Disolución

Viernes, 2 de febrero de 2007

Clare tiene 35 años

CLARE: Duermo todo el día. Los sonidos revolotean por la casa: el camión de la basura en el callejón, la lluvia, el árbol que repiquetea contra la ventana del dormitorio. Duermo. Habito en el sueño con firmeza, así lo quiero, empuñándolo, apartando de mí los sueños, negando, negando. El sueño ahora es mi amante, mi olvido, mi opiáceo, mi desmemoria. El teléfono no para de sonar. He apagado el contestador, que responde con la voz de Henry. Transcurre la tarde, pasa la noche, y también la mañana. Todo se reduce a esta cama, a este aturdimiento infinito que convierte los días en uno solo, que obliga al tiempo a detenerse, lo alarga y lo reduce hasta que pierde su significado.

A veces el sueño me abandona y finjo, como si Etta viniera a despertarme para ir a la escuela. Respiro despacio, profundamente. Mantengo quietos los ojos bajo los párpados, obligo a la mente a detenerse, y al cabo de poco rato el sueño, viendo una reproducción perfecta de sí mismo, acude para reunirse con su facsímil.

A veces me despierto y estiro el brazo para tocar a Henry. El sueño borra cualquier diferencia: entre el pasado y el presente; entre los vivos y los muertos. No me afectan el hambre, la vanidad o las atenciones. Esta mañana vislumbré mi cara en el espejo del baño. Estoy demacrada, mi piel es como un pergamino, amarillenta, tengo ojeras y el pelo ha perdido su brillo. Parece que esté muerta. No deseo nada.

Kimy se sienta a los pies de la cama.

—Clare, ¿me oyes? Alba acaba de llegar de la escuela… ¿No quieres que entre a saludarte?

Finjo estar dormida. Las manitas de Alba me acarician el rostro. Se me escapan las lágrimas. Alba deja un objeto, quizá su mochila o la funda del violín, en el suelo, y Kimy dice:

—Quítate los zapatos, Alba.

La niña trepa a la cama para echarse junto a mí. Me coge el brazo y se acurruca contra mi cuerpo, metiendo la cabeza bajo mi mentón. Suspiro y abro los ojos. Alba finge dormir. Me quedo admirando sus espesas pestañas negras, la boca ancha, la piel clara; respira con tino, agarra mi cadera con esa mano fuerte, huele a virutas de lápiz, colofonia y champú. La beso en la coronilla. Alba abre los ojos, y entonces su parecido con Henry es más de lo que puedo soportar. Kimy se levanta y sale del dormitorio.

Más tarde me levanto yo también, me doy una ducha y ceno sentada a la mesa con Kimy y Alba. Cuando Alba ya se ha acostado, me siento al escritorio de Henry, abro los cajones, saco un montón de cartas y papeles y empiezo a leer.

CARTA PARA SER ABIERTA EN EL MOMENTO DE MI MUERTE

10 de diciembre de 2006

Queridísima Clare:

Te escribo sentado a mi escritorio, en el cuarto de atrás; estoy mirando hacia tu estudio, al otro lado del jardín trasero, cubierto de una azulada nieve vespertina. El paisaje es resbaladizo y crujiente por efecto del hielo, y todo permanece inmóvil. Es una de esas tardes de invierno en que la frialdad de cada uno de los objetos parece enlentecer el tiempo, como ocurre en el estrecho centro de un reloj de arena por el cual el tiempo fluye, aunque con absoluta lentitud. Tengo esa sensación, muy familiar cuando me encuentro fuera del tiempo, pero harto improbable en otras ocasiones, de ser arrastrado como una boya por el tiempo, y de que floto sin esfuerzo en su superficie como una nadadora gorda. Esta noche he sentido el impulso repentino, ahora que me encuentro solo en casa (te has marchado al recital que da Alicia en Santa Lucía), de escribirte una carta. De pronto he deseado dejar algo para «después». Creo que me queda muy poco tiempo. Siento como si todas mis reservas de energía, placer, duración, se estuvieran debilitando, cada vez son más escasas. No me siento capaz de continuar mucho más. Sé que lo sabes.

Si estás leyendo esta carta, probablemente estaré muerto. (Digo probablemente porque nunca se sabe en qué circunstancias podemos llegar a encontrarnos; me parece alocado y un tanto soberbio por mi parte anunciar la propia muerte como un hecho consumado). Hablando de lo cual… Espero que todo transcurriera con sencillez, de manera limpia y sin ambigüedades. Espero asimismo que la situación no se complicara demasiado. Lo siento. (Es como si estuviera escribiendo una carta de suicidio. ¡Qué extraño!). De todos modos, tú lo sabes: sabes que si pudiera haberme quedado, si hubiera podido seguir, sabes que me habría aferrado a cada segundo de mi vida: fuera lo que fuese esta muerte, sabes que me sobrevino y se me llevó, como un duende se llevaría a un niño.

Clare, quiero decirte una vez más que te quiero. Nuestro amor ha sido el hilo que te orienta en el laberinto, la red que se extiende bajo el funambulista, la única cosa real en esta vida tan extraña que me ha tocado vivir, en la que siempre he podido confiar. Esta noche siento que mi amor por ti existe en el mundo con mayor densidad que mi propia persona: como si pudiera subsistir después de mí y rodearte, guardarte, sostenerte.

Odio la idea de tenerte esperando. Sé que has estado esperándome toda la vida, siempre a expensas de cuánto durará la última espera. Diez minutos, diez días acaso. Un mes. ¡Qué marido más incierto he sido, Clare! Un marinero, Odiseo abandonado y mecido con violencia por las inmensas olas, a veces artero, y en ocasiones tan solo un juguete de los dioses. Por favor, Clare, cuando esté muerto, deja de esperar y libérate. De mí… Llévame en el fondo de tu corazón y sal al mundo, vive. Ama este mundo y a ti misma, muévete en él como si no ofreciera resistencia alguna, como si el mundo fuera tu elemento natural. Te he dado una vida de animación interrumpida. No quiero decir con ello que tú no hayas hecho nada. Has creado belleza y sentido con tu arte, y has creado a Alba también, que es fabulosa, y para mí… Para mí lo has sido todo.

Cuando mi madre murió, su figura consumió a mi padre por completo, y eso es algo que ella habría aborrecido. Cada minuto de la vida de mi padre, a partir de entonces, estuvo marcado por su ausencia, cada uno de sus actos careció de dimensión propia porque ella no estaba ahí para mesurarlos. De joven no supe comprenderlo, pero ahora sí, ahora entiendo que la ausencia pueda estar presente, como un nervio dañado, como un ave sombría. Si tuviera que seguir viviendo sin ti, sé que no lo conseguiría. Sin embargo, espero, conservo una visión de ti caminando desenfadada, con el brillante cabello al sol. Ahora bien, esa visión es algo que no he visto con mis ojos, sino gracias a la imaginación, que elabora retratos y siempre quiso pintarte radiante; y espero que esta visión se convierta en realidad.

Clare, solo me queda decirte una última cosa, y he estado dudando sobre si debería contártela, dado que siento un temor supersticioso de que por el hecho de referírtela no llegue a suceder (ya sé que es una estupidez, por otra parte), y también porque acabo de explicarte que no debes esperar, y esto podría convertirse en la razón que justificara una espera muchísimo más larga de las que ya has sufrido. Pues bien, voy a contártela, por si más adelante lo necesitas.

El verano pasado me encontraba en la sala de espera de Kendrick cuando, de repente, descubrí que estaba en un pasillo oscuro de una casa desconocida. Me había enredado en un montón de chanclos de goma, y olía a lluvia. Al final del pasillo distinguí un ribete de luz que escapaba de una puerta y, por lo tanto, me dirigí despacio y con sigilo hacia esa puerta y atisbé en el interior del cuarto. La habitación era blanca, y el sol matutino la iluminaba intensamente. Frente a la ventana, de espaldas a mí, había una mujer sentada, con una chaqueta de punto de color coral y el pelo largo y blanco que le caía por la espalda. Tenía una taza de té junto a ella, sobre una mesa. Debí de hacer algún ruidito, o bien ella notó que tenía a alguien detrás… porque se volvió y me vio, y yo la vi a ella, y eras tú, Clare. Eras tú de anciana, en el futuro. Fue muy dulce, Clare, fue de una dulzura incomparable, llegar como si viniera de la muerte para abrazarte, y ver la huella de todos estos años en tu rostro. No te contaré nada más, y así podrás dejar volar tu imaginación, dispondrás de esa escena inmaculada hasta que llegue el momento, que llegará, como debe ser. Volveremos a vernos, Clare. Hasta entonces, vive de forma plena en el mundo, que es tan maravilloso.

Ha oscurecido ya, y estoy muy cansado. Te quiero, siempre te querré. El tiempo es insignificante.

HENRY