Jueves 11 de mayo de 2000
Henry tiene 39 años, y Clare 28
HENRY: Voy caminando por la calle Clark, entrada ya la primavera de 2000. No hay nada extraño en todo esto. En Andersonville hace una tarde preciosa y cálida, y toda la juventud que sigue la moda está sentada a las mesitas de Kopi's, tomando el reputado café frío, o bien sentada a las mesas tamaño normal de Reza's, comiendo cuscús, o bien paseando, haciendo caso omiso de las tiendas de chucherías suecas y profiriendo alabanzas a los perros de los demás. Debería estar en el trabajo, en 2002, pero… qué le vamos a hacer. Matt tendrá que sustituirme en mi ponencia de esta tarde, supongo. Tomo nota mentalmente de invitarlo a cenar.
Voy paseando sin rumbo fijo cuando, de improviso, veo a Clare al otro lado de la calle. Está frente a George's, la tienda de moda con más solera, contemplando un escaparate de ropa de bebé. La añoranza se refleja incluso en su espalda, incluso sus hombros suspiran de deseo. Mientras la observo, ella inclina la frente contra el cristal del aparador y se queda quieta, abatida. Cruzo la calle, esquivando una camioneta de UPS y un Volvo, y me detengo al llegar junto a ella. Clare levanta la mirada, sorprendida, y ve mi reflejo en el cristal.
—Ah, eres tú —me dice, y se vuelve—. Creía que estabas en el cine con Gómez.
Clare parece estar a la defensiva, sentirse algo culpable, como si la hubiera cogido haciendo algo ilícito.
—Probablemente ahí estoy. Se supone que en realidad ahora yo tendría que estar trabajando. En 2002.
Clare sonríe. Parece cansada, hago un cómputo mental y me doy cuenta de que nuestro quinto aborto fue hace tres semanas. Titubeo, y entonces la rodeo con mis brazos. Para mi alivio, Clare se relaja en el abrazo, y apoya la cabeza en mi hombro.
—¿Cómo estás?
—Fatal —me responde bajito—. Cansada.
Me acuerdo. Estuvo en cama durante semanas.
—Henry, voy a abandonar —me dice observándome; intenta calibrar mi reacción, sopesando el peso de sus palabras con mi conocimiento del tema—. Voy a dejarlo correr. No sucederá, de todos modos.
¿Hay algo que me impida darle lo que necesita? No se me ocurre ni una sola razón para no contárselo. Permanezco en pie, devanándome los sesos por hallar cualquier motivo que impida que lo sepa. Lo único que me viene a la mente es su seguridad, que ahora estoy a punto de forjarle.
—Persevera, Clare.
—¿Qué?
—Sigue así. En mi presente, tenemos un bebé.
Clare cierra los ojos y suspira.
—Gracias.
No sé si me lo dice a mí o a Dios. Tampoco importa demasiado.
—Gracias —vuelve a decir, mirándome, hablándome, y yo me siento como si fuera el ángel de alguna versión demenciada de la Anunciación.
Me inclino sobre ella y la beso; noto la determinación, la alegría y el propósito abriéndose paso a través de Clare. Recuerdo la cabeza diminuta, coronada de cabello negro y apuntando entre las piernas de Clare, y me maravillo de que este momento haya creado ese milagro, y viceversa. Gracias. Gracias.
—¿Lo sabías? —me pregunta Clare.
—No.
Parece decepcionada.
—No solo no lo sabía, sino que hice todo lo posible para impedir que volvieras a quedar embarazada.
—Fantástico —ríe Clare—. Es decir, que pase lo que pase, solo tengo que quedarme calladita y dejar que todo siga su curso, ¿no?
—Sí.
Clare me sonríe, y yo le devuelvo la sonrisa. Hay que dejar que todo siga su curso.