CAPÍTULO 5
La Entidad de Estado Sólido

Si el cerebro fuera tan simple que pudiéramos comprenderlo, seríamos tan simples que no podríamos hacerlo.

—Lyall Watson, Escatólogo del Siglo del Holocausto.

En alguna parte está registrado que el primer hombre, Gilgamesh, oyó una voz en su interior y pensó que era la voz de Dios. Yo oía voces reverberando en mi oído interno, y pensé que mi miedo al árbol infinito me había vuelto loco.

¿Por qué?

Cuando un hombre oye voces que no nacen de sus labios sino de su propia soledad y sus ansias, es un signo de locura. A menos, por supuesto, que sea la voz de su nave estimulando sus nervios auditivos, inyectando sonidos directamente a su cerebro.

¿Por qué nace?

Pero una nave-ordenador tiene poca voluntad propia; no puede elegir qué palabras o qué tono de voz emplear para hablar con un piloto. Es posible que reciba señales de otra nave-ordenador y traduzca esas señales a voces, pero no está programada para generar sus propias señales.

¿Por qué nace el hombre?

Sabía que mi nave-ordenador no podía estar recibiendo señales de otra naveluz porque la propagación de señales a través del multipliegue es imposible. Era posible, me dije, que alguna de las neurológicas de la nave se hubiera debilitado y muerto. En ese caso, mi nave estaba loca, y mientras yo permaneciera en interfase con ella, también yo lo estaba.

¿Por qué nace el hombre al autoengaño y las mentiras?

Si ya no me gustaba la forma en que mi nave se hacía eco de mis pensamientos más profundos, me aterrorizó cuando empezó a hablar con voces, en un revoltijo de las lenguas muertas de la Vieja Tierra.

Yo comprendía algunas de esas lenguas por mi aprendizaje de la lectura; otros eran tan extraños para mí como el lenguaje odorífero de las Amigas del Hombre es a los seres humanos.

Shalom, Instrumentum Vocale, la ilaha, il ALLAH tat tvam asi, n’est-ce pas, kodomo-ga, wakiramasu? Hai, and thereto hadde he ríden, no man ferre, poi s’ascose nel foco che gli affina que llamamos las estrellas de la Entidad de Estado Sólido und so wir betreten, feuer-trunken… Ahnest du den Schopfer? Soy yo, Mallory Ringess.

De modo, pensé, que esto es la locura, saludarme a mí mismo como a una herramienta con voz, para hablar de entrar en la Entidad «borracho de fuego», fuera lo que fuera lo que aquello significaba. Reconocí la frase, Ahnest du den Schopfer. Era un verso de un poema escrito en antiguo alemán que significaba algo así como «¿Sientes a tu creador?». Yo «sentía» que mi nave y yo mismo nos habíamos vuelto completamente locos, o bien estaba recibiendo realmente una señal a través del multipliegue combado de la Eternidad. Y entonces oí;

Si has nacido para extrañas visiones.

cosas invisibles para ver,

cabalga diez mil días y noches,

hasta que la edad te nieve el pelo de blanco.

Así que a la Entidad le gustaba la poesía antigua. Pensé que si se estaba enviando alguna señal a través del multipliegue, debía proceder de Ella. Las voces empezaron a modular y a resonar en una sola voz. En cierto modo, era una voz femenina, a la vez seductora y solitaria, beatífica y triste. Era una voz que no estaba segura de si iba a ser comprendida o no. Oír aquella voz encantadora resonar con las lenguas muertas de la Vieja Tierra me hizo suponer que era Ella que intentaba descubrir mi lengua materna. Pero desconfié de esta idea en el momento mismo en que entró en mi mente. Tal vez yo deseaba demasiado ardientemente hablar con ella; tal vez sólo estaba hablando conmigo mismo.

No, Mallory, estás hablando conmigo.

»Pero no estoy hablando para nada. Estoy pensando.

No te adules haciéndote creer que lo ocurre en tu mente es pensamiento puro.

»¿Cómo puedes entonces leer mis pensamientos…, mi mente?

Estás dentro de mí y yo estoy dentro de ti. Ying-yang, lingam-yoni, dentro-fuera. Soy una entidad, pero no soy sólida. No siempre.

»¿Qué eres?

Soy el frenesí; soy el rayo; soy tu fuego purificador.

»No comprendo.

Eres un hombre. En verdad, una corriente muy sucia es el hombre. ¿Qué has hecho para purificarte?

De modo, pensé, que había ansiado experimentar a un ser superior, y ella me hablaba en acertijos. Aparté rápidamente mi mente del multipliegue y el árbol infinito. Comprobé las neurológicas de la nave. Pero estaban sanas y salvas, y no pude encontrar en ninguna parte la fuente de la señal de la Entidad.

No hay señal, tal como tú piensas en la señal. Sólo hay percepción y contacto: busco en el campo eléctrico de las logias de tu nave y jugueteo con los electrones para cambiar el holograma. Y así tu ordenador presenta mis pensamientos e inyecta mi voz en tu cerebro. Podría tocar tu cerebro directamente, pero eso te asustaría.

Sí, sí, lo habría hecho. Yo estaba ya bastante asustado. No quería que nada extraño «jugueteara» con los electrones de mi cerebro, me llenara de sus imágenes y sonidos, me hiciera ver y oír y tocar y oler cosas que no existían, cambiara mi propia percepción de la realidad. Con este pensamiento vino otro mucho más preocupante: ¿Y si la Entidad estaba ya jugueteando con los electrones de mi cerebro? Tal vez Ella sólo quería que yo pensara que la voz que oía procedía del ordenador. No supe qué pensar. ¿Estaba yo pensando mis propios pensamientos? ¿O estaba la Entidad jugando conmigo, haciéndome dudar de que estaba pensando mis propios pensamientos? ¿O, peor aún, que todo esto era una pesadilla de locura? Tal vez mi nave se había desintegrado; tal vez estaba experimentando un momento final antes de la muerte, y la Entidad (por cualquier razón) había alcanzado mi cerebro para crear una ilusión de existencia sana. Tal vez yo estaba muerto o sólo soñando; tal vez yo, fuera lo que fuera «yo», era enteramente la creación del sueño de la Entidad. Todo el mundo, por supuesto, tiene estos pensamientos y temores, pero muy pocos tienen una diosa que se los dice. Cuando pensé que Ella estaba dentro de mi mente, me sentí aturdido con una sensación de pérdida de mi propia entidad. Mi estómago se revolvió con la enfermiza sensación de que yo no tenía libre voluntad. Fue un momento horrible. Pensé que el universo era un lugar tremendamente incierto donde sólo podía estar seguro de una sola cosa: que, en el reino de mi mente, no quería otros pensamientos aparte de los míos para alterar mi pensamiento.

Como estaba lleno de duda y temor, la Entidad me explicó cómo manipulaba la materia a través de las capas del multipliegue. Pero sólo comprendí la parte más pequeña de la física, las ideas más simples. Ella había creado una nueva matemática para describir la comba y la textura del espaciotiempo. Su teoría de interconexión estaba más allá de mi habilidad, como lo sería una demostración de los diferentes órdenes de infinitos para un gusano. Naturalmente, los mecánicos habían explorado mucho antes las paradojas de la mecánica cuántica. Por ejemplo, habían descubierto que ambos fotones en una pareja de fotones están conectados en formas fundamentales no importa lo lejanas que estén en su separación las dos partículas en temporreal. Si dos fotones escapan de una fuente de luz hacia los extremos opuestos del universo, cada uno «conocerá» algunos de los atributos de su gemelo, como el espín o la polarización, no importa lo apartados que estén. Y lo sabrán instantáneamente, como si cada uno «recordara» al momento que debería ser polarizado horizontalmente, no arriba y abajo. A partir de este descubrimiento, los mecánicos teorizaron que es posible transmitir información más rápida que la luz, aunque para su desgracia nunca lo han conseguido. Pero sus cerebros eran pequeños, mientras que el de la Entidad era inconmensurable. Parecía que Ella había encontrado un medio no sólo de comunicarse, sino de tocar y manipular instantáneamente partículas a lo largo de las extensiones del espacio. Yo seguía sin comprender cómo lo hacía.

»No comprendo tu definición de un espacio de correspondencia; ¿es isomórfico a lo que llamamos espacio Lavi? No puedo verlo…, ¡si tuviera más tiempo!

Al principio del tiempo todas las partículas del universo estaban apiñadas en un solo punto; todas las partículas eran como una, en la singularidad.

»Y no recuerdo la derivación de tu ecuación de campo. Debe ser…

La memoria lo es todo. Todas las partículas recuerdan el instante en que la singularidad estalló y nació el universo. En cierto modo, el universo no es más que memoria.

»¿Las correspondencias son superluminales, entonces? ¿El esquema de correspondencia se reduce? He intentado demostrarlo un centenar de veces, pero…

Todo lo que hay en el universo está sacado de un solo tejido superluminal. Tat tyam asi, that thou art.

»No comprendo.

No estás aquí para comprender.

»¿Por qué crees entonces que he cruzado media galaxia?

Estás aquí para arrodillarte.

»¿Qué?

Estás aquí para arrodillarte…, son palabras de un antiguo poema. ¿Lo conoces?

»No, por supuesto que no.

Ahhh, es una lástima. Entonces tal vez estás aquí para morir además de arrodillarte.

»Moriré en el árbol infinito; no hay trazado de salida de un árbol infinito.

Otros han venido antes que tú; otros se han perdido en el árbol.

»¿Otros?

De repente, la voz de la diosa se hizo tan aguda y dulce como la de una niña pequeña. Las siguientes palabras se internaron en mi cerebro como el sonido de una flauta:

¡Todos se marchan a un mundo de luz!,

y yo me quedo solo, añorando;

su mismo recuerdo es dulce y brillante,

y mis tristes pensamientos se aclaran.

Tienes que morir. En tu interior, lo sabes. No tengas miedo.

»Bien, los pilotos mueren…, o eso dicen. No tengo miedo.

Temo que tengas miedo. Es lo que pasó con los otros.

»¿Qué otros?

Ocho pilotos de tu Orden han intentado penetrar mis cerebros: Wicent li Towt, Erendira Ede y Alexandravondila; Ishi Mokky, Ricardo Lavi, Jemmu Flowtow y Atara de Darkmoon. Y John Penhallegon, al que llamáis el Tycho.

»¿Los mataste, entonces?

¿Qué sabes tú de matar? Del mismo modo que una ostra, para protegerse, encapsula a un irritante grano de arena con capa tras capa de perla, así he confinado a todos esos pilotos menos a uno a las ramas de un árbol de decisión.

»¿Qué es una ostra?

La Entidad alcanzó el espacio de pensamiento de mi ordenador y colocó allí una imagen forjada en luz y contacto y olor. Por medio de esta telepatía prohibida (prohibida para nosotros los pilotos), experimenté su concepción de la ostra. En mi mente vi una criatura blanda y bulbosa que se protegía con una concha que podía abrir o cerrar a voluntad. Mis dedos se cerraron casi contra mi voluntad, y en mi mano sentí crujir la arena contra una dura concha húmeda. Mis mandíbulas se movieron por su cuenta, accionaron mis dientes contra una carne tierna que de pronto se rompió, llenando mi boca de fluidos vivos y sal y el sabor del mar. Olí el denso perfume de proteínas desnudas y oí un sonido de succión mientras tragaba la gotita de carne, cruda y viva.

Eso es ostra.

»No está bien matar a animales por su carne.

Y tú, mi inocente hombre, eres una hermosa perla en el collar del tiempo. ¿Comprendes las distorsiones temporales? Los otros pilotos están vivos, como una perla está vida de lustre y belleza, aunque no viven. Han muerto, aunque permanecen sin morir.

»Otra vez hablas en acertijos.

El universo es un acertijo.

»Estás jugando conmigo.

Me gusta jugar.

Ante el ojo de mi mente apareció un cubo brillante y transparente. El cubo estaba segmentado en otros ocho cubos insertos, y cada uno fluctuaba con imágenes confusas. Miré el interior de los cubos, y las imágenes empezaron a tomar forma y a endurecerse. En cada cubo, excepto el de zona inferior a la derecha, una cabeza sin cuerpo flotaba dentro de su prisión, como un piloto flota dentro de la cabina de su nave. Cada cara estaba marcada con el rictus del terror y la locura. Cada cara me miraba con la boca abierta (miraba a través de mí) como si yo fuera aire. Las reconocí entonces. Los historiadores me habían enseñado bien. Eran las caras de Wicent li Towt, Ishi Mokky y los otros que habían venido antes que yo.

¿Qué es la muerte, Mallory? Los pilotos están perdidos cada uno en ramas divididas del árbol de decisión. Están tan perdidos y olvidados como los poemas de los Aeschylus. Pero algún día los recordaré.

Me pregunté cómo había encapsulado a los pilotos (y a mí mismo) en el árbol de decisión. Naturalmente, hay formas de abrir al azar una ventana en el multipliegue, enviar a un piloto sin preparación a un árbol infinito. Pero Ella no había empleado ninguna de estas formas. Había hecho algo más, algo maravilloso. ¿Cómo era posible? ¿Había modelado realmente su consciencia la forma del multipliegue, retorcido las mismas fibras de la realidad profunda, como un niño aúna trozos de barro?

No lo sabía. No podía saberlo. Había visto menos de una millonésima parte de Ella, y Ella probablemente sólo necesitaba la más mínima porción de esa parte para hablar conmigo de mente a mente. Yo era como un grano de arena intentando comprender un océano a partir de unas pocas olas y corrientes; yo era como una flor intentando deducir el viaje espacial a partir del débil resplandor de las estrellas sobre mis delicados pétalos. Hasta hoy mismo he buscado palabras que describan mi impresión del poder de la Entidad, pero no hay palabras. Aprendí (si ésa es la palabra adecuada para el conocimiento que se obtiene en un súbito destello de luz interior) que se me concedía comprender que Ella manipulaba ciencias enteras y sistemas de pensamiento del mismo modo que yo podía encadenar palabras para construir una oración. Pero las «oraciones» de ella eran tan enormes y profundas como el lenguaje del propio universo. Ella había alcanzado verdades y caminos de conocimiento muy por encima incluso de la metafilosofía de los extraños fravashi. Ella, una diosa, jugaba con conceptos que podían rehacer el universo, conceptos impensables por la mente del Hombre. Mientras la mayor parte de mi raza vivía confundida y empantanada en la oscuridad, Ella había resuelto problemas y encontrado nuevas direcciones de pensamiento que nunca habíamos imaginado siquiera, y, peor aún, Ella lo había hecho con tanta facilidad como yo podía multiplicar dos por uno.

Los mecánicos se quejan a menudo de su más antigua paradoja, que es la siguiente: Los hilos que forman el tejido del universo son tan infinitésimos que cualquier intento de estudiarlos cambiará sus propiedades. El mismo acto de la observación perturba aquello que es observado. En la Vieja Tierra se decía que había un rey que manipulaba los átomos a su alrededor, de forma que todo lo que tocaba se convertía en oro. El rey de la leyenda no podía comer ni beber porque su comida y su vino no sabían más que a oro. Los mecánicos son como ese rey: todo lo que «tocan» se convierte en feos amasijos de materia, en electrones, quarks o neutrinos-zeta. No pueden percibir la realidad profunda excepto a través del contacto de sus ecuaciones doradas. La Entidad había trascendido de un modo insondable esta prisión de materia. Ver la realidad directamente, como realmente era…, esto, pensé, debe ser el privilegio de un intelecto divino.

¿Ves a los pilotos, Mallory Ringess?

Vi locura y caos. Contemplé el cubo que contenía a los pilotos no-muertos. La cara negra y ruda de Jemmu Flowtow soltaba baba por sus estrechos labios.

»Atrapaste a los pilotos; luego también podrías liberarlos. Y a mí.

Pero si son libres. O serán libres cuando el universo se haya rehecho. Lo que ha sido será.

»Eso es cháchara de scryta.

El tiempo distorsiona: Cuando el universo se haya expandido hacia fuera de forma que las dos estrellas más cercanas estén tan distantes como la Nube Grus de galaxias lo está ahora de la Canes Venatici, dentro de miles de millones de tus años, los pilotos estarán tal como los ves ahora, petrificados en la nada eterna. ¿No es más fácil detener el tiempo que volver a ponerlo en marcha? ¿Matar que crear? Pero la creación es atemporal; la creación lo es todo.

»Los pilotos… en el árbol donde los infinitos conducen a la locura, ¿has visto sus rostros locos y petrificados?

No se puede hacer nada contra la locura. Es el precio que algunos deben pagar.

»¡Me parece que voy a volverme loco ahora mismo en las ramas de este árbol que se dividen en dos y dos hacia la locura, y si dices que no se puede escapar del infinito, deja de jugar con mi mente!

Mallory, mi hombre salvaje, jugaremos juntos y te enseñaré todo lo que hay que saber sobre la instantaneidad, y tal vez también de la locura. ¿Te unirás a los otros pilotos? Ten cuidado, el cubo vacío es para ti.

Advertí entonces lo que debería haber visto inmediatamente: que ocho pilotos se habían perdido dentro de la Entidad, pero sólo siete cabezas fantasmales flotaban en el interior de los cubos. En ninguno de ellos vi la enorme cabeza como de morsa del Tycho.

»¿Qué pasó con el Tycho?

Yo soy el Tycho; el Tycho es yo, parte de mí.

»No comprendo.

El Tycho existe en un espacio de memoria.

Dentro de mi mente regresó la voz de la niña pequeña, pero ya no era tan dulce ni seguía siendo la voz de una niña pequeña. Había tonos oscuros y sofocantes coloreando el inocente tono, y escuché:

Pero ¡oh!, ¡ese profundo abismo romántico

que baja hacia la verde colina a través de una cédrica guarida!

¡Un lugar salvaje! ¡Tan sagrado y encantado

como si bajo una evanescente luna fuera visitado

por una mujer que gimiera por su demonio amante!

Era un salvaje bajo sus ropas de seda, un hombre encantador, un amante demonio. Cuando vi la salvaje inteligencia que tenía, le separé el cerebro del cuerpo y lo copié, sinapsis por sinapsis, en un pequeño pliegue de mis cerebros inferiores. Contempla a John Penhallegon.

De repente, dentro de la cabina de mi nave, apareció una imagen del Tycho. Estaba tan cerca de mí que podría haber tocado su nariz hinchada y roja con sólo alargar la mano como se extiende para coger una manzana de las nieves. Era (había sido) un hombre de cara ancha, con incisivos amarillos demasiado largos para sus labios hinchados. Tenía una masa de brillante pelo negro que descendía en mechones hasta la mitad de su espalda; sus carrillos colgaban de sus brillantes mejillas hasta la mitad de su pecho.

—¿Hasta dónde has caído, Piloto? —me preguntó con voz espesa por la edad, repitiendo el saludo tradicional de los pilotos que se encuentran en lugares lejanos. Su voz resonó como una campana en la cabina de mi nave. Al parecer, la Entidad podía generar hologramas y ondas de sonido tan fácilmente como jugueteaba con los electrones—. Shalom —dijo. Con sus dedos rojos y sudorosos hizo el signo secreto que sólo un piloto de nuestra Orden reconocería.

—No puedes ser el Tycho —dije en voz alta. El sonido de mi propia voz me sorprendió—. El Tycho está muerto.

—Soy John Penhallegon —dijo la imagen—. Estoy tan vivo como tú. Más vivo, en realidad, porque no se me puede matar tan fácilmente.

—Eres la voz de la Entidad —dije yo, mientras me secaba el sudor de la frente.

—Soy ambos.

—Eso es imposible.

—No estés tan seguro de lo que es posible y lo que no. La certeza puede matar, como muy bien sé.

Me froté la nariz y dije:

—Entonces la Entidad ha absorbido los recuerdos y pautas de pensamiento del Tycho…, eso puedo creerlo. Pero el Tycho no puede estar vivo, no puede tener voluntad propia…, ¿puede? ¿Puedes? ¿Si eres una parte de toda la… Entidad?

El Tycho (o la imagen del Tycho, como me recordé) se rio tan fuerte que la saliva borboteó en sus labios.

—No, mi Piloto, soy como tú, como todos los hombres. A veces tengo voluntad propia, y a veces no.

—Entonces no eres como yo —dije, demasiado rápidamente—. Yo tengo libertad de elección, todo el mundo la tiene.

—No. ¿Fue por libertad de elección que le rompiste la nariz al Lord Piloto?

Me asustó y me llenó de furia que la Entidad pudiera arrancar este recuerdo de mi mente, así que repliqué, irritado:

—Soli me engañó. Perdí los nervios.

El Tycho se limpió la saliva de los labios y se frotó las manos. Oí el roce de piel contra piel.

—Muy bien. Soli te engañó. Entonces, Soli controlaba, no tú.

—Estás retorciendo mis palabras. Me irritó tanto que quise golpearle.

—Muy bien. Él te irritó.

—Podría haberme controlado.

—¿De veras? —preguntó él.

Yo estaba furioso, y exclamé:

—Por supuesto que sí. Pero estaba tan irritado que no me importó pegarle.

—Debe gustarte el irritarte.

—No, lo odio. Siempre lo he odiado. Pero así es como soy.

—Debe gustarte como eres.

Cerré los ojos y sacudí la cabeza.

—No, no comprendes. He intentado…, lo intento, pero cuando me irrito es…, bueno, es parte de mí, ¿ves? La gente no es perfecta.

—Ni tampoco tiene voluntad propia —dijo él.

Sentía las mejillas calientes y la lengua seca. Parecía que también el Tycho intentaba engañarme para que perdiera los estribos. Mientras respiraba rítmicamente, buscando el control, miré las ondas de luz en fase que componían la imagen del Tycho. Su túnica parecía humo brillante en el aire negro.

—¿Y una diosa? —pregunté—. ¿Tiene voluntad propia?

El Tycho volvió a reírse.

—¿Tiene un perro naturaleza búdica? Eres rápido, mi Piloto, pero no estás aquí para poner a prueba a la diosa. Eres tú quien tiene que ser probado.

—Probado…, ¿cómo?

—Probado para posibilidades.

Como pronto descubrí, la Entidad me había estado probando desde que crucé por primera vez el umbral de su inmenso cerebro. Los espacios toroidales y los feos espacios segmentados que casi me habían derrotado eran cosa suya, igual que el árbol infinito que me aprisionaba. Ella había puesto a prueba mis habilidades matemáticas, y (esto es lo que me dijo el Tycho) había probado mi valor. Y la menor de mis pruebas había sido mi habilidad para escuchar su voz de diosa y no perderme lleno de terror. Yo no tenía ni idea de por qué Ella quería ponerme a prueba, a menos que se tratara de otro de sus juegos. Y por qué usaba al Tycho cuando podía mirar en mi cerebro y ver todo lo que había que ver. No acababa yo de pensar esto cuando la voz de la diosa resonó en mi cabeza como un trueno:

Hace miles de años, nuestros escatólogos cartografiaron la molécula de ADN hasta el último átomo de carbono. Pero siguieron buscando las reglas por las que el ADN se desdobla y codifica para producir nuevas formas de vida. Aún están aprendiendo la gramática del ADN. Y lo mismo sucede con el cerebro sin desplegar. Imagina a un bebé que ha aprendido el alfabeto pero no tiene idea de lo que significan las palabras o las reglas para unirlas. Comprender el cerebro a partir de sus millones de sinapsis sería intentar apreciar un poema a partir de los sesgos arbitrarios de las letras individuales. Tú eres ese poema. Hay infinitas posibilidades. Tú, mi Mallory, siempre serás un misterio para mí.

»No me gusta ser puesto a prueba.

La vida es una prueba.

»Si tengo éxito, ¿me liberarás del árbol?

Como un mono, eres libre en este momento para escapar de tu árbol.

»¿Libre? No sé cómo.

Lástima. Si tienes éxito, eres libre para formularme tres preguntas, cualquier pregunta. Es un juego muy, muy antiguo.

»¿Y si fracaso?

Entonces la luz se apaga. Oh, ¿dónde va la luz cuando se apaga?

Apreté los puños hasta que las uñas se clavaron en mis palmas. No quería ser puesto a prueba.

—Bien, mi Piloto, ¿empezamos? —Era el Tycho, hablando mientras se rascaba los carrillos.

—No sé.

No registraré aquí en detalle las muchas pruebas que el Tycho (la Entidad) me puso. Algunas de ellas, como el Test del Conocimiento, como la llamó, eran largas, meticulosas y aburridas. La naturaleza de las otras pruebas, como el Test del Caos, apenas la comprendí. Hubo un Test de la Razón y un Test de la Paradoja, seguidos, creo, por un Test de la Realidad, donde tuve que hacer una pregunta sobre cada suposición, hábito y creencia mientras el Tycho me bombardeaba con ideas extrañas que nunca había pensado antes. Esta prueba casi me volvió loco. Nunca comprendí la necesidad de ser examinado, ni siquiera cuando el Tycho me explicó:

—Algún día, mi furioso Piloto, puede que tengas gran poder, quizá como Lord Piloto, y necesitarás ver cosas a través de ojos múltiplex.

—Me gustan mis ojos.

—Nunca se sabe —dijo él—. Nunca se sabe…

De repente, dentro de mi cabeza resonaron las enseñanzas del famoso cantor Alexandar de Simoom, Alexandar Diego Soli, el padre muerto de Leopold Soli. Me sumergí en cuerpo, alma y mente en el sistema de creencias de los extraños Amigos de Dios. Vi el universo a través de los extraños ojos grises de Alexandar. Era un universo frío donde nada era seguro excepto la creación de matemáticas. No existían realmente otras formas de creación. Sí, estaba el hombre, pero ¿qué era el hombre, después de todo? ¿Era el hombre creación de los ieldra, que habían sido creados a su vez por los antiguos ieldra? Y, si era así, ¿quién los había creado a ellos? ¿Los antiquísimos ieldra?

Y así aprendí esta extraña teología de Alexandar Diego Soli: Se sabía que el primer Lord Cantor, el gran Georg Cantor, con una ingeniosa ordenación, había demostrado que el infinito de los números (lo que él llamaba alef cero) está imbuido en el infinito aún mayor de los números reales. Y había demostrado que ese infinito está imbuido dentro del infinito superior del alef dos, y así sucesivamente, toda una jerarquía de infinitos, un infinito de infinitos. Los cantores de Simoom creían que lo mismo que sucedía con los números sucedía con las jerarquías de los dioses. Ciertamente, como Alexandar le había enseñado a su hijo Leopold, si existía un dios, ¿quién o qué lo había creado a él (o a ella)? Si hay un dios superior, llamado dios2, debe de haber un dios3, y un dios4, y así sucesivamente. Hay un alef millón y un alef centillón, pero no hay final, no hay infinito superior, y por tanto no hay Dios. No, no podía haber un Dios verdadero, y por lo tanto no podía haber creación verdadera. La lógica era tan cruda y despiadada como el propio Alexandar de Simoom: si no hay creación verdadera, entonces no hay realidad verdadera. Si nada es real, entonces el hombre no es real; el hombre, en algún sentido fundamental, no existe. La realidad es todo un sueño y, peor aún, es menos que un sueño, porque incluso un sueño debe tener un soñador que lo sueñe. Declarar lo contrario es una tontería. Y declarar la existencia de la propia esencia es por lo tanto un pecado, el peor de los pecados; por lo tanto es mejor cortarse la propia lengua que pronunciar la palabra «yo».

Mientras esta realidad me atenazaba, fui transportado en el espacio y el tiempo. Temblé y abrí los ojos a las nieblas montañosas arremolinadas sobre la casa de piedra de Alexandar en Simoom. Me encontraba en una habitación pequeña, desnuda e inmaculada, de paredes grises, y contemplé a un muchachito arrodillado ante mí. Yo era Alexandar de Simoom, y el niño era Soli.

—¿Ves? —me preguntó el Tycho. Y colocó en mi mente el recuerdo de Alexandar de la austera y amarga educación de su hijo:

—¿Comprendes, Leopold? Nunca debes volver a decir esa palabra.

—¿Qué palabra, padre?

—No juegues, ¿comprendes?

—Sí, padre, pero, por favor, no vuelvas a abofetearme.

—¿Y quién crees que eres para ser digno de castigo?

—Nadie, padre…, nada.

—Eso es cierto, y ya que es cierto, no hay razón para que se te hable, ¿no?

—El silencio es terrible, padre, peor que ser castigado. Por favor, ¿cómo puedes enseñarme en silencio?

—¿Y por qué habría que enseñarte nada?

—Porque la matemática es la única realidad verdadera, pero…, pero ¿cómo puede ser? Si realmente no somos nada, no podemos crear matemáticas, ¿verdad?

—Te lo han dicho, ¿no? Las matemáticas no se crean; no es una cosa como un árbol o un rayo de luz; tampoco es una creación de la mente. Las matemáticas son. Es todo lo que hay. Puedes pensar en Dios como el universo eterno y atemporal de las matemáticas.

—Pero ¿cómo puede…?, si es…, yo no lo comprendo…

¿Qué has dicho?

—¡Yo no lo comprendo!

—Y sigues blasfemando. No se te volverá a hablar.

—Yo, yo, yo, yo, yo… ¿Padre? Por favor.

No comprendí cómo la Entidad había adquirido los recuerdos de Alexandar de Simoom. (¿O tal vez eran recuerdos de Soli?). Ni supe cómo sabía tanto de las realidades aún más extrañas de los autistas y los afásicos de cerebro mutilado. Por extrañas que fueran estas realidades, sin embargo (y era muy extraño entrar en los paisajes mentales internos y autopintados de un autista), eran realidades humanas. El pensamiento humano es realmente siempre igual. Los pensamientos pueden diferir de persona en persona y de grupo en grupo, pero la forma en que pensamos está limitada por las profundas estructuras de nuestros cerebros demasiado humanos. Esto es a la vez una maldición y una bendición. Todos estamos atrapados dentro de los ataúdes de hueso de nuestros mismos cerebros, aprisionados en formas de pensamiento evolucionadas a lo largo de un millón de años. Pero es una prisión cómoda de paredes blancas y familiares, cuyo aire, aunque rancio, podemos respirar. Si pudiéramos escapar de nuestra prisión sólo por un instante, nuestra nueva forma de ver, de saber, nos dejaría atónitos. Había glorias y belleza extrema y —como pronto iba a aprender—, locura.

—Muy bien —me dijo el Tycho—, comprendes a Alexandar de Simoom y a Iamme, el solipsista. Y, ahora, las realidades alienígenas.

El Tycho (o más bien las ondas de luz en fase que eran el Tycho) empezó a difuminarse. La rojez de su redonda nariz empezó a convertirse en violeta mientras la nariz en sí se ensanchaba para convertirse en un hocico hirsuto. Como un trozo de barro, el morro se estiró en un largo tronco flexible. Su frente abultaba como una fruta de sangre hinchada de gases pútridos, y su barbilla y carrillos se endurecieron en un órgano en forma de caja alineado con docenas de ranuras estrechas y rosáceas. De repente, su túnica se desvaneció como humo. Su cuerpo desnudo empezó a cambiar. Bolas de músculos redondeados y pelaje marrón y escarlata reemplazaron la carne gris y ajada del Tycho. Sus voluminosos testículos y miembro se agitaron como algas y se encogieron, desvaneciéndose dentro del pliegue rojo de carne entre las gruesas piernas. Esperé mientras contemplaba a la cosa alienígena nacida dentro de la cabina de mi nave. Pronto la reconocí por lo que era: una imagen de un miembro de esa amable (aunque astuta) raza conocida como Amigas del Hombre.

La alienígena alzó el tronco, y las hendiduras sonrosadas de su órgano del habla vibraron y temblaron, liberando un apestoso flujo de moléculas. Olí a ésteres y cetonas y flores, el hedor de carne podrida mezclada con la dulzura de la dalia de las nieves. En cierto modo, con el tronco entretejido con la hélice azul de una cortesana experta, me recordó a la amiga de Soli (y algunos decían que amante), Jasmine Orange.

Contempla a Jasmine Orange.

Contemplé a Jasmine Orange a través de sus propios ojos: Me convertí en Jasmine Orange. Fui a la vez Jasmine Orange y Mallory Ringess, contemplando a un alienígena a través de ojos humanos y, a través de mi tronco, oliendo la esencia de un ser humano. De repente, mi consciencia abandonó mi cuerpo humano, y los colores desaparecieron. Vi cómo los tonos marrones y escarlatas de mi pelaje se convertían en grises claros y oscuros. Observé la cabina de mi nave y vi a un joven piloto humano, con barba, que me miraba; me vi a mí mismo. Presté atención al sonido de la voz de la Entidad, pero no había sonido dentro o fuera, porque era tan sordo como el hielo. No sabía realmente lo que era el sonido. Sólo sabía oler, el mundo maravilloso y mutable de las moléculas olorosas flotando libremente. Hubo jazmín y el olor de naranjas aplastadas mientras pronunciaba mi hermoso nombre. Ricé mi tronco, sorbiendo la fragancia de ajo y vino-hielo mientras saludaba al humano, Mallory Ringess, y él me saludaba a mí. ¡Qué raro, qué extraño, qué desesperanzadamente estúpido pareció su modo de representar simples unidades de significado con una discreta progresión de sonidos lineales, fuera lo que fueran los sonidos! ¡Qué limitado era unir sonidos, como cuentas en un hilo! ¿Cómo podían pensar los seres humanos cuando tenían que progresar de sonido en sonido y pensar un pensamiento cada vez, como un insecto arrastrándose por las cuentas de un collar? ¡Qué lento!

Como quería hablar con el piloto Ringess, alcé mi tronco y liberé una nube de olores punzantes que eran a una oración humana lo que se supone debe ser una sinfonía a una ronda infantil. Pero él no tenía nariz y comprendió muy poco. Sí, Ringess, le dije, los símbolos-olor no son fijos como, por ejemplo, son fijos los sonidos de la palabra «púrpura»; no siempre significan lo mismo. ¿No es el significado tan mutable como los olores del mar? ¿Puedes sentir la configuración de las diminutas pirámides de menta y vainilla y almizcle en esta nube de olores? Y los significados…, ¿sabes que los olores de jazmín y aceite y naranja podrían significar: «Soy Jasmine Orange, la Amante del Hombre», o: «El mar está tranquilo esta noche», dependiendo de la disposición y la proximidad de las unidades pirámide a las otras moléculas de olor? ¿Puedes comprender el significado como un todo? ¿Y la lógica de la estructura? ¿Comprendes las complejidades del lenguaje, mi Ringess?

Las ideas brotaban hacia fuera como flores árticas al sol creciendo dentro de otras ideas que se cruzaban y conectaban por cadenas olorosas de asociación, y eslabón a eslabón los olores de carne asada y pelaje mojado fluían hacia fuera y hacia los lados y hacia abajo, y se mezclaban en campos cuajados del dulce perfume de extrañas nuevas estructuras lógicas y nuevas verdades que debes inhalar como fría menta para abrumar y anular las ideas amargas y rectas de lógica, causalidad y tiempo. El tiempo no es una línea; los hechos de tu vida son como una jungla de olores eternamente preservada en una botella. Un olisqueo y sentirás instantáneamente la jungla entera en vez de las fragancias de las flores individuales. ¿Comprendes las sutilezas? ¿Te atreves a abrir la botella? No, no tienes nariz, y no comprendes.

Él comprende todo lo que la estructura de su cerebro le permita comprender.

Comprendí que un hombre que habitara demasiado en el interior de un cerebro alienígena se volvería loco. Cerré los ojos y sacudí la cabeza mientras me tapaba la nariz contra los olores mareantes que inundaban la cabina de mi nave. ¡Mis ojos, mi nariz! Cuando los abrí, volví a ser humano. La imagen alienígena había desaparecido, aunque los olores de vainilla y ajenjo permanecían. Estaba solo dentro de mi cuerpo humano, sudoroso y peludo, dentro de mi viejo cerebro que tan bien creía conocer.

»Su lógica, las estructuras de verdad…, son tan distintas; no lo sabía.

La estructura profunda de su cerebro es diferente. Pero, en un nivel aún más profundo, la lógica es la misma.

»No puedo comprender esta lógica.

Pocos de tu Orden han comprendido a las Amigas del Hombre.

Como todos los demás, yo siempre había recelado de esas prostitutas exóticas y alienígenas. Había supuesto que seducían a los hombres con sus poderosos olores afrodisíacos para poder hacer proselitismo cuando estuvieran drogados con sexo, para persuadirlos astutamente hacia la verdad de su misteriosa religión alienígena. Ahora veía («ver» no es la palabra adecuada), percibía que su propósito era mucho más profundo que cambiar meramente las creencias de la humanidad; deseaban cambiar a la humanidad misma.

Pero es muy difícil cambiar la mente de un hombre. Tenéis un pequeño sentido de vosotros mismos.

»Como dice Bardo, un hombre debe saber quién es.

¿Y qué es un Bardo?

Mientras yo bufaba y trataba de liberar mi mente y mi nariz de molestos olores, pensé en Bardo y en cómo siempre había tenido un claro y presuntuoso sentido de quién era: un hombre decidido a experimentar placer como ningún otro hombre hubiera conocido jamás.

Tu Bardo se define de forma demasiado estrecha. Incluso él podría tener posibilidades.

Durante las pruebas que siguieron, por implicación y deducción, aprendí mucho sobre el sentido del Yo de la Entidad. Cada cerebro-luna, parecía, era a la vez una isla de consciencia y parte del todo superior. Y cada luna podía subdividirse y compartamentalizarse en caso necesario en unidades cada vez más pequeñas, trillones de unidades de inteligencia reuniéndose y cambiando como nubes de arena. Supuse que sólo una ínfima parte de sus lunas menores estaba ocupaba poniéndome a prueba. Y, sin embargo, se me permitió comprender, paradójicamente, que toda Ella estaba de algún modo dentro de mi cerebro, como yo estaba dentro del suyo. Cuando bromeé sobre las extrañas topologías implicadas en esta paradoja, sus pensamientos ahogaron los míos:

Eres como el Tycho, pero tú eres juguetón, mientras que él es salvaje.

»¿Sí? A veces no sé quién soy.

Eres lo que eres. Eres un hombre abierto a posibilidades.

»Otros decían que pensaba que eran posibles demasiadas cosas. Un hombre sabio conoce sus límites, eso decían.

Otros no han sobrevivido al Test de Realidades.

Me sentí complacido de no tener que soportar más realidades alienígenas y más que un poco satisfecho conmigo mismo, un placer que no duró más que el tiempo que tardé en inspirar una bocanada de aire.

Habrá una última prueba.

»¿Qué prueba?

Llámalo el Test del Destino.

El aire fluctuó ante mí, y apareció una imagen de una mujer alta vestida con una túnica blanca. Su liso pelo negro brillaba, y olía a dalia de las nieves. Cuando se volvió hacia mí, no pude apartar los ojos de su rostro. Era un rostro que conocía bien, la nariz aguileña y los altos pómulos y, sobre todo, los oscuros huecos suavemente cicatrizados allá donde deberían haber estado sus ojos; era el rostro de mi hermosa Katharine.

Me enfureció que la Entidad sacara este recuerdo privado de mi mente. Cuando Katharine me sonrió e inclinó levemente la cabeza, esperé que la Entidad no oyera las palabras de un antiguo poema que se formaron silenciosamente en mis labios:

Oh pálida belleza, me encantan tus cejas fruncidas

de donde parecen fluir las tinieblas;

tus ojos, aun tan negros, me inspiran pensamientos

que no son precisamente fúnebres.

Con voz profunda y misteriosa, una voz que era una extraña mezcla del compasivo porte de Katharine y las palabras calculadas de la Entidad, la imagen tensó los labios y dijo:

—Hay otro camino, mi Mallory, distinto a la muerte. Me alegra que te guste la poesía.

—¿Cuál es el Test del Destino? —pregunté en voz alta.

Mientras contemplaba las cavernas bajo sus negras cejas, destellos de color iluminaron las oscuridades gemelas. Al principio pensé que era simplemente una aberración de las ondas de luz en fase de la imagen. Entonces, el azul ondulante se fijó y quedó quieto, llenando sus cuencas vacías como el agua llena una copa. Ella parpadeó sus ojos recién nacidos, que eran grandes y profundos y brillaban como joyas licuadas. Me miró con aquellos hermosos ojos negroazulados y dijo:

—Por ti renuncio a la visión mayor hacia… ¿Ves tu destino? Ahora que vuelvo a tener ojos soy ciega, y no puedo ver realmente lo que… ¡Tu cara, eres espléndido! ¡Te salvaría si pudiera! Si… El Test del Destino; el Test del Antojo o Capricho. Recitaré palabras de antiguos poemas. Si puedes completar los fragmentos inconclusos, entonces la luz se enciende.

—¡Pero eso es absurdo! ¿Debe entonces depender mi vida de saber un poema estúpido?

Mordí los bordes del bigote que me había crecido por encima del labio durante mi largo viaje. Me enfurecía que mi destino (mi vida, mi muerte) se decidiera con una prueba tan arbitraria. Entonces recordé que se rumoreaba que los guerreros poetas, la secta de asesinos que infestan algunos de los Mundos Civilizados, preguntaban a sus víctimas los versos de un poema antes de matarlas. Me pregunté por qué practicaba la diosa la costumbre de los guerreros poetas. ¿O tal vez Ella había originado la costumbre, eones atrás, y los guerreros poetas la adoraban a Ella y todas sus prácticas? ¿Cómo podía saberlo?

—Y el Tycho —dije. Rechiné los dientes—. No supo ningún poema, ¿verdad?

Katharine sonrió con la sonrisa misteriosa de los scrytas y sacudió la cabeza.

—Oh, no, supo todos los poemas menos el último, naturalmente. Escogió su destino, ¿ves?

Yo no veía. Me frotaba los ojos resecos y calientes, tratando de comprender, cuando ella dijo con voz triste:

Tantos hombres, tan hermosos

y todos yacieron muertos:

Me miró como si esperase que completara inmediatamente la estrofa. No pude. Sentí el pecho súbitamente tenso, la respiración entrecortada e irregular. Como un campo nevado, mi mente estaba vacía.

Tantos hombres, tan hermosos

y todos yacieron muertos:

Me sentía enfermo y vacío porque sabía que había «leído» esas palabras antes. Eran de un antiguo poema situado hacia el último tercio del libro del Guardián del Tiempo. Cerré los ojos y vi, en la página novecientos diez, el título del poema. Se llamaba «La rima del antiguo piloto». Era un poema de vida, muerte y redención. Traté de arrancar de mi memoria las largas secuencias de letras negras, superponerlas contra el blanco campo nevado de mi mente, igual que el poeta las había escrito sobre las blancas hojas de papel. Fracasé. Aunque en Borja, junto con los otros novicios, había recibido entrenamiento en el arte de los rememoradores (y varios otros), no era un rememorador. Lamenté, y no por primera vez, no poseer esa perfecta «memoria de imágenes» con la que cualquier imagen contemplada por el ojo viviente puede ser recordaba a voluntad y presentada ante el ojo de la mente, para ser vista y estudiada con detalles vívidos y multicolores.

La piel de Katharine adquirió la textura del mármol de Urradeth cuando dijo:

—Repetiré los versos una vez más. Debes responder o…

Se llevó la mano a la garganta y, con una voz tan clara como la campana vespertina de Resa, recitó:

Tantos hombres, tan hermosos

y todos yacieron muertos:

Recordé entonces que el Guardián del Tiempo me había dicho que debería leer su libro hasta que pudiera oír los poemas en mi corazón. Cerré el ojo de mi mente a la confusión de letras negras retorcidas que me esforzaba en ver. Los rememoradores enseñan que hay muchos caminos a la memoria. Todo está registrado, dicen; nada se olvida. Escuché la música y la cadencia del fragmento del poema de Katharine. Las palabras sonaron inmediatamente claras en mi interior, y repetí lo que mi corazón había oído:

Tantos hombres, tan hermosos

y todos yacieron muertos;

y un millar de cosas viscosas

continuaron viviendo; y también yo.

La imagen de Katharine sonrió como si estuviera complacida. Tuve que recordarme que no era realmente Katharine, sino sólo la recreación que de ella había hecho la Entidad. O, más bien, era mi imperfecto recuerdo sacado de mi mente. Advertí que sólo conocía una centésima parte de la Katharine real. Conocía sus manos largas y duras y las profundidades entre sus piernas, y que ella tenía la necesidad ardiente y sumergida de belleza y placer (para ella, creo, eran la misma cosa); conocía el sonido de su voz de dulcémele cuando cantaba sus tristes canciones, pero no pude mirar en su alma. Como todos los scrytas, había aprendido a cubrir sus pasiones y miedos de una capa húmeda de calma exterior. Yo no sabía lo que había más allá y, aunque lo supiera, ¿quién era yo para pensar qué podía contener el alma de una mujer en su interior? No podía y, por tanto, la imagen de Katharine creada por mi recuerdo estaba sutilmente equivocada. Mientras la Katharine real era provocativa, su imagen era juguetona; mientras Katharine amaba los poemas y visiones del futuro por su propio placer, su imagen la usaba por otras causas. En el corazón de la imagen había una entidad vasta pero no del todo omnisciente que jugaba con la carne y personalidad de un ser humano; en el corazón de Katharine estaba…, bueno, Katharine.

Yo seguía furioso, tan furioso que dije:

—No quiero seguir jugando a los acertijos.

Katharine sonrió de nuevo.

—Oh, pero hay dos poemas más —dijo.

—Debes de saber qué poemas sé y cuáles no.

—No —dijo ella—. No puedo ver…, no sé.

—Debes de saberlo —repetí.

—¿No puedo elegir saber lo que quiero saber y lo que no? Me gusta el suspense, mi Mallory.

—Está preordenado, ¿verdad?

—Todo está preordenado. Lo que ha sido, será.

—Cháchara de scrytas.

—Soy una scryta, lo sabes.

—Eres una diosa, y ya has decidido el resultado de este juego.

—Nada está decidido; al final, escogemos nuestros futuros.

—¡Cómo odio la cháchara de los scrytas y sus paradojas aparentemente profundas! —exclamé, cerrando el puño.

—Sin embargo, te solazas en tus paradojas matemáticas.

—Eso es diferente.

Ella extendió la mano sobre sus luminosos ojos durante un largo instante, como si su propia luz interior la quemara.

—Continuemos —dijo entonces—. Este sencillo poema fue escrito por un antiguo scryta que no podía saber que el Vild estallaría.

Estrellas, las he visto caer,

pero cuando desaparecen y mueren…

Y yo respondí:

ninguna estrella se pierde

en el cielo cuajado de estrellas.

—Pero las estrellas se pierden, ¿verdad? —añadí—. El Vild crece, y nadie sabe por qué.

—Algo debe hacerse para impedir que el Vild estalle —dijo ella—. ¡Qué poco poético sería si todas las estrellas murieran!

Me aparté el pelo de los ojos y formulé la pregunta que ocupaba a algunas de las mejores mentes de nuestra Orden.

—¿Por qué estalla el Vild?

La imagen de Katharine sonrió.

—Si conoces los versos del siguiente poema puedes preguntarme por qué, o cualquier otra cosa que quieras… ¡Oh, el poema! ¡Es tan hermoso! —Unió las manos como una niña pequeña complacida por hacer a su amigo un regalo de cumpleaños. Y palabras que yo conocía muy bien llenaron el aire:

¡Tigre! ¡Tigre! que ardiente brillas

en los bosques de la noche.

¡Estaba libre! La Entidad de Estado Sólido, a través de los labios de un simple holograma, había pronunciado los dos primeros versos de mi poema favorito, y estaba libre. Sólo tenía que seguir los versos siguientes, y sería libre para preguntarle cómo podía escapar un piloto de un árbol infinito. (Nunca dudé que Ella mantendría su promesa de responder a mis preguntas; no puedo decir por qué). Me reí mientras perlas de sudor se formaban en mi frente. Recité:

¡Tigre! ¡Tigre! que ardiente brillas

en los bosques de la noche,

¿qué inmortal mano, qué ojo

podría trazar tu temible simetría?

—Es importante hacer rimar «simetría» con «ojo»[1] —dije. Me reí porque me sentía feliz como nunca me había sentido antes. (Es extraño cómo la liberación de la amenaza inmediata de muerte puede producir tal euforia. Tengo este consejo que ofrecer a los viejos académicos de nuestra Orden, tan aburridos con sus rutinas diarias: Arriesgad vuestra vida durante una sola noche, y cada momento del día siguiente vibrará con la dulce música de la vida).

La imagen de Katharine me observaba. Había algo infinitamente atractivo en ella, algo casi imposible de describir. Pensé que esta Katharine estaba en paz consigo misma y su universo de una manera que la Katharine real no podría estarlo nunca.

Y entonces cerró los ojos y dijo:

—No, está mal. Te di los versos de la última estrofa del poema, no de la primera.

Es posible que mi corazón dejara de latir durante unos instantes.

—Pero la primera estrofa es idéntica a la última —dije, lleno de pánico.

—No, no lo es. Los tres primeros versos de cada estrofa son idénticos. El cuarto verso difiere en una palabra.

—En ese caso, entonces, ¿cómo puedo saber qué estrofa estabas recitando? Ya que, si los tres primeros versos son idénticos, también lo son los dos primeros.

—Éste no es el Test del Conocimiento —dijo ella—. Es el Test del Capricho, como he dicho. Sin embargo, es mi capricho —y aquí sonrió—, que tengas otra oportunidad.

Y, mientras sus ojos radiaban de ardiente cobalto a brillante índigo, repitió:

¡Tigre! ¡Tigre! que ardiente brillas

en los bosques de la noche.

Estaba perdido. Claramente (muy claramente, tan claramente como si poseyera la memoria de imágenes), recordé cada letra y palabra de aquel extraño poema. Lo había recitado correctamente; la primera y la última estrofa eran idénticas. Y oí de nuevo:

¡Tigre! ¡Tigre! que ardiente brillas

en los bosques de la noche,

qué inmortal mano, qué ojo…

—¿Cuál es el último verso, Mallory? El que el poeta escribió, no el impreso en tu libro.

Me pregunté si los antiguos académicos, al transcribir el poema de libro a libro (o de libro a ordenador), habrían cometido un error.

Tal vez ese error había tenido lugar durante los últimos días del Siglo del Holocausto. Parecía probable que alguna antigua historiadora, en su prisa por preservar tal tesoro antes de que sus huesos se pudrieran, hubiera alterado descuidadamente una palabra simple (aunque vital). O tal vez el error había sido cometido durante la confusión de los Siglos Enjambre; quizás algún revisionista, por cualquier razón, había puesto trabas a esa palabra y la había cambiado.

Sin embargo, el error había sido cometido. Yo necesitaba desesperadamente descubrir (o recordar) cuál había sido la palabra original. Probé el truco de escuchar las palabras en mi corazón, pero no había nada. Apliqué otras técnicas rememoradoras…, todo en vano. Sería mucho mejor si trataba de adivinar qué palabra había sido cambiada y escoger otra palabra al azar, cualquier palabra, para reemplazarla. Al menos habría una probabilidad, una diminuta probabilidad, de escoger la palabra adecuada.

Katharine, con los ojos cerrados, se lamió los labios y luego preguntó:

—¿Cuál es el último verso, mi Mallory? Dímelo ahora, o deberé preparar un pliegue en mi cerebro donde copiar el tuyo.

Fue el Guardián del Tiempo quien me salvó del capricho de la Entidad. En mi frustración y desesperación, mientras rechinaba los dientes, le recordé, tal vez para hacerle responsable por haberme dado un libro lleno de errores. Le recordé recitando el poema. Por fin, oí las palabras en mi corazón. ¿Había recitado el Guardián del Tiempo el poema verdadero? Y, si lo había hecho, ¿cómo conocía la versión más antigua? Había algo muy sospechoso, incluso misterioso, en el Guardián del Tiempo. ¿Cómo es que recitaba el mismo poema que la diosa? ¿Se había internado siendo joven en el corazón de la Entidad y había tenido que responder al mismo poema? El poema, que había salido de su boca como un gruñido, era realmente distinto al del libro, y difería en una palabra.

Uní las manos, inspiré profundamente y dije:

¡Tigre! ¡Tigre! que ardiente brillas

en los bosques de la noche,

¿qué inmortal mano, qué ojo

osaría trazar tu temible simetría?

Osaría trazar —repetí—. Ésa es la palabra alterada, ¿verdad? Osaría trazar.

La imagen de Katharine permaneció en silencio mientras abría los ojos.

—¿Verdad?

Y entonces sonrió y susurró:

Esta noche en el libre marjal

el reflujo de las estrellas está quieto:

Hogar del marino es la mar,

del cazador la colina.

—Adiós, mi Mallory. ¿Quién osaría trazar tu temible simetría? Yo no.

En cuanto dijo esto, su holograma desapareció de la cabina de mi nave, y me quedé solo. ¿Oh, dónde, oh, dónde, me pregunté, dónde va la luz cuando se apaga?

Estás casi en casa, mi marino, mi cazador de conocimiento.

»El poema… ¿Lo recordé correctamente, entonces?

Puedes hacerme tres preguntas.

Había aprobado sus tests y estaba libre. ¡Libre! Esta vez estuve seguro. En mi mente bailaron un centenar de preguntas, como el aguijonear de una troupe de cortesanas jacarandinas parcamente vestidas: ¿Es el universo abierto o cerrado? ¿Cuál era el origen de la singularidad primitiva? ¿Puede cualquier número natural ser expresado por la suma de dos números primos? ¿Había tratado mi madre de matar realmente a Soli? ¿Qué edad tenía en realidad el Guardián del Tiempo? ¿Por qué estallaba el Vild? ¿Dónde va la luz cuando…?

La luz se apaga.

»Ésa no era mi pregunta. Sólo estaba pensando…, preguntándome cómo…

Haz tus preguntas.

Parecía que debería de tener mucho cuidado al hacer mis preguntas, o la Entidad podría jugar conmigo. Pensé durante mucho rato antes de formular una pregunta cuya respuesta podría ser una pista a muchos otros misterios. Me lamí los resecos dientes y formulé en voz alta la pregunta que me había estado molestando desde que era un niño:

—¿Por qué hay un universo? ¿Por qué hay algo en vez de nada?

También a mí me gustaría saberlo.

Me enfureció que no contestara a mi pregunta, así que sin pensarlo exploté:

—¿Por qué estalla el Vild?

¿Estás seguro de que esto es lo que quieres saber realmente? ¿Qué beneficio te haría descubrir el «porqué», si no sabes impedir que el Vild siga estallando? Tal vez deberías replantear tu pregunta.

»Muy bien; ¿cómo puedo yo, cualquiera, impedir que el Vild estalle?

Actualmente no puedes. El secreto de curar al Vild es parte del secreto superior. Debes descubrir este secreto superior por ti mismo.

¡Más acertijos! ¡Más juegos! ¿Respondería a alguna de mis preguntas simplemente, sin proporcionar acertijos? No lo creía. Como una reina-mercader de Tria guardando sus joyas, Ella parecía decidida a guardar su preciosa sabiduría. Medio en broma, medio desesperado, dije:

—El mensaje de los ieldra…, también ellos hablan en acertijos. Dijeron que el secreto de la inmortalidad del hombre se encuentra en el pasado y en el futuro. ¿Qué querían decir? ¿Dónde puede encontrarse realmente el secreto?

No esperaba una respuesta, al menos no una respuesta inteligible, así que me quedé de piedra cuando la voz divina resonó en mi interior.

El secreto está escrito en el más antiguo ADN de la especie humana.

»El más antiguo ADN de… ¿Qué es eso, entonces? ¿Y cómo puede el secreto ser decodificado? ¿Y por qué debería…?

Ya has hecho tus tres preguntas.

»¡Pero has contestado con acertijos!

Entonces debes resolver tus acertijos.

»¿Resolverlos? ¿Con qué fin? Moriré con mis soluciones. No hay escape a un árbol infinito, ¿verdad? ¿Cómo puedo escapar?

Deberías haber pensado en eso al formularme tu última pregunta.

»¡Maldita seas tú y tus juegos!

No hay escape a un árbol infinito. Pero ¿estás seguro de que el árbol no es finito?

¡Por supuesto que estaba seguro! ¿No era experto un piloto en los teoremas trazadores de Gallivare? ¿No había demostrado que el conjunto Lavi no podía ser imbuido en un espacio invariante? ¿No distinguía un árbol infinito de uno finito?

¿Has examinado tu tesis?

No había examinado mi tesis. No me gustaba pensar que pudiera haber un fallo en ella. Pero tampoco quería morir, así que entré en contacto con mi nave-ordenador. Entré en el pensamientospacio del multipliegue. Al instante se produjo una andanada de ideoplastias cristalinas en mi mente, y empecé a construir los símbolos para presentar la tesis. Mientras la tormenta numérica giraba, hice un modelo matemático del multipliegue. El multipliegue se abrió ante mí. Sumido en temposueño, reconstruí mi tesis. Era cierto, el conjunto Lavi no podía ser imbuido en un espacio invariante. Entonces, como surgido de ninguna parte, se me ocurrió un pensamiento: ¿Era el conjunto Lavi el conjunto correcto para modelar las ramas del árbol? ¿Y si el árbol podía ser modelado por un conjunto Lavi simple? ¿Podía el conjunto Lavi ser imbuido en un espacio invariante?

Temblé de anticipación mientras construía mi nueva tesis. ¡Sí, el Lavi simple podía ser imbuido! Demostré que podía serlo. Me sequé el sudor de la frente e hice un trazado de probabilidad. Al instante, los billones de ramas del árbol se convirtieron en una. Así que era finito, después de todo. ¡Estaba salvado! Hice otro trazado al punto-salida cerca de una gigante azul. Salí a espaciorreal, al enjambre de los diez mil cerebros-luna de la Entidad de Estado Sólido.

Me gustas, mi Mallory. Pero volveremos a vernos cuando me gustes más. Hasta entonces, cae lejos, Piloto, y adiós.

Hasta hoy mismo me he preguntado por la naturaleza del árbol original que me aprisionaba. ¿Era realmente un árbol finito? ¿O había cambiado la Entidad, algo imposible, un árbol infinito por uno finito? Si es así, pensé, entonces era realmente una diosa digna de adoración. O al menos era digna de miedo y terror. Después de asomarme a la cálida luz azul del sol, me sentí tan lleno de esas emociones que hice el primero de los muchos trazados de regreso a Neverness. Aunque ardía con extrañas sensaciones y preguntas sin contestar, no tenía intención de volver a verla jamás. No quería volver a ser puesto a prueba o ver que mi vida dependía de la suerte y los caprichos de una diosa. No quería volver a oír la voz divina violando mi mente. Quería, simplemente, regresar a casa, beber skotch con Bardo en los bares del Sector Extremo, decirles a los escatólogos y a Leopold Soli, y a toda la ciudad, que el secreto de la vida estaba escrito dentro del más antiguo ADN del hombre.