotones iluminando una estela. Aprendí los axiomas de la guerra. Nunca dividas tus fuerzas; escoge tu propio tiempo y lugar de la batalla; nunca seas predecible… Aprendí tan rápidamente como pude estos fundamentos, a menudo tan ignorados por príncipes y generales que han guiado a millones a la muerte. Estudié las antiguas campañas de Aleksandro, y otras batallas clásicas, como las trágicas guerras Hombre-Darghinni, que no eran tan antiguas. Yo era como un novicio ligeramente talentoso forzado a aprender las reglas del ajedrez y a estudiar los juegos de los grandes maestros en una sola noche. Mi ordenador hizo simulaciones de la historia. Reviví el genocidio de los Tencredi a manos de César y observé a los jinetes de Aníbal Barca arrasar los flancos romanos en Cannas. Y entonces hubo una matanza; entonces la temible infantería cartaginesa atacó y mató a sesenta mil legionarios tan apretujados que no podían alzar sus espadas ni podían cubrirse con sus escudos. Sus defensas fallaron. Seguí este tema de las defensas fallidas a lo largo de dos mil años. Como si me encontrara con un telescopio en la irregular superficie de la luna de la Vieja Tierra, observé el brillante, temible y hermoso Primer Intercambio del Holocausto. Me maravilló que los escudos espaciales fueran arrasados y los continentes del hemisferio norte estallaran con diez mil bolas de blanca luz en expansión. De El Camino de la Guerra, de Taddeo Astoreth, aprendí que todas las batallas, no importaba cuán complejas, se deciden según cuatro simples elementos: fuerza, espacio, tiempo e inteligencia. Aunque Soli pudiera superarnos dos a uno, Aleksandro había vencido en Gaugamela cuando lo superaban en cinco a uno. Si yo quería derrotar a Soli en una guerra real, tendría que guiar a mis pilotos a espacios familiares de mi elección y caer contra él cuando no estuviera preparado. Lo más importante en esta extraña e impredecible guerra matemática que podríamos librar sería la inteligencia, pues tendríamos que predecir los rumbos de los pilotos de Soli casi mientras los trazaban.

Si Soli nos atacaba; si podía seguirnos a través del multipliegue.

Naturalmente, cada nave, cuando abre una ventana, perturba levemente el multipliegue. Si dos naves están lejos una de otra, estas perturbaciones son imposibles de detectar. Pero si las naves están lo suficientemente cerca, si están dentro de una región bien definida, el radio de convergencia se estrecha y puede hacerse un trazado de probabilidad. Cualquier nave, con un cierto grado de probabilidad, puede seguir (puede «predecir») los rumbos de cualquier otra. Si pudiéramos huir con la velocidad suficiente y lo bastante lejos, las probabilidades de que Soli pudiera encontrarnos se acercarían a cero.

Y, así, huimos a través de las caídas hacia Ninsun. Las estrellas pasaban como copos de nieve en una tormenta. Huimos rápido y lejos. Finalmente, caímos en los alrededores de Ninsun, que era una pequeña estrella orbitada por un solo planeta. Y Soli y sus pilotos estaban allí, sobre el planeta, esperándonos. Conté ciento veintinueve navesluz. La Hoja de Vorpal, la nave de Tomoth y sus hermanos, Tiempo Pasado, Tiempo Presente y Tiempo Futuro, gravitaban como cuchillos de diamante sobre Ninsun, reflejando la luz de esa débil estrella y las brillantes luces polvorientas del Conjunto Aud. Llamé inmediatamente a mis pilotos. (¡Qué rápidamente pensaba ya en ellos como «mis» pilotos! ¡Qué rápida y finalmente caemos en la vanidad!). Ordené una secuencia de diez estrellas que empezaba con Shima Luz. Hicimos nuestros trazados y desaparecimos en las caídas. Y Soli y sus pilotos, lamento decirlo, porque conocían bien la región definida por el campo de gravedad del Conjunto Aud, no tuvieron problema en seguir nuestras perturbaciones del multipliegue.

—¡Por Dios, nos han traicionado! —tronó la voz de Bardo—. ¿Quién pudo decirle a Soli que elegiríamos Ninsun de entre todas las malditas estrellas de la maldita galaxia?

Yo también quería saberlo. Traté de contactar con Soli por radio luz, y me sorprendió que accediera a hablar conmigo.

—¿Has caído muy lejos, Piloto? No lo suficientemente lejos…, no, nunca lo suficiente, ¿verdad?

Era la voz de Soli, y me hablaba en la cabina de mi nave. Habíamos caído sobre una estrella con número pero sin nombre, una de las supergigantes azules en el borde del Conjunto. Era la primera vez que hablábamos desde el día en que asesiné a Liam. Su imagen apareció ante mí. Estaba más delgado de lo que recordaba, las mejillas demacradas, hundidas. Se cubría los ojos con la mano como si sufriera una pérdida profunda y no quisiera mirarme. En todas partes, en su cara, y en los temblores de su cuerpo demacrado, leí los avisos de la furia y el dolor.

—¿Quién nos traicionó? —pregunté—, ¿cómo sabías que viajaríamos a Ninsun?

—El Guardián del Tiempo conocía el plan de Bardo desde el principio. Siempre ha sido un buen espía.

—¿Y os ha enviado a asesinarnos, entonces?

—Esencialmente así es —dijo él—. Pero ¿qué necesidad hay de más muertes? No, no la hay, si os rendís y regresáis a la Ciudad.

Creo que debía saber que no me rendiría, porque no se sorprendió cuando dije:

—No, Leopold, no volveré.

—¿Me llamas por mi nombre?

—¿Debería llamarte «padre», entonces?

Cuando dije esto, él se aferró el estómago y clavó el puño en él. Dio un respingo, como si la bilis se abriera paso a través de su garganta.

—No —me dijo—, deberías decir: «Sí, Lord Piloto, regresaré para enfrentarme a mi castigo».

—Ya no eres mi Lord Piloto.

—Sí, has sido elegido Lord Ringess…, ¿no es así como te llaman tus pilotos? Esperemos que ninguno de ellos pierda la fe en tu liderazgo y trate de asesinarte.

Apreté mis nudillos contra mis labios.

—Yo no intenté matarte —dije—; traté de salvarte. El guerrero poeta…

—¿Quién eres tú para salvar a nadie? —preguntó. Evidentemente, no creía que yo le hubiera salvado la vida.

—¿No recuerdas nada? —quise saber.

Apartó la mano de sus ojos. El blanco estaba surcado de rojos capilares fotos. Parecía no haber dormido en muchísimo tiempo. Su mano temblaba como la de un anciano.

—El Guardián del Tiempo dice que sus robots os capturaron al poeta y a ti cuando estabais a punto de asesinarme. ¿Qué más debería recordar? Lo que se vio…, se vio.

—¡No, eso no es cierto! Seguí al poeta por toda la Ciudad. Y…

—Sí, eres un mentiroso, ¿no? Pero, aunque estés diciendo la verdad…, es demasiado tarde, ¿no? Hay otros crímenes por los que debes pagar.

En cierto sentido, tenía razón. Era demasiado tarde. Nuestra enemistad privada se había enconado y había infectado a la Orden, y ahora muchos tendrían que pagar. Sin embargo, ninguno de nosotros estaba ansioso por ver a pilotos asesinando a pilotos. (Al menos, creo que ambos queríamos conservar nuestros asesinatos dentro de la familia, por así decirlo. Cuando le informé —y fue una crueldad total por mi parte— que Bardo y Justine no regresarían a la Ciudad a menos que el Guardián del Tiempo los perdonara y les permitiera casarse, susurró: «Justine, ¿cómo fui tan estúpido…, Justine?», y hubo asesinato en sus labios). Y así, por consenso mudo, empezamos una guerra de maniobras. Al principio fue más un juego que una guerra real. Como cualquier buen general o caudillo, Soli esperaba ganar lo máximo posible con las mínimas pérdidas. Buscaba demostrar maniobrando que nuestra postura era desesperada, que debíamos rendirnos sin luchar. Siguiendo sus órdenes, pilotos como Stephen Caraghar y Salmalin cortarían nuestro rumbo, caerían, y acosarían la gruesa nave profunda con forma de ballena. Entonces demostrarían lo ajustado de sus trazados predictivos, un aviso que quería decir: «¿Veis? Los pilotos de la Orden pueden encontraros y destruiros dondequiera que estéis».

Pronto nuestras tácticas se hicieron más provocativas. Cuando uno de los pilotos de Soli caía sobre la nave profunda, Delora wi Towt, por ejemplo, salía del multipliegue cerca de ambas naves. Las dos navesluz bailaban entrando y saliendo del multipliegue, dos brillantes franjas de plata buscando un rumbo de probabilidad ventajoso. El piloto «victorioso» sería el que mejor predijera los rumbos de su «enemigo». Ella (o él) saldría al espacio real, a la negrura, y prepararía los motores de espaciotiempo de la nave mientras esperaba. Si su enemigo salía en el punto-salida previsto, el piloto pronto a la victoria demostraría que podría haber destruido al otro. Mientras los motores de espaciotiempo del piloto victorioso se fijaban en un punto-fuente cerca de su enemigo, el espacio-real cerca de la nave enemiga empezaría a ondular y distorsionarse, a borbotear como una hoja de clary caliente. Y, cuando la burbuja estallase y la ventana al multipliegue se rompiera durante un instante, el piloto victorioso giraría su naveluz en torno a su eje en un gesto de triunfo, como para decir: «Igualmente podría haber establecido un rumbo al corazón de una estrella cercana y lanzado tu nave al infierno. Si esto fuera una guerra real, habrías sido aniquilado».

Dada nuestra ansiosa naturaleza humana, como Bardo me recordó, esta guerra de maniobras, inevitablemente, no podía durar. Un día, mientras nos internábamos en el Conjunto Augusto, Tomoth de Thorskalle mató a Jonathan Ede. Naturalmente, la muerte de Jonathan pudo haber sido un accidente. Tal vez Tomoth (aquel gigantesco asesino rubio con sus traicioneros ojos mecánicos) abrió «accidentalmente» una ventana al multipliegue cerca de la Nave de Todas las Naves, y envió a Jonathan al corazón de una estrella. Pero ¿qué es exactamente un accidente? ¿Fue un accidente que el brillante y normalmente tranquilo Li Tosh buscara venganza por el asesinato de su mejor amigo? ¿Fue un accidente que buscara y venciera al hermano de Tomoth, Seth? ¿Que le destruyera como Jonathan había sido destruido? No lo creo. Y, cuando pilotos empezaron a caer contra pilotos llenos de frenesí y abandono, aquello tampoco fue ningún accidente.

(¿Fue un accidente que yo le hubiera roto la nariz a Soli? ¿Era la composición de mis cromosomas un accidente?).

Recordé las palabras finales que me dirigió Soli cuando cesamos definitivamente nuestras comunicaciones y entramos en la batalla real.

—¿Por qué, Piloto? —me preguntó—. ¿Por qué has hecho que se llegue a esto?

Justo después de que Jonathan cayera a su muerte, la imagen de Bardo apareció ante mí.

—¡Es increíble! —rugió—. ¡Qué crimen! ¡Perfidia! ¡Abominación! ¡Sacrilegio! ¡Por Dios, me estoy quedando sin palabras! ¡Barbarie! ¡Catástrofe! ¡Oh, qué tragedia! ¡Oh, lástima!

Como estaba apesadumbrado por la muerte de Jonathan, como no podía soportar la idea de causar más muertes a nadie, como estaba apenado, fui demasiado cauto. Lo repetiré: Yo, Mallory Ringess, fui demasiado cauto. Guie a mis sesenta y cuatro navesluz a través de las estrellas de la nebulosa Trífido con la intrepidez de un viejo ajedrecista que mueve sus piezas por las sesenta y cuatro casillas. Pretendía hacer maniobrar a mis fuerzas desde Veda Luz hasta Karanatha y al Finospacio Danladi en el borde de la Trífido. Allí, donde los senderos son muchos, podríamos atrapar a las naves de Soli. Cuando salieran del multipliegue y trataran desesperadamente de localizar uno de los pocos puntos-fuente, las rodearíamos (en un sentido topológico, teníamos que encontrar un conjunto de puntos-fuente que estuvieran a la vez cerrados y unidos, es decir, compactos), y las destruiríamos una a una.

Pero nunca llegamos al Fino Danladi. Soli debió adivinar mi estrategia, porque me sorprendió. Recuerdo bien el instante en que llegué a cuestionarme la cautela. Yo (y mis otros pilotos) acabábamos de caer en la salida, y la luz de Veda Luz me cegó. El interior de la nebulosa irradiaba una suave luz azul hielo que reflejaba la luz de las partículas de polvo interestelar. La propia Veda Luz era de un azul ardiente, una supergigante azul caliente tan brillante como Alnilan o Primer Spica. Era una estrella grande. Tan enorme era Veda Luz, que el multipliegue a su alrededor estaba vulgarmente distorsionado. Tuve dificultades para guiar a mis pilotos de forma ordenada a través de sus ventanas. Hubo un instante en que seis de mis pilotos tuvieron que esperar mientras los demás encontraban sus ventanas y caían hasta Favasham, que era la siguiente estrella en nuestra secuencia hacia el Fino Danladi. En ese momento, Lionel Killirand, viejo amigo de Soli, salió en su Bucle Infinito, cayó sobre Cristobel el Osado y lo destruyó. Y, en ese momento, treinta y dos maestros pilotos cayeron sobre Olafson Jons y Nashira y Ali Alesar de Urradeth y Nikolos Korso y la inimitable Delora wi Towt. Probablemente fue Lionel quien la mató. Se produjo una confusión de navesluz entrando y saliendo del espacio real, treinta y siete agujas de diamante persiguiéndose a través de la negrura como si fueran una camada de perros alaloi luchando por colocarse cerca del fuego. Fui consciente de esta batalla como cientos de rápidas deformaciones de puntos evanescentes del multipliegue, cientos de brillantes olas en un mar nocturno. Traté de hacer volver el cuerpo principal de nuestras navesluz, kleineando en nuestro rumbo, pero, cuando regresamos a Veda Luz, la batalla había terminado. Lionel y los otros habían escapado. Y seis de nuestros pilotos se habían perdido.

Como un equipo de perros de trineo apaleados con el rabo entre las patas, nos retiramos a través del Grupo Estelar de Jonah casi hasta el borde de la Nebulosa de Orión. Floté en la cabina de mi nave mientras charlaba brevemente con mis pilotos. Bardo en especial estaba horrorizado por el resultado de la batalla. Tocamos los cascos de nuestras naves, y su voz y sus pensamientos se propagaron a través de mi nave-ordenador y se formaron en mi mente. Compartimos el mismo espacio de pensamiento. Como estábamos aturdidos y doloridos por la derrota, porque estábamos apenados, nos permitimos unos instantes de esta telepatía electrónica prohibida.

»Pequeño Amigo, ¿puedes oír/sentir/verme?

Yo podía ver sus inteligentes ojos castaños, oler su miedo y su pedorrear mientras flotaba en la cabina de la Puta Bendita. Era algo misterioso cómo Justine podía estar cerca de él dentro de un espacio tan reducido.

»¿Dónde está Justine? ¿Por qué no puedo oír sus pensamientos?

»Está aquí a mi lado, dormida. Cuando vio lo que le sucedió a Delora… Oh, bueno, está descansando un rato.

»Me precipité, Bardo. Nunca debería haber… tratado de conocer a Soli aquella noche en el bar. ¿Recuerdas? Ahí es donde empezó todo, esta secuencia de mala suerte.

»Deberías pensar en los pilotos que hemos perdido en vez de en los errores de tu vida.

»No puedo dejar de pensar en ellos. Si nosotros…, ¿por qué tuvo que morir Delora? ¿Por qué tiene que morir nadie?

Pensé en los miles de millones de personas que habían muerto en las guerras, y descubrí una de las muchas perversiones e ironías de la guerra: el infierno de la guerra no es multiplicativo. O, más bien, es inversamente multiplicativo. El dolor de perder a alguien que conoces es un millar de veces superior a las muertes de un millar de personas desconocidas.

»Por Dios, la amé una vez, ¿lo sabías, Pequeño Amigo? Delora fue mi primera amante, y fue paciente conmigo. En Borja. Entonces necesitaba paciencia.

»Era un piloto brillante.

»Oh, no comprendes. Era una mujer. Y ahora ha muerto.

»Los hibakusha dicen que la guerra es el infierno.

»¡Vaya idea! “La guerra es el infierno”, “La guerra es el infierno”…, lo dices con voz helada, pero sé cómo te sientes realmente, así que no creas que puedes esconderte, porque no puedes.

Era cierto. Yo intentaba hacer creer que no me afectaban las muertes de Ali Alesar, de Cristobel y Delora, pero no funcionaba. Bardo, que escuchaba mis pensamientos casi mientras se formaban, me recordó que debía estar lleno de caliente ira; debería cerrar los puños y maldecir y jurar venganza contra Lionel Killirand. La compasión indiferente, me susurró al oído, era la emoción de un santo. Y las amargas autodudas eran infantiles.

»No eres ni un niño ni un santo.

»¿Qué soy, entonces?

»¡Eres un hombre, por Dios! Te quería más cuando solías dejarte llevar por la ira como un hombre. ¡Casi le arrancaste a Kesse la cabeza del maldito cuello, por Dios que lo hiciste! No puedo olvidar eso.

»Ni yo, Bardo. No puedo olvidar nada.

»Ah, lástima.

»Estoy cambiando… tan rápido.

»Lo sé, Pequeño Amigo, lo sé. A veces ya no te comprendo.

»Si pudiera hacerte ver las probabilidades…, las posibilidades. Pronto habrá una batalla, el principio del fin. Puedo verla venir, yo…

»¿Qué pasa?

»Tengo miedo. Miedo de perderlo todo. A veces incluso tengo miedo de perderte a ti.

»Pero nunca podrás perder a tus amigos, Pequeño Amigo. ¿No te lo he dicho antes?

»¿Seremos amigos entonces, después de que todo termine?

»¡Por Dios, te juro que sí!

Bardo era aún mi amigo y, mientras entrábamos en la Nebulosa de Orión, empezó a examinar las implicaciones tácticas del infame Teorema Boomerang. Caímos entre las estrellas del Trapecio, que brillaban con el encantador verde del oxígeno ionizado interestelar. Caímos entre estrellas tan jóvenes que habían nacido cuando el hombre era aún un mono que surcaba los bosques del continente madre de la Vieja Tierra. Cerca de la Binaria Chu libramos una escaramuza contra la fuerza principal de Soli. Bardo y Justine (y Charl Rappaporth y Li Tosh) descubrieron que podían caer instantáneamente hacia atrás en sus trayectorias hasta una ventana y por tanto sorprender a cualquier piloto que los hubiera seguido. De esta forma, enviaron a las estrellas a ocho pilotos de Soli. Era un truco inteligente, pero no podía ser duplicado tan fácilmente. Para derrotar a Soli, que copiaba y usaba nuestras tácticas contra nosotros tan rápidamente como el ARN copia y divide nuestra proteína, necesitaríamos más trucos.

Por fin, dejamos atrás la Densidad del Tycho y entramos en la Roseta. A nuestro alrededor se encontraba aquella gloriosa máquina hacedora de estrellas por la que había pasado en mi viaje a la Entidad. Aquí había estrellas y caminos que conocía bien. Estábamos cerca del Vild (peligrosamente cerca), y no pude dejar de preguntarme cómo sería caer entre las cenizas y la luz degradada de aquel infierno de estrellas en explosión. Mientras pasábamos a través de los espacios de la Roca de Rollo y Farfara y Nwarth, perdimos a Duncaness y su Gusano Aparejador. Para desquitarnos, en venganza destruimos a Alhena Ede. (Aquella piloto grande y sardónica era la hermana mayor de Jonathan Ede. De todas las tragedias que podrían haber ocurrido en nuestra trágica guerra, al menos me alegro de que el hermano no matara a la hermana. Pero ambos Ede murieron, y fue una lástima. Eran los últimos de su famoso linaje, y sus talentos desaparecieron junto con sus cuerpos, cromosomas y navesluz). Por cada piloto que perdimos tomamos uno de los de Soli. Pero no podíamos continuar así eternamente. Cada piloto que perdíamos aumentaba las probabilidades en nuestra contra, y Soli tenía más pilotos para perder que nosotros. Cuando tres de mis pilotos se perdieron en el Denso Noroeste, supe que tenía que encerrar a Soli en una última batalla decisiva.

Fue totalmente decisión mía guiar a mis pilotos a los espacios que rodean Perdido Luz. No puedo disculparme por eso. Tras haber fracasado en el empleo del tiempo y la inteligencia, sólo me quedaba el elemento del espacio para vencer a la fuerza superior de Soli. Fenestramos más allá de Kaarta y Nueva Tierra hasta las estrellas del Fayoli, porque yo estaba familiarizado con esas singladuras y esos espacios. Como yo buscaba un densospacio particular donde atrapar a Soli, nos internamos en el multipliegue cerca de Darrein Luz. Allí las estrellas son pequeñas y arden con luces amarillas y anaranjadas; allí el tiempo es un poco extraño; allí la Entidad ha distorsionado el multipliegue más allá de la probabilidad. Según nuestros mapas estelares, Perdido Luz no era parte de la Entidad. Si lo hubiera sido, ningún piloto (excepto quizá Bardo y Justine, y Li Tosh) me habrían seguido allí. Pero los mapas estelares a veces están anticuados o simplemente equivocados. Los mapas estelares tienen poco en cuenta el rápido crecimiento del cerebro nebular. Guie a mis pilotos a través del densospacio que había dominado hacía años, y salimos cerca de Perdido Luz. Ninguno de nosotros (ni siquiera yo) suponía que estábamos perturbando el espacio, la misma esencia de la Entidad de Estado Sólido.

Por supuesto, yo sabía que era un riesgo descabellado batallar dentro de aquel densospacio. Pero ¿qué opción tenía? Siglos antes, Aníbal Barca había sorprendido a una nación llamada Roma conduciendo a su ejército de hombres y mamuts sin pelo por una cadena de montañas. Todos los mamuts y muchos de sus hombres habían muerto congelados en los pasos cubiertos de nieve, pero su ejército sobrevivió para destruir a los romanos en el Lago Trasímeno. Yo no era Aníbal, pero aún podía elegir el lugar de la batalla. Soli no sabría nada del Perdido Densospacio, y si nos seguía hasta allí, yo le sorprendería como Aníbal había sorprendido a los romanos.

En Neverness, los aspirantes y novicios recorrían las calles nevadas camino a casa para cenar; y en el corazón de la Entidad, Ella pensaba sus grandes pensamientos; y las radiaciones asesinas de la Estrella de Merripen y otras estrellas del Vild fluían hacia Neverness, fluían constantemente; y Leopold Soli y un centenar de navesluz salieron del multipliegue. Gravitaron sobre el cuarto planeta de Perdido Luz, un gigante gaseoso rodeado por fantasmales anillos de hielo. Los capturamos en un punto de salida cercano al plateado anillo central. Mis pilotos usaron los trazados ya preparados que yo les había enseñado, y caímos sobre Soli a través del densospacio como si fuéramos una jauría de lobos hambrientos.

Ahora comprendo lo que los antiguos caudillos querían decir con «la niebla de la guerra». Aunque no podía colocar a cada uno de mis pilotos como haría con piedras en los resquicios de una tabla ko, esperaba al menos conservar y controlar la marea de la batalla. Descubrí que no podía controlar nada, ni siquiera mis palmas sudorosas ni los latidos de mi corazón. Salí a espacio real durante menos de un instante, y el chispeante anillo central del cuarto planeta colgó como un glaciar sobre mí. Hice un trazado instantáneo. Los motores de mi nave abrieron el multipliegue cerca de la Rosa de la Tierra de Gregorik Smith. Hice otro trazado, y otra vez mis motores abrieron el multipliegue. La negrura se ensanchó, como una grieta en la kamelaika de un piloto. Y entonces los dos desaparecimos, él en el corazón de Perdido Luz, yo dentro de los intensos caminos del densospacio. Hubo un arrebato de teoremas, las chispeantes ideoplastias de la tormenta numérica. Fluí a través de la densa mezcla del densospacio como si mi naveluz fuera un virus de información abriéndose paso a través de las oscuras venas del cerebro de un hombre. Se produjo una bifurcación, y luego los túneles se unieron. El multipliegue volvió a abrirse. Vi luz, la débil luz amarilla de Perdido Luz. Uno de los pilotos de Soli (era Neith de Thorskalle, con su distintiva nave sin alas), me estaba esperando. Pero yo había fijado una secuencia de rumbos. Antes de que pudiera enviarme a la estrella, escapé de regreso a las pulsantes arterias del multipliegue. Danzamos entrando y saliendo del multipliegue hasta que Neith cometió un error. Entró en un sendero que, en sus bucles a través del multipliegue, se intersecaba sólo con otro más. Para él y su Tiempo Futuro sólo podía haber dos posibles puntos de salida al espacio real cerca de Perdido Luz. Calculé las probabilidades, y le estaba esperando cuando su nave tiñó de plata la negrura. Esperando para matarle. No tuvo ninguna oportunidad.

Sé compasivo, me había dicho Katharine.

Pero ¿qué lugar podía tener la compasión cuando se trataba de la guerra? No, a veces sólo podía haber pasiones frías y asesinas, y por eso a mí alrededor la batalla rugía como una tormenta de invierno durante la noche. Las navesluz eran brillantes agujas de hielo, y rasgaban la oscuridad del espacio real y desaparecían en el multipliegue. Las complejidades de la batalla me abrumaban. Había tempolento, tiempo precipitado, teoremas que demostrar, trazados de punto a punto, y el ácido siempre presente del terror puro. Al principio el ardiente punto amarillo de Perdido Luz estaba por debajo de mí, y al siguiente estaba por encima. (Y por encima quiero decir que estaba entre la nube de galaxias de Canes Venatici y yo. Por antigua convención, se dice que las estrellas de Canes Venatici están por encima de todas las estrellas de nuestra galaxia). Mientras trazaba un rumbo y eludía a la Bucle Infinito de Lionel, advertí que había salido por el extremo lejano de Perdido Luz al otro lado del cuarto planeta. Estaba a ciento cincuenta mil millones de kilómetros de la batalla. Y entonces el multipliegue me engulló, y salí al densospacio bajo los anillos del planeta, y se produjo una bruma de luz, como la del sol a través de una densa niebla helada en Neverness. Había un centenar de navesluz bailando. No tenía ni idea de quién ganaba la batalla. Traté de hablar de nave a nave con mis pilotos, pero no había tiempo. Escapé de uno de los pilotos de Soli haciendo un desesperado trazado a través de un árbol finito. Escapé al multipliegue, pero no pude regresar inmediatamente porque las ramas del árbol eran numerosas y complejas. Pareció que caía eternamente. El tiempo fluía tan despacio como el hielo de un glaciar. Durante un momento me sentí enfermo con el ansia de la batalla; me sentí enfermo conmigo mismo. ¡Con qué facilidad había vuelto a convertirme en un asesino! ¡Con qué facilidad nos había infectado a todos el virus de la guerra! Incluso mientras demostraba un resultado menor del Teorema de Inclusión, los pilotos asesinaban a pilotos. En realidad, era increíble. Esto es la batalla, pensé. La batalla no es simplemente una palabra; es un asesinato organizado. Cerré los puños en la oscuridad de mi nave y maldije. Recordé algo que debería haber estado en nuestras mentes antes de decidirnos por el cisma y caer contra nuestros compañeros pilotos: la guerra es lo peor que hacen los seres humanos; pensar en ella en abstracto o tratarla como a un juego es peor que bárbaro.

Y, sin embargo, es cierto que el asesinato es tan natural a los seres humanos como fabricar hachas con pedernal o amamantar a los hijos. Y los humanos son seres nobles, trágicos y espléndidos en torno a un núcleo de barbarie. Cuando por fin regresé a la batalla, tuve un momento para observar las ondas y el flujo de las navesluz mientras se asesinaban mutuamente. Aunque la batalla parecía completamente caótica, como si una nube de locura se hubiera apoderado de los pilotos en ambos bandos, no era así. Matar puede ser realmente una locura, pero los pilotos no mataban al azar. No, mis hermanos y hermanas pilotos eran hombres y mujeres de pasión, aunque no compasivos. Contemplé cómo algunos pilotos parecían buscar a otros. Bardo y Justine en su gruesa y bruñida Puta Bendita perseguían hasta el multipliegue a la aguzada Bucle Infinito de Lionel. En venganza por la muerte de Delora wi Towt, le asesinaron. Fue la venganza lo que impulsó a Tomoth a caer contra Li Tosh y enviarle rebotando por senderos contra los que yo les había advertido. A mi alrededor, bajo la fría luz amarilla de Perdido Luz, la batalla degeneró en decenas de combates vengativos. Mis pilotos abandonaron rápidamente mi estrategia y nuestras singladuras preparadas de antemano. Los pilotos de Soli, como supe más tarde, estaban envenenados por viejas rivalidades y odios. Ignoraron el plan maestro de Soli. Salmalin, que siempre se había sentido celoso de su alumno más brillante, el Sonderval, cayó contra su Virtud Capital. Locura y muerte; muerte y locura. Hubo un horrible momento en el que dos de los pilotos de Soli se volvieron locos y se abalanzaron uno contra el otro. Y, luego, un momento aún más horrible cuando Tomoth salió al espacio real y, por pura casualidad, me cogió desprevenido. Incluso hoy día puedo imaginar aún cómo debieron brillar sus feos ojos rojos y enjoyados cuando advirtió que podría por fin vengar mi insulto de aquella noche en el bar de los maestros pilotos, y mucho más (un millar de veces más), cómo podría vengarse de mí por haber dado muerte a su hermano Neith. Pero la venganza, como una lanza devaki, corta de dos formas. Li Tosh, y Bardo y Justine, cayeron sobre Tomoth un instante antes de que me asesinase. Lo mataron; abrieron una ventana al multipliegue y le enviaron por un oscuro túnel hasta el infierno de una estrella cercana.

Llego ahora a la que quizás es la parte más triste de mi historia. Cuando Soli vio que Tomoth y Lionel estaban muertos, se dejó llevar por la furia. Yo esperaba que hubiera aprendido compasión, pero no, cayó contra Bardo y Justine sin piedad ni contención. Sus naves flotaron durante un momento como talos bajo los anillos helados del cuarto planeta. La elegante y flexible Hoja de Vorpal de Soli brilló tras la Puta Bendita, esta imagen ardió a través de mis telescopios hasta las neurológicas de mi nave. Yo estaba lo bastante cerca (una centésima de segundo luz) como para fundir las neurológicas de mi nave con las de la Puta Bendita. En un frenético esfuerzo por ayudar a Bardo y Justine a trazar un rumbo, tracé el mío. Pero ellos ignoraron el sendero que les mostraba. Probablemente Justine no creía que Soli fuera realmente a matarlos. Ahora advierto que intentaban hacer un trazado particular propio. Aunque yo «escuchaba» su diálogo interior final, escuché sólo durante un momento. Comprendí sólo una parte de sus pensamientos privados. Aquí, por el bien de la historia y el arte conservador de los rememoradores, está lo que oí:

»Allí, ¿ves la curva de la Hoja de Vorpal de Soli?

»Siempre fue un hombre romántico, y…

»Piensa ahora, bajo el densospacio del anillo, el punto-fuente donde si alfa es un esquema de declaración entonces existe una clase de solución tal que…

»Un cantor me dijo una vez que te destruirá porque…

»Por tanto, la clase universal y todas las demás clases son una subclase de…

»Naturalmente, estoy preparado para definir el cardinal, pero no puedo dejar de pensar en Soli y el cantor. Justine, dijo que tu marido es un tychista de corazón que arriesgaría casi todo por demostrar su teorema, y dijo que entre el amor y el odio no hay nada y…

Y desaparecieron. Una ventana en el multipliegue se abrió, y desaparecieron.

Pensé que había visto este momento antes. En mi momento de scryta, en mi celda de piedra, había visto muchos futuros. En uno de ellos, justo antes de que Soli los destruyera, Bardo y Justine abrían una ventana al multipliegue y huían de la batalla. En otro, Bardo y Justine caían en los brazos y pensamientos el uno del otro, mientras el propio Soli abría la ventana y se convertía en un asesino. ¿Qué futuro había sucedido? ¿Qué suceso estaba ahora microsegundos más allá?

Al final, escogemos nuestros futuros, suelen decir los scrytas. Hice mi elección. Decidí que Bardo y Justine estaban vivos. Y por eso esperé. ¡Cuánto tiempo esperé a que regresaran a la batalla! ¿Cuánto debe esperar un Lord Piloto antes de volcar su atención hacia otra parte? Esperé vastos, interminables, contables, segundos enteros; esperé una eternidad. Pero la nave de Bardo no regresó.

Caí contra Soli, entonces. O él cayó contra mí. En realidad, caímos el uno contra el otro. Nuestras dos navesluz, tan diferentes en diseño, mi Clavellina Inmanente con sus alas hacia adelante y su Hoja de Vorpal…, éramos como trazos de luz hendiendo la noche. Maniobramos buscando ventaja, entrando y saliendo por las ventanas que abríamos. Por fin, pensé, por fin. Hice un simple trazado. Caí en un bucle abierto que estaba parcialmente limitado por una secuencia Danladi. Mientras el multipliegue se abría ante mí, me aseguré de caer en el densospacio para emboscar a Soli. Pero él adivinó mi estrategia y me estaba esperando. Quedé sin trayectoria, sin ninguno de mis compañeros pilotos lo suficientemente cerca para salvarme. Estoy seguro de que me habría asesinado. Mi Lord Piloto, mi tío, mi ejecutor, mi padre.

Creo que los pilotos de ambos bandos habrían luchado hasta la última nave si no hubieran comenzado las voces. Todo el mundo, incluso Soli (especialmente Soli) oyó las voces, aunque no eran realmente voces, sino plastias sonoras que interpretábamos como voces. Las naves-ordenador de cada piloto empezaron a manufacturar las ideoplastias en busca de palabras y estructuras de ideas. En la cabina de mi nave, las neurológicas que me envolvían empezaron a temblar con sutiles ritmos que no eran enteramente propios. Inmediatamente sentí la presencia de la Entidad. Trataba de escapar de Soli (¿o estaba realmente tratando de matarle?) cuando la brillante ideoplastia parecida a un copo de nieve que representa el Axioma de Plexidad se hizo añicos. Mi disposición de pensamientos matemáticos quedó completamente destruida. Entonces, la nave-ordenador produjo la ideoplastia naranja y múltiple para «demostrar el imperativo categórico». Esta plastia se conectaba a un cilindro rojo que representaba el conjunto de solución específico. El cilindro rojo se unía con un toroide negro, la ideoplastia de la negación universal. Juntos, estas plastias formaron una palabra plastia cuyo significado comprendí: Debes descubrir la respuesta a la muerte. De la misma manera, otras palabras plastias se formaron y se unieron a la palabra plastia central. Apareció de nuevo un toroide negro y se unió a la primera plastia de negación universal. Se produjo una plastia verde como una lanza que representaba un tipo específico de trazado, y automorfismo, y el pensamiento: La muerte se encuentra dentro de mí creció del concepto central. En unos pocos instantes otras ideoplastias se formaron y giraron unas sobre otras y cayeron en su lugar mientras la pequeña tormenta de palabras se apaciguaba y aclaraba. Me pregunté por qué Ella no había hecho aparecer ante nosotros una imagen del Tycho, como hizo cuando la penetré por primera vez. Tal vez Ella quiso detener la batalla interrumpiendo la tormenta numérica dentro de cada nave. Si ésa era su intención, lo consiguió. Ciento veinte navesluz colgaron inmóviles en espacio real, y estas palabras nos atravesaron a cada uno de nosotros:

¿Hasta dónde habéis caído, Pilotos? ¿Cómo os gusta la guerra? ¿Aún buscáis el secreto de la vida? Entonces debéis descubrir una respuesta a la muerte. La muerte se encuentra dentro de mí. La muerte es una estrella que llamaré Gehena Luz. Si buscáis una respuesta a la muerte de las estrellas del Vild, debéis renunciar a vuestra guerra y viajar a Gehena Luz. Os ayudaré. Pero debéis apresuraros, porque Gehena Luz morirá muy pronto. Está lejos, pero no demasiado; el secreto de la vida está cerca. El primer piloto en llegar a Gehena Luz descubrirá el secreto.

No puedo explicar completamente por qué este simple mensaje destruyó nuestros deseos de guerra. No puedo (y no pude) mirar dentro de las mentes de Li Tosh y Carman de Simoom y Leopold Soli y proclamar: «¿Veis? Aquí es donde la fría corriente de la devoción extingue las llamas de la locura». ¿Por qué debimos de creerla a Ella, a aquella diosa caprichosa e inhumana? Tal vez nuestra guerra en su interior y nuestra violación del multipliegue la habían enfurecido; tal vez Ella sólo quería conducirnos a nuestra perdición. Sólo puedo decir que la creímos. Necesitábamos creerla. Ciento veinte naves flotaban sobre los anillos del cuarto planeta, y creímos que el secreto del Vild moribundo (y tal vez el otro secreto) estaba al alcance de la mano. Creo que se produjo un momento en el que miramos por encima de la disposición de las naves a los espacios tan negros como el café donde la Bucle Infinito y la Puta Bendita habían estado recientemente, y nos avergonzamos. No éramos guerreros; éramos Pilotos de la Orden de los Matemáticos Místicos y Otros Buscadores de la Llama Inefable…, no puedo explicar por qué, de repente, cada uno de nosotros recordó esto.

Celebramos allí un cónclave, cerca del densospacio. Enviamos nuestras imágenes de nave a nave, escuchamos las voces de nuestros «enemigos» pilotos, observamos los labios de pilotos que habíamos conocido toda la vida. Fue como si nos hubiéramos despertado de un sueño terrible. El triste Li Tosh, el angustiado Sonderval lamentando la muerte de Delora wi Towt, Soli con sus ojos arruinados de muerte y su rostro silencioso…, casi todos los pilotos estuvieron de acuerdo en que debíamos llegar a una tregua.

—Esto ha sido una masacre —me dijo más tarde la imagen de Soli en la intimidad de mi nave—. Qué locos hemos sido.

—Bardo está muerto —le dije.

—Tantos muertos.

—Y Justine. ¿Cómo pudiste matarlos?

—No lo sé.

Dentro de la cabina, mientras flotaba, me froté la nariz, que estaba tan congestionada de filtrar aire seco y reciclado que respiraba con dificultad.

—Me habrías matado también a mí, ¿verdad?

—No lo sé —dijo él. Y luego, tras un momento de reflexión—: Sí.

—Pero la guerra ha terminado. Estos asesinatos nos disminuyen. Son bárbaros. Nos convierten a todos en hombrecitos. No puedo matar más, ya no.

—Sí, la guerra se acabó —dijo Soli. Se apretó los ojos—. Pero entre tú y yo la carrera continúa, ¿verdad, Piloto?

—¿Cómo no? —accedí—. Continúa.

Como ambos éramos Lores Pilotos, Soli y yo pronunciamos un réquiem por todos los pilotos que habían muerto ese día. Luego, cada uno de nosotros se unió a su nave y trazamos nuestros rumbos. Las estrellas se desvanecieron y las navesluz cayeron a través de sus ventanas al multipliegue. Así empezó nuestra carrera para encontrar Gehena Luz antes de que estallara, dentro del solitario y engañoso corazón de la Entidad de Estado Sólido.